Guilherme, de doce años,
llegó de la escuela y
vio que su madre estaba
en la cocina.
La madre lo saludó
alegre, pero notó que él
estaba un poco molesto.
Para animarlo, pues
sabia que al hijo le
gustaba ayudar, le pidió
que cogiera los huevos
para ella, lo que él
hizo rapidito.
— ¿Qué vas a hacer,
mamá? — preguntó
echándose sobre la mesa.
— ¡Un bizcocho! Aquel
bizcocho de chocolate
que a ti tanto te gusta.
— ¡Ah!... ¡Que bueno!...
Viéndolo más animado, la
madre aprovechó para
preguntar por qué él
había llegado molesto.
Guilherme explicó:
— Sabes, mamá, no me
gusta cuando los
compañeros maltratan o
hacen poco caso de
alguien. En mi grupo
está Tiago, que es muy
tímido, casi no habla y,
por eso, algunos
compañeros se aprovechan
para humillarlo,
sabiendo que él no
reacciona.
— ¿Y tú, hijo mío, qué
haces?
— Yo no hago nada,
aunque me guste Tiago. Y
eso me deja descontento
conmigo mismo,
¿entiendes?
La madre continuó
mezclando la masa del
bizcocho, pensativa,
después dijo:
— Guilherme, pásame la
levadura.
El chico cogió la
levadura y se la dio a
la madre, que lo
incorporó a la masa,
mezclando todo
cuidadosamente.
Observando lo que la
madre hacía, él
preguntó:
— ¿Por qué tú usas
levadura en la masa?
— Tú ya vas a ver, hijo
mío.
Después la masa comenzó
a crecer, aumentando de
volumen. Admirado, el
chiquillo miraba muy
interesado.
— ¡Caramba!... ¡Como
actúa ella rápido!
Y la madre aprovechó
para explicar:
— Así como nuestras
acciones, hijo mío, que
siempre tienen
consecuencias. Cada día
emitimos sugerencias
para el bien y para el
mal, y ellas son como la
levadura, que crece y se
esparce. Tú viste que un
poco de levadura fue
suficiente para actuar
en toda la masa. Y así
ocurre con nosotros en
la vida. Aun ayer vimos
un hecho en la
televisión que ilustra
bien lo que estoy
diciéndote. ¿Tú sabes
cuál?
El chico pensó un poco y
de repente recordó:
— Ayer, en el juego de
fútbol, algunos hinchas,
descontentos con su
equipo que estaba
perdiendo, ¡comenzaron a
gritar y a romper todo!
Fue horrible...
— Exactamente, hijo mío.
Fue la levadura del mal.
Bastaría que alguien
tuviera un gesto de paz,
conteniendo a los
agresores en aquella
hora y nada de aquello
habría ocurrido. ¿Y tú
conoces algún ejemplo de
la levadura del bien?
El chico se quedó
pensando, pensando,
hasta que se acordó:
— Mamá, hace poco tiempo
yo vi en la televisión
el caso de una mujer que
era viciosa en las
drogas y que estaba en
el fondo del pozo, como
ella dijo, y buscó
vencer la adicción y lo
consiguió. Después,
llena de piedad de los
viciosos, pues había
allí hasta niños y
adolescentes, ella
decidió ayudarlos, y hoy
tiene una entidad de
ayuda y recuperación
para los viciosos.
— ¡Que lindo ejemplo,
hijo mío! Es la levadura
del bien actuando sobre
las personas. Entonces,
¿tú entendiste la
importancia de la
levadura, no sólo para
bizcochos y panes?
Pensando en el amigo
Tiago, él respondió:
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— Entendí, mamá. Y el
mayor ejemplo fue Jesús,
cuya levadura sólo actuó
para el Bien y el Amor a
todas las
criaturas.
El bizcocho fue para el
horno y Guilherme de
tarde en tarde miraba
por el visor y veía que
había crecido tanto que
estaba casi
desparramándose. No
tardó mucho, estaba
cocido. Un olor
delicioso se esparcía
por toda la casa y
Guilherme lo saboreó,
con placer.
Algunos días después,
los alumnos tenían que
llevar una redacción
sobre Ecología.
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El profesor preguntó si
todos habían hecho la
redacción. Delante de la
respuesta afirmativa,
pidió a algunos alumnos
que leyeran su texto. El
último en ser escogido
fue Tiago que, temblando
de miedo, caminó al
frente de la sala.
Él comenzó tímido, con
voz baja, pero a después
fue ganando confianza y
cuando terminó de leer
su redacción, toda la
clase estaba
sorprendida. Los chicos
más atrevidos de la sala
intercambiaron una
mirada y Guilherme vio
que ellos se preparaban
para humillar a Tiago.
Antes que ellos tuvieran
tiempo para actuar,
Guilherme comenzó a
tocar las palmas. En el
comienzo fue sólo él; después otros compañeros
se asociaron a él e
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inmediatamente
casi todos
tocaban las
palmas, y
decían: |
— ¡Muy bueno!
— ¡Felicidades!
— ¡El mejor texto que yo
ya vi!
Al ver la reacción de la
clase, Tiago quedó
emocionado y agradecido
a Guilherme por haber
tomado su defensa, pues
él también hube notado
que los abusadores no
perderían la oportunidad
de humillarlo.
Los dos gamberros
quedaron con la cabeza
baja, sin poder hacer
nada.
El profesor, que vio con
agrado la manifestación
del grupo, consideró:
— Tus compañeros tienen
razón, Tiago. ¡Tu
redacción está
excelente! Aún no vi
todas las redacciones,
pero creo que la tuya es
la mejor. ¡Felicidades!
Inclusive, yo voy a
mandarla para ser
publicada no sólo en el
boletín de la escuela,
sino también en el
periódico de nuestra
ciudad, para que todos
puedan tener
conocimiento de ella.
Los alumnos volvieron a
tocar las palmas,
animados.
La campañilla tocó y los
alumnos se prepararon
para dejar la clase.
Quedando el último,
Guilherme arreglaba su
material, cuando
percibió a Tiago a su
lado. El chico estaba
emocionado y, colocando
la mano en el hombro del
compañero, dijo:
— ¡Guilherme, gracias!
— Tú no tienes que darme
las gracias, Tiago. ¡Tú
texto es realmente muy
bueno!
Tiago tenía ahora una
expresión diferente, más
firme y confiada.
— Pero yo tengo que
agradecerte, sí. Si no
fuera por ti, aquellos
chicos me habrían tirado
para bajo de nuevo. Si
ellos comenzasen con las
bromas de siempre, los
demás irían a estar con
ellos, porque tienen
miedo. Pero tú no, tu
tomaste mi defensa y la
clase te siguió.
¡Gracias!
Guilherme acabó de
cerrar la mochila, y
mirando para el
compañero explicó:
— ¡Es a causa de la
levadura!
Tiago abrió los ojos,
espantado:
— ¿El quê?... ¡No
entendí!...
— Yo te explico. Pasa en
casa por la tarde y vas
a comer un bizcocho
delicioso que mi madre
hace.
Meimei
(Mensagem psicografada
por Célia Xavier de
Camargo en 14/2/2011.)
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