A Ricardo le gustaba
juguetear con su amigo
Pedro. Eran vecinos y
tenían más o menos la
misma edad. Pasaban por
la cerca que separaban
sus casas y jugueteaban,
ahora en la casa de uno
ahora en la casa del
otro.
De tarde en tarde, como
es natural entre niños,
ellos se desentendían y
quedaban días sin
hablarse. Pero ambos
sólo estaban contentos
cuando estaban juntos.
Cierto día, ellos
tuvieron una pelea y
Pedro dijo unas
palabrotas a Ricardo.
— ¡Boca sucia! — gritó
el otro.
Después, lleno de rabia,
y aún no contento con la
respuesta que hube dado
al amigo, Ricardo miró
para el suelo buscando
alguna cosa para golpear
a Pedro, pero nada
encontró.
Sin embargo, como llovió
en la víspera, aún había
barro en el patio.
Entonces, Ricardo agarró
un puñado de barro y se
preparaba para tirarlo
al vecino.
En ese momento la madre
de Ricardo, desde la
puerta de la cocina, vio
lo que él pretendía
hacer, y corrió al
patio.
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— Hijo mío, ¿qué estás
haciendo tú?
El niño miró a la madre,
después para sus manos y
dijo:
— ¡Yo iba a tirar el
barro a Pedro!... ¡Él me
llamo cosas muy feas,
mamá!
La madre llegó cerca del
hijo y consideró:
— ¿Y tú estarás más
feliz tirándole barro a
él?
— ¡Ah!... ¡Por lo menos,
yo lo dejaré bien
sucio!...
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La madre miró bien para
el hijo, y preguntó:
— Hijo mío, suciedad por
suciedad, ¡mira tus
manos!... ¿Notaste que
tú te ensuciaste
primero, Ricardo?
El chico miró para las
manos embarradas,
sorprendido, como si
sólo ahora lo notase.
— ¡Pero él me ofendió,
mamá!
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— Yo sé, hijo, pero
cuando Pedro te dirigió
palabrotas, antes de
alcanzarte, la boca de
él quedó toda sucia.
¡Además de eso, tú
también replicaste! |
El niño quedó pensativo
y la madre prosiguió:
— Cuando hacemos mal a
alguien, hijo mío, nos
alcanzamos primero a
nosotros mismos.
— Es verdad. Mis manos
están sucias y aún no le
tiré el barro a Pedro.
¿Entonces, qué hago
mamá?
La señora hizo una
caricia en la cabeza del
hijo y dijo:
— Piensa. ¿Qué actitud
es la mejor para tomar?
El chico pensó, pensó y
después pareció haber
encontrado la solución:
Si al hacer mal a
alguien yo me alcanzo
primero a mí mismo,
entonces si yo hago el
bien, la respuesta será
la misma. ¡Seré el
primero a ser
beneficiado!...
Entonces, Ricardo miró
para sus manos y vio el
barro que estaba
endureciendo. Corrió
hasta la fuente del
jardín y las lavó bien.
Después, miró por la
cerca y vio a Pedro que,
del otro lado, con los
ojos bien abiertos
esperaba su reacción.
Se dirigió hasta donde
estaba el vecino y lo
sorprendió diciendo:
— Pedro, pelear es feo y
no resuelve la
situación. Al contrario,
nosotros dos quedamos
solos y no tenemos con
quién jugar.
El otro, avergonzado de
lo que había hecho,
replicó:
— Yo no quería
ofenderte, Ricardo.
¡Cuando vi, ya había
hablado! Te pido
disculpas.
Ricardo oyó al vecino y
admitió:
— Yo también erré,
Pedro. Te llamé boca
sucia y quería llenarte
de barro. ¡Menos mal que
no lo tiré! Aprendí con
mi madre que, cuando
deseamos el mal de
nuestro prójimo, somos
los primeros a ser
alcanzados
Ricardo extendió la mano
para el otro y dijo:
— ¿Amigos?
— ¡Amigos!
Ambos, muy contentos,
fueron a contar a la
madre de Ricardo que
habían hecho las paces.
La señora sonrió y
abrazó a ambos.
— Hacer las paces es la
mejor cosa. Conservad la
amistad de vosotros y
jamás tendréis de que
arrepentiros.
Los chicos se abrazaron
y prometieron que nunca
más iban a pelear.
Ricardo y Pedro
crecieron, cambiaron de
escuela, fueron para la
facultad, pero jamás se
olvidaron de aquella
lección.
Y por toda la vida, cada
vez que surgía un
desentendimiento con
alguien, luego el
problema era resuelto a
través del diálogo, con
comprensión, tolerancia
y paz.
MEIMEI
(Mensagem recebida por
Célia Xavier de Camargo
em 21/2/2011.)
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