Ensayo sobre la
Muerte
(Parte 1)
“Queréis
conocer el
secreto de la
muerte.
¿Pero como
podréis
descubrirlo si
no lo buscarais
en el corazón de
la vida?
La pareja del
búho, cuyos
ojos, hechos
para la noche,
son velados al
día, no puede
desvelar el
misterio de la
luz. Si queréis
realmente
contemplar el
espíritu de la
muerte, abrí
ampliamente las
puertas de
vuestro corazón
al cuerpo de la
vida.
Pues la vida y
la muerte son
una y la misma
cosa, como el
río y el mar son
una y la misma
cosa.
En la
profundidad de
vuestras
esperanzas y
aspiraciones
duerme vuestro
silencioso
conocimiento del
más allá; Y como
semillas soñando
bajo la nieve,
así vuestro
corazón sueña
con la
primavera.
Confiad en los
sueños, pues en
ellos se ocultan
las puertas de
la eternidad.
Vuestro temor de
la muerte es
semejante al
temor del
campesino cuando
comparece
delante del rey,
y este le
extiende la mano
en señal de
consideración.
¿No se regocije
el campesino, a
pesar de su
temor, de
recibir las
insignