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Carlitos y Zezé eran
vecinos y compañeros de
escuela. Por eso,
pasaban mucho tiempo
juntos, jugueteando,
jugando o haciendo algún
arte. Y, por estar
siempre juntos, a veces
no se comprendían y
acababan peleando.
En esos momentos, cada
uno volvía para su casa
a llorar, enfadado, y
protestaba a los padres
del comportamiento del
otro. Decía Carlitos:
|
— ¡Así no da! No aguanto
más a Zezé. Nunca más
quiero verlo. ¡Nuestra
amistad acabó!
Llegando a casa, Zeze
afirmaba lleno de
rabia:
— Nunca más voy a pelear
con Carlitos. ¡Basta!
Todo tiene que ser hecho
como él quiere. Nunca
más haré las paces con
él.
Y cada uno protestaba
tanto, que sus padres
quedaban también
indignados con las
actitudes del otro. Pero
en determinado día la
pelea de los chicos fue
tan fea que, tomando los
dolores del hijo, cada
uno de los padres
también volvió la cara
para los padres del
otro.
Algunos días después,
Osvaldo, padre de Zezé,
que trabajaba como
representante comercial,
fue hasta una empresa de
alimentos y pidió hablar
con el gerente. La
secretaria le pidió
esperar un poco. Después
fue llamado y, para su
sorpresa, vio que el
gerente era Alfredo, el
padre de Carlitos.
— ¿Usted?...
En la misma hora,
espumando de rabia,
Osvaldo cogió su
carpeta, dio media
vuelta y salió de la
oficina pisando duro.
Aún recuperándose de la
sorpresa, Alfredo
intentó ir detrás de
Osvaldo, pero, como
había más personas
esperando para hablar
con él, no pudo salir.
No obstante, él venía
reflexionando en la
necesidad de hacer las
paces con los vecinos, y
no podía perder esa
oportunidad.
Así, al salir de la
empresa, a la hora del
almuerzo, Alfredo fue
hasta la casa de Osvaldo
para hablar con él.
Estuvo esperando hasta
verlo llegar. Después se
aproximó y le preguntó:
— Osvaldo, nosotros
necesitamos hablar.
¡Usted me buscó en la
empresa, no dijo lo que
quería y ni me dejó
hablar!...
— ¡Claro! No sabía que
usted era el gerente de
aquella empresa. ¡Si lo
supiera, ni habría ido
hasta allá!...
Al ver la actitud del
otro, Alfredo también se
sintió irritado y
partieron ambos para la
pelea, diciendo palabras
pesadas y ofendiéndose
mutuamente. Estaban en
la calle y las personas
comenzaron a parar y los
vecinos salieron de casa
|
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al oír el
griterio. |
|
Cuando ellos estaban en
el auge de la discusión,
dos chicos se
aproximaban. Uno de
ellos preguntó:
— ¡Papá!... ¿Qué está
pasando? ¿Por qué están
peleando?
Era Carlitos. Y otro
niño, Zezé, también
intentó separarlos:
— ¿Qué esto, papá? ¡Que
verguenza!...
¿Por qué están peleando
ustedes?
Los padres pararon de
pelear, miraron para los
hijos y, después,
intercambiaron una
mirada, como si no
estuviesen entendiendo.
— ¿Pero vosotros que
estáis haciendo juntos?
— ¡Eso mismo!
¿No estaban peleados? –
preguntó Alfredo.
Carlitos y Zezé
sonrieron.
— Es verdad. ¡Pero ya
hicimos las paces hace
algunos días! Y ustedes,
¿por qué estaban
peleando?
Osvaldo y Alfredo
intercambiaron otro
mirada, espantados.
¡Ellos no sabían por qué
estaban peleando!... En
aquel momento
entendieron la burrada
que habían hecho. Dos
adultos, que deberían
dar el ejemplo a los
hijos, se envolvieron de
tal manera con la pelea
de los niños que
acabaron también no
entendiéndose.
Ellos cambiaron una
sonrisa contrahecha,
reconociendo lo absurdo
de la situación. Osvaldo
explicó:
— No fue nada. Sólo un
malentendido, que
podremos resolver
fácilmente, ¿no es,
Alfredo?
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— Con seguridad. Voy a
esperarlo allá en la
empresa, después del
almuerzo, para charlar.
Los chicos estaban
contentos. Carlitos dijo
al padre:
— Papá, yo invité a Zezé
para almorzar en nuestra
casa. ¿Todo bien?
Y, aprovechando la
oportunidad para reparar
el error cometido,
Alfredo prosiguió:
|
— Mi hijo, si el Zezé va
almorzar en nuestra
casa, ¿por qué no toda
la familia? Tengo la
seguridad de que tú
madre le va a gustar. |
Enseguida, se volvió
para el vecino y dijo:
— ¡Osvaldo, avise a su
esposa que hoy ella va a
almorzar fuera!
El otro sonrió,
agradecido y emocionado,
y ellos se abrazaron
allí mismos en la calle.
Media hora después,
estaban todos sentados
alrededor de la mesa.
Alfredo los invitó de
corazón, explicando a la
visita:
— Tenemos el hábito de
orar antes de las
comidas. Carlitos, haz
la oración por nosotros.
Carlitos cerró los ojos
y oró:
— Agradezco a Jesús por
el día de hoy y por
estar todo bien. Le
agradezco también por
los amigos que aquí
están y que son tan
importantes en nuestras
vidas, por el almuerzo y
por la paz que sentimos.
Gracias, Señor.
El clima era de
entendimiento y
reconciliación.
Finalmente, aquel
malestar causado por la
pelea de los chicos
había terminado y todo
estaba en orden de
nuevo.
Y los adultos,
avergonzados,
íntimamente se
comprometían a no
equivocarse más,
dejándose llevar por las
emociones del momento.
Meimei
(Recebida por Célia
Xavier de Camargo en
10/01/2011.)
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