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Medicina del
alma
En la dinámica
de la salud,
mucho se ha
escrito sobre la
medicina del
alma; mientras
los religiosos
se obstinan en
pelear con la
ciencia,
defendiendo sus
métodos, los
científicos
insisten en
ignorar la
realidad
trascendental
Aquel podría ser
un día más de
clase en la
facultad de
medicina, si no
fuese por el
aprendizaje que
de el cogí…
La tarde se
iniciaba
calurosa,
cuando,
juntamente con
otros
compañeros,
entré en el
ambulatorio del
hospital
universitario a
que me
vinculaba.
Iríamos a
acompañar
consultas en el
área de la
psiquiatría.
La preceptora
era conocida
nuestra, pues,
además de ya
habernos
suministrado
aulas teóricas,
lideraba
importantes
investigaciones
en el área de la
salud mental
dentro de
aquella
academia. Pero,
aunque
anteriormente ya
tuviéramos la
ocasión de
observarla en la
excelencia
científica,
particularmente,
estaba ansioso
para verla
actuar en el
arte médico.
Esto es porque,
durante el curso
médico, tuve la
oportunidad de
observar –
infelizmente,
dígase de pasada
– ejemplos
variados de
disociación
entre el
discurso y el
hacer.
Renombrados
profesores nos
hablaban de
principios
bioéticos y, en
contra de todo
esto, hacían una
medicina
precaria en ese
aspecto. Otros
versaban sobre
la imperiosa
necesidad de
mirar el
paciente como un
todo y, en
el canto
gregoriano de
sus consultas,
realizaban una
parodia patética
de un ver
holístico,
fragmentando
mucho más que
integrando.
Todo este
escenario, por
lo tanto, nos
llevaba – por
lo menos a mí
– a la moderada
ansiedad – y,
de cuando en
cuando, pequeña
desmotivación,
seamos honestos
– delante de las
diversas aulas
prácticas de que
participábamos.
Los minutos, sin
embargo, no se
hicieron muy
lentos y,
rápidamente,
pude percibir
que aquella
tarde sería
diferente.
– ¿Cómo estás?
¿Te has sentido
más dispuesta?
– ¡Ah, doctora!
Después que
comencé el
tratamiento con
la señora, me
siento mejor.
Sin embargo,
percibo que la
mejora inicial
fue mayor y que
los últimos
tiempos no
consigo
progresar
tanto...
– ¿Has ido a la
psicóloga?
– No. Donde yo
vivo, sólo hay
esto una vez al
mes, ¡y cuando
hay! Y la ciudad
más próxima
queda distante.
¡Para conseguir
un transporte es
una dificultad!
– ¿Y las
actividades?
¿Estás
trabajando?
– Tampoco. Es
muy difícil
conseguir algún
trabajo por
allá...
– ¿Has
conseguido, sin
embargo,
realizar algo de
ocio?
– ¡Doctora, para
ser sincera, en
mi ciudad no hay
que hacer! Aún
así, he
conseguido salir
de casa y andar
hablando hasta
la placita con
algunas amigas.
– Y los
estudios?
– Gracias a Dios
conseguí
acabarlos.
Inclusive, yo
vine a prestar
examen aquí en
esta
universidad. ¿Y
la señora sabe
que yo pasé?
– ¡Que
maravilla! ¿Cual
curso?
– Pedagogía.
– ¿Y cuando
comenzaron las
aulas?
– En verdad, yo
sólo pasé, pero
no hice mi
matrícula...
– ¡¿Como fue
esto?!
– No tenía
dinero...,
¡¿además de eso,
como yo iba a
conseguir
sostenerme?!
– ¿Por qué no me
buscaste? ¿Por
qué no viniste
aquí? ¡Eso era
de la más
pequeña
importancia! Lo
más difícil era
pasar y usted
consiguió, a
pesar de su
estado de salud.
Usted debería
haber venido,
nosotros
buscaríamos una
solución,
encontraríamos
una forma
juntas... ¡¿Y no
hay algo que
nosotros podamos
hacer aún?!
El interés de la
médica iba por
otros aspectos
más allá de los
síntomas y de
las posologías
Se trataba de
una joven
pasando por los
tristes valles
de la depresión.
El tratamiento
psiquiátrico le
había traído
mucho beneficio,
normalmente
porque a los
psicofármacos
fueron
adicionadas
gotas
medicinales de
atención por
nuestra
profesora. Sin
embargo, para
ir
profundamente a
las raíces del
problema era
preciso más.
De ahí, el
interés de la
médica por otros
aspectos que
iban bastante
más allá de los
síntomas y de
las posologías.
Y, por esto, en
su semblante
había el sentir
real, la empatía
verdadera, la
profunda
preocupación con
la vida de
aquella chica.
Mientras que, en
la mirada de
esta, la emoción
de sentirse
acogida.
El curso, es
bien verdad, no
tenía como ser
hecho más. La
vacante ya había
sido ocupada por
otra candidata.
Otro alguien
festejaba la
esperanza,
mientras nuestra
paciente no
sabía
dimensionar
cierto la
importancia que
habría sido
aquella
actividad en su
vida y,
consecuentemente,
en su salud.
Sin que nuestra
preceptora se
diese cuenta,
sin embargo,
aquel movimiento
de interés había
movilizado la
vida de aquella
joven. Y,
energía
accionada,
ciertamente, en
el futuro, otros
caminos se
abrirían en el
horizonte de
aquella mujer. A
partir de allí,
ella dejaría de
ser una paciente
de su dolencia,
transformándose,
paulatinamente,
en agente de su
bienestar
mental.
