¿Es posible ser
feliz en este
mundo?
En este inicio
de un nuevo año
vale la pena
reflexionar
acerca de una
antigua
cuestión: ¿Por
qué encontramos
en la Tierra
tanto
sufrimiento?
Tal indagación
es más común de
lo que se piensa
y, también, muy
frecuente en la
historia de la
Humanidad. Así
es que vemos en
el libro de Jó
(3:20 y 23) el
gran varón de la
tierra de Hus a
preguntar al
Señor: ¿Por qué
fue concedida la
luz al
miserable, y
vida a los que
están en
amargura de
ánimo?
Actualizando la
preocupación de
aquel que es
considerado el
símbolo de la
paciencia, se
pregunta con
frecuencia por
qué mueren
personas en el
vigor de la
vida, en cuanto
enfermos
ancianos se
debaten durante
años en un lecho
de hospital.
Las aflicciones
humanas y sus
causas
merecieron de
Allan Kardec, el
Codificador del
Espiritismo, un
capítulo entero
– el capítulo V
del Evangelio
según el
Espiritismo
– en lo cual él
nos habla sobre
las causas
actuales y
anteriores de
los problemas
que afectan la
criatura humana.
Aquí está, de
manera resumida,
la lección que
Kardec nos
presenta:
Causas actuales:
consecuencias de
la conducta y
del carácter,
imprevisión,
orgullo,
ambición, falta
de orden y
perseverancia,
mal
comportamiento,
cálculo de
interés y de
vanidad,
negligencia en
la educación de
los hijos, etc.
Muchas personas,
si examinasen lo
que han hecho en
la actual
existencia,
concluirían sin
dificultad que
sus aflicciones
son el resultado
de sus acciones
y podrían dejar
de existir si
otra tuviese
sido su
conducta.
Causas
anteriores:
las que no
presentan
relación alguna
con los actos de
la existencia
actual y se
radican, por lo
tanto, en
existencias
pasadas. En
efecto, ¿cómo
justificar a la
luz del
comportamiento
actual de una
persona la
pérdida de entes
queridos, los
accidentes que
nada puede
evitar, los
contratiempos de
la fortuna, los
flagelos
naturales, las
enfermedades de
nacimiento y la
idiotez?
Los estudios
publicados por
Kardec en 1864,
cuando dio la
lumbre el libro
referido,
recibió muchas
comprobaciones
ya en el año
siguiente con la
edición de su
libro El
Cielo y el
Infierno,
que nos presenta
una colección
extraordinaria
de casos, muchos
de los cuales
directamente
relacionados con
el pasado
espiritual de
sus personajes.
El tiempo pasó y
décadas después
la misma tesis
fue reafirmada
en las obras de
autoría de André
Luiz, sobre todo
las constantes
de la llamada
serie Nuestro
Hogar. Y en
ese medio
tiempo, entre el
periodo de la
codificación y
el advenimiento
de André Luiz,
surgió en el
escenario
editorial uno de
los clásicos de
la mediunidad –
Memorias del
Cura Germano,
de Amalia
Domingo Soler –,
que nos
presenta, en su
parte final, la
emocionante
historia del
conde Henoch y
su guapa mujer
Margarita, que
envenenó a su
propio esposo
para, dos años
después, casarse
con su cómplice.
El espíritu del
Cura Germano
muestra, en el
libro, la vida
de Margarita en
el plan
espiritual,
donde durante
veinticinco años
sufrió mucho, y
su reencarnación
como Fiera,
nombre por la
cual era
conocida la
mujer harapienta
que, aunque
joven, hacía
reír quien le
contemplase el
rostro
monstruoso.
El hombre,
obviamente, le
gustaría ser
feliz y verse,
de esa manera,
libre de
cualesquiera
aflicciones.
Ocurre que el
problema de la
felicidad
humana, que
constituye una
aspiración
válida y natural
de la humanidad,
no puede ser
examinado sin
llevarse en
cuenta la Ley
divina que
determina que
cada uno debe
cosechar en el
mundo el
resultado de su
propia siembra.
Una existencia
en la Tierra es
un pasaje muy
corta. El hombre
generalmente se
olvida de que,
animando un
cuerpo
perecible,
existe un alma
inmortal. Y por
desconocer o
despreciar ese
hecho es que
tenemos situado
la felicidad en
valores
equivocados o en
situaciones en
que jamás nos
encontramos.
El asunto es
examinado en la
Doctrina
Espirita en tres
cuestiones
sucesivas del
Libro de los
Espíritus, a
saber:
920. ¿Puede el
hombre disfrutar
de completa
felicidad en la
Tierra? “No,
por eso que la
vida le fue dada
como prueba o
expiación. De
él, pero,
depende la
suavización de
sus males y el
ser tan feliz
cuanto posible
en la Tierra.”
921. ¿Se concibe
que el hombre
será feliz en la
Tierra, cuando
la humanidad
estuviera
transformada.
Pero, en cuanto
eso no se
verifica, podrá
conseguir una
felicidad
relativa? “El
hombre es casi
siempre el
obrero de su
propia
infelicidad.
Practicando la
ley de Dios, a
muchos males
forrará y
proporcionará a
sí mismo la
felicidad tan
grande cuanto lo
comporte su
existencia
grosera.”
922. ¿La
felicidad
terrestre es
relativa a la
posición de cada
uno. Lo que
basta para la
felicidad de
uno, constituye
la desgracia de
otro. Habrá, sin
embargo, alguna
suma de
felicidad común
a todos los
hombres? “Con
relación a la
vida material,
es la posesión
del necesario.
Con relación a
la vida moral,
la consciencia
tranquila y la
fe en el
futuro.”
El caso Ismalia-Alfredo,
narrado en el
cap. 17 del
libro Los
Mensajeros,
de André Luiz,
comprueba e
ilustra la
enseñanza
contenida en las
cuestiones
mencionadas.
Alfredo, un
hombre bien
casado y
socialmente bien
puesto en la
vida, puso de
repente todo a
perder, delante
de una decisión
precipitada de
que después iría
arrepentirse
amargamente.
El mensaje
espirita es, por
eso, bastante
claro: No
podemos
perseverar en
los errores y en
los fracasos del
pasado.
Emmanuel, a ese
respeto,
advierte: “El
tiempo no para,
y, si ahora
encuentras el tu
ayer, no olvides
que el tu hoy
será la luz o la
oscuridad de tu
mañana”.
(Prefacio que
abre el libro
“Entre la Tierra
y el Cielo”,
de André Luiz).
Somos, enseña
el Espiritismo,
constructores
del nuestro
propio destino.
Todo sería para
nosotros bien
más provechoso
si acordásemos
que, como Jesús
decía, la
siembra es
libre, pero la
cosecha es
compulsoria y
que, practicando
la ley de Dios,
a muchos males
nos forraremos,
proporcionando a
nosotros mismos
una felicidad
tan grande
cuanto sea
posible en la
presente
encarnación,
según enseña la
cuestión 921,
arriba
transcrita.
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