En un barrio muy pobre,
en la periferia de una
gran ciudad, vivía
Paulinho.
De corazón bueno y
generoso, era estimado
por todos.
En su casa, faltaba casi
siempre lo necesario. El
padre trabajaba duro en
la cantera, pero ganaba
poco. La madre, a pesar
de lavar ropa para las
familias más acomodadas,
tampoco recibía mucho.
Así, todo lo que ganaba
era gastado en
alimentación, alquiler
de la casa, agua y luz.
Paulinho soñaba con
ropas, calzados y
juguetes que veía en las
vitrinas y que nunca
podría tener. Se vestía
muy pobremente, andaba
descalzo y jugueteaba en
la calle, a falta de un
carrito o de un balón.
A pesar de todo, era
feliz porque amaba a
todas las personas y
todos lo amaban también.
Por la mañana iba a la
escuela. Al volver,
ayudaba a la madre en
los servicios
domésticos. Después,
salía para la calle.
Siempre aparecía algo
que hacer. Servicial,
con una sonrisa en el
rostro ayudaba a quien
estuviera
necesitado.
Doña Victoria le pedía
que fuese a pagar una
cuenta urgente para
ella.
— Claro, Doña Victoria.
Quédese tranquila —
respondía él.
En otra ocasión, pasando
por la calle, alguien lo
llamaba:
— Paulinho, ¿tú harías
compañía a Ritinha,
mientras voy a hacer
compras? ¡Sabes como es!
Ella está paralítica y
puede necesitar de
alguna cosa mientras yo
esté ausente...
— Con placer, Doña
Benedicta. Aprovecho y
le cuento a ella una
historia que aprendí en
la escuela.
— Gracias. Ella es muy
feliz cuando tú estás
cerca.
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Y allá iba Paulinho para
la casa de Doña Benedita.
Entraba, y una linda
sonrisa se abría en el
rostro de la niña de
diez años que, en virtud
de una parálisis
infantil, no podía
andar.
Volviendo para casa,
encontraba al señor
José, que, por ser muy
viejo, tenía dificultad
para andar.
— Oh niño, ayúdame a
llegar hasta la casa.
¡Vamos, tengo prisa!
A nadie le gustaba el
señor José porque era
muy rancio. Pero
Paulinho no se
incomodaba con la forma
de ser de él.
— Claro, señor José.
¿Cómo va su salud?
¿Mejoró de la
bronquitis?
Así, sosteniendo al
viejo, con mucha
paciencia y buena
voluntad, Paulinho lo
acompañó conversando
alegremente.
Él era así con todos.
Generoso, no sólo
ayudaba, sino que
repartía siempre lo que
ganaba.
Cierto día encontró una
piedra muy bonita. Era
lisa y brillaba con el
Sol. La limpió bien y la
guardó con cariño. Más
adelante, sin embargo,
encontró a André, un
niño pequeño.
— ¿Estás viendo esta
piedra, André? Ella es
mágica y va a quitarte
tu dolor. Quédate con
ella. ¡Es tuya! El
pequeño miró encantado
para la piedra y paró de
llorar, abriendo una
sonrisa agradecida.
En la escuela, Paulinho
ganó un libro de
historias y luego pensó:
— Voy a dárselo a
Ritinha. Ciertamente,
ella necesita más de él
que yo. Puedo hacer un
montón de cosas, pero mi
amiga Ritinha sólo puede
quedar en aquella cama o
en la silla de ruedas.
La Navidad se
aproximaba. La ciudad
estaba toda bonita,
llena de luces, de
colores y de alegría.
Paulinho tenía muchas
ganas de recibir un
regalo, pero sabía que
era imposible. Sus
padres no tenían dinero
para eso.
— ¿Para que quiero
regalos? ¡Jesús ya me
dio tantas cosas! Tengo
salud, padres amorosos,
amigos... ¡nada me
falta!
El día de Navidad,
Paulinho salió de casa.
Quería encontrar a los
amigos. Pero, todos
habían desaparecido.
No encontró a nadie.
Volvió para casa un poco
triste. Finalmente, era
Navidad, día en que se
conmemora el nacimiento
de Jesús, y él quería
felicitar a sus amigos.
A la tarde fueron a
avisarle que Doña
Benedita quería hablar
con él.
Sin tardar, se dirigió
hasta la casa de ella.
Se extrañó que estuviera
todo oscuro. Ya era
noche y las luces
continuaban apagadas.
Llamó delicadamente.
La puerta se abrió y —
¡oh! ¡Sorpresa! — las
luces se encendieron y
él fue recibido con una
salva de palmas.
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Miró alrededor. La
pequeña casa de Doña
Benedita estaba llena de
gente. Todos sus amigos
estaban allí, ¡hasta
José! Tenía árbol de
Navidad y adornos por
las paredes.
— Pero... ¿pero qué está
ocurriendo? —
tartamudeó, espantado al
ver a todo aquel pueblo
allí reunido.
Ritinha sonrió y
explicó:
— ¡Decidimos hacer una
fiesta para ti, Paulinho!
Por
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todo lo que tú
has hecho a
todos nosotros,
recibe nuestro
agradecimiento.
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Y, cogiendo de bajo de
la manta una caja,
habló:
— ¡Este es mi regalo!
¡Feliz Navidad!
Sin poder creer en lo
que estaba ocurriendo,
con lágrimas en los
ojos, Paulinho vio la
cara de un perrito de
pelo claro, con una
cinta roja amarrada en
el cuello.
Tomó al animalito en los
brazos, acariciándole el
pelo sedoso.
—
¡No sé como
agradecerlo, Ritinha!
¡Siempre quise tener un
perrito!
—
Pues no lo agradezcas.
¡Tú mereces mucho más!
Todos lo abrazaron
deseándole buenas
fiestas, inclusive sus
padres, también
presentes, muy
orgullosos del hijo.
Cada uno le entregó un
paquete. Doña Victoria,
una ropa que había
cosido especialmente
para él. Señor José, un
par de zapatos que
fueron de su hijo. El
pequeño André le entregó
un carrito, otro un
estuche y así recibió
una porción de regalos.
Enjugando las lágrimas,
Paulinho abrió los
brazos y sólo consiguió
decir, lleno de emoción:
— ¡Gracias! ¡Gracias!
¡Pero, quien merece
todos los homenajes hoy
es Jesús, el
protagonista del día!
¡FELIZ NAVIDAD para
todos!
Y en aquella noche,
tuvieron una fiesta
animada y agradable,
ejemplificando la
fraternidad y la
solidaridad que debe
prevalecer en el corazón
de todas las criaturas
como una consecuencia
del tierno mensaje de
Jesús: Amar al prójimo
como a sí mismo.
Tia Célia
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