Aquella escena
simple me dejó
una fuerte
impresión.
Con la
convivencia, sin
embargo, otras
se sumaron.
En su
consultorio, en
un armario
guardaba
medicamentos que
eran donados a
aquellos que más
lo necesitaban.
La noble médica
guardaba varias
muestras gratis
– y quizá
compraba otros
tantos – y
las distribuía
como verdaderas
simientes de
esperanza.
En algunas
ocasiones,
discretamente
salía de sus
manos el dinero
del pasaje para
que los
pacientes no
dejaran de
cuidar de la
salud por falta
de conducción.
Oportunidades
otras, el número
de consultas era
aumentado por
necesidad de
alguien más ser
atendido.
En un
determinado
momento, un
paciente padecía
una grave
molestia
psiquiátrica. El
tratamiento lo
hizo mejorar
sobremanera.
Pero, porque
faltara algo de
más, estando él
desempleado,
nuestra
preceptora
arregló algunos
contactos y le
consiguió un
trabajo, ya que
la labor
dignifica al
ser, mejorando,
inclusive, las
perspectivas de
salud.
Especialmente,
en el caso en
cuestión.
– ¡Esta no es la
función de ella!
¡El sistema
único de salud
brasileño, o
entonces el
gobierno, es que
tiene esta
obligación! –
dirán algunos.
Por descontado
que sí.
– ¡Ella no
necesitaba hacer
todo esto! ¡Ella
ya ayuda,
contribuyendo
con la parcela
de impuestos que
le compite pagar
al estado! –
argumentarán
otros tantos
.
A buen seguro.
Ella, sin
embargo,
consiguió ver
más allá;
aprendió a hacer
un poco más;
conquistó la
capacidad de
proyectarse en
el lugar del
otro; se dio
cuenta que no se
puede esperar
solamente...
Para muchos,
ella es sólo
conocida por sus
artículos
científicos.
Para las
personas que
ella atiende,
sin embargo,
ella jamás va a
ser olvidada por
sus gestos
nobles de
humanidad.
Íntimamente,
pensaba: ¿cómo
argumentar
delante de un
delirio
colectivo?
En la dinámica
de la salud,
mucho se ha
escrito sobre la
medicina del
alma.
Los religiosos
se obstinan en
pelear con la
ciencia,
defendiendo
exclusivamente
sus métodos.
Científicos, a
su turno,
insisten en
ignorar la
realidad
trascendental.
En esta
perspectiva,
nuevas técnicas
surgen – a
veces, un tanto
extrañas –
prometiendo la
cura, a pretexto
de ser
espirituales,
comprometiendo,
alguna que otra
vez, la
credibilidad de
la posible unión
entre la
medicina del
cuerpo y la del
alma.
Cierta fecha,
estaba yo
desarrollando
actividades en
el ámbito de la
Doctrina
Espírita, cuando
me llevaron, muy
entusiasmados, a
conocer a
determinada
persona.
Deseaban
presentarme
nueva
herramienta de
la
espiritualidad
que ellos
estaban
desarrollando en
los mecanismos
de asistencia a
los Espíritus
sufridores y
obsesores.
– Estamos, en el
momento – me
decía más o
menos en estos
términos –,
yendo un paso al
frente en
nuestro
abordaje. Ahora,
realizamos
cirugías en el
periespíritu
(1)
de los seres.
Hemos conseguido
modificar el
ADN y los genes
espirituales.
Con esto,
cambiamos el
destino, bien
como la
arquitectura de
las obsesiones.
Mientras los
compañeros
versaban
aferrados, sólo
me restaba
balancear la
cabeza como un
lagarto,
pensando –
¡Dios mío,
bendice!
Y porque
insistieran para
que yo
participara
personalmente de
una de las
reuniones y
verificara la
veracidad de las
narraciones
hechas, sólo me
cupo responder
reticente:
– Vamos a ver
nuestra
posibilidad... –
mientras,
íntimamente,
pensaba: ¿cómo
argumentar
delante de un
delirio
colectivo?
Aún sin desear,
sin embargo, en
otras
oportunidades,
en otras
instituciones
que me
invitaban, tuve
oportunidad de
ver – porque
eran hechas en
público, tras
nuestras
conferencias
– tratamientos
de cirugías
espirituales
que, aunque no
fueran
exactamente como
la descrita
arriba,
guardaban una
deformada
semejanza.
Me cuestiono,
por lo tanto,
¿qué sería una
medicina del
alma?
E,
invariablemente,
no consigo tener
el ejemplo de
las técnicas de
ADN espiritual
como respuesta.
Concomitantemente,
sin embargo, la
imagen de mi
profesora gana
espacio.
Como cuidar del
alma, sino...
Haciendo además
de lo que se es
obligado –
esto es andar
dos mil pasos.
Mirando además
de un cerebro o
de un ser
espiritual en
desaliño – es
decir tener ojos
para ver.
Donando y
dándose aunque
no sea en un
templo o en una
obra social –
esto es caridad.
Colocándose en
el lugar del
otro – esto
es amor.
Fueron
justamente estos
los ingredientes
que un Hombre
incomparable
enseñó.
Y estas son las
herramientas
fundamentales
para cuidarse
del alma.
Lo demás es sólo
secundario –
cuando no,
delirios de la
mente humana que
siempre
ambiciona tener
el poder de
curar todo.
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