Los flagelos
destruidores en
una perspectiva
espirita
En el corto
periodo en que
esta revista
circula – desde
2007 para acá –
varios fueron
los flagelos
naturales aquí
analizados,
desde el
ocurrido en
Aquila hasta lo
más reciente que
acometió Nueva
Zelanda, y,
todavía, el tema
continúa,
delante del
terremoto
seguido del
tsunami que
estremeció Japón
en la semana
pasada.
Ya hemos dicho
oportunamente
que las
tragedias en
nuestro planeta
prosiguen en una
regularidad
impresionante,
sólo
modificándose
los locales
atingidos, como
a acordarnos que
es necesario que
cuidemos con
mayor intensidad
de los objetivos
que nos traen al
mundo, sin que
nos prendamos en
demasía a las
preocupaciones
de orden
material, por
naturaleza
transitorias y
pasajeras.
Las escenas del
tsunami
averiguado en
Japón,
arrastrando
barcos, coches y
casas con una
voracidad
inhabitual,
fueron
impresionantes y
nos enseñaron,
una vez más,
como somos
frágiles delante
de esas
ocurrencias y el
reducido valor
que tienen,
delante de
ellas, los
bienes cuya
adquisición nos
consume tanto
tiempo y dinero.
En la época de
la codificación
del Espiritismo,
los flagelos
naturales eran
también bastante
comunes, aunque
la morosidad de
los medios de
comunicación no
permitiese que
el mundo de
ellos tomase
conocimiento de
manera
instantánea,
como se averigua
actualmente.
El tema fue
evidentemente
tratado por
Kardec en sus
diálogos con los
inmortales. El
asunto consta de
la cuestiones
737 hasta 741
del Libro de
los Espíritus,
de donde podemos
extraer
informaciones
importantes que
adelante
sintetizamos:
1. Los flagelos
destruidores
tienen gran
utilidad del
punto de vista
físico. Muchas
veces cambian
las condiciones
de una región,
pero el bien que
de ellos resulta
sólo las
generaciones
venideras lo
experimentarán.
2. Tales
fenómenos son
pruebas que dan
al hombre
ocasión de
ejercitar su
inteligencia, de
demostrar su
paciencia y
resignación
delante de la
voluntad de
Dios, y le
ofrecen
oportunidad de
manifestar sus
sentimientos de
abnegación, de
desinterés y de
amor al prójimo,
si él no domina
el egoísmo.
3. Los flagelos
destruidores
objetivan hacer
con que la
Humanidad
terrena progresa
más deprisa. La
destrucción de
ahí decurrente
es una necesidad
para la
regeneración
moral de los
Espíritus.
4. Es necesario,
delante de esas
ocurrencias, ver
el objetivo para
que los
resultados
puedan ser
evaluados.
Nosotros los
consideramos
flagelos sólo
porque los
apreciamos a
través de
nuestro punto de
vista personal y
también por los
perjuicios que
ellos provocan.
5. Tales
subversiones
son, sin
embargo,
necesarias para
que más pronto
se dé el
advenimiento de
un mejor orden
de cosas y para
que se realice
en algunos años
lo que tendría
exigido muchos
siglos.
6. Para lograr
la mejora de la
Humanidad, Dios
emplea otros
medios y no sólo
los flagelos
destruidores,
pues dio a cada
uno los medios
de progresar por
el conocimiento
del bien y del
mal. El hombre,
sin embargo, no
se aprovecha de
esos medios y,
por eso, se hace
necesario que
sea castigado en
su orgullo y que
se le haga
sentir su
debilidad.
7. Muchos
sucumben en esas
ocasiones, tanto
el hombre de
bien como el
perverso. Pero
la vida del
cuerpo bien poca
cosa es, y un
siglo de nuestro
mundo no pasa de
un relámpago en
la eternidad.
8. Los cuerpos
son meros
disfraces con
que aparecemos
en el mundo. Por
ocasión de las
grandes
calamidades que
exterminan los
hombres, el
espectáculo es
semejante al de
un ejército
cuyos soldados,
durante la
guerra, se
quedasen con sus
uniformes
estropeados,
rotos o
perdidos. Pero
el general se
preocupa más con
la vida de sus
soldados que con
los uniformes de
ellos.
9. Si
considerásemos
la vida cual
ella es, y como
poca cosa
representa con
relación al
infinito, menos
importancia le
daríamos.
10. Sea la
muerte
ocasionada por
un flagelo, o
por una causa
común, nadie
deja por eso de
morir, desde que
haya sonado la
hora de la
partida. La
única
diferencia, en
caso de flagelo,
es que mayor
número parte al
mismo tiempo.
11. En una
futura
existencia, las
victimas de los
flagelos
encontrarán
amplia
compensación a
sus
sufrimientos, si
supiesen
soportarlos sin
murmurar.
12. Si, por el
pensamiento,
pudiéramos
elevarnos de
manera a ver la
humanidad y a
abarcarla en su
conjunto y esos
flagelos no nos
parecerán más de
que pasajeras
tempestades en
el destino del
mundo.
13. Un día será
dado a los
hombres conjurar
en parte los
flagelos que los
afligen, no, sin
embargo, como
generalmente lo
entienden.
Muchos flagelos
resultan de la
imprevisión del
hombre. A la
medida que
adquiere
conocimientos y
experiencia, él
los va pudiendo
prevenir, si él
sabe pesquisar
las causas.
14. Entre los
males que
afligen la
Humanidad hay,
no obstante,
aquellos que son
de carácter
general, que
están en los
decretos de la
Providencia y de
los cuales cada
individuo
recibe, más o
menos, el
contragolpe. A
esos nada puede
el hombre
oponer, a no ser
su sumisión a la
voluntad de
Dios.
*
Delante de
consideraciones
tan claras y
objetivas, nos
resta sólo
enviar a los
pueblos de Japón
y de los países
devastados en
más ese episodio
nuestras
vibraciones y
nuestras preces,
para que todos –
ellos y nosotros
– podamos
extraer de estos
momentos de
dolor fuerzas
nuevas para que
demos
proseguimiento a
la tarea que nos
compite en el
mundo en que por
ora nosotros
estamos.
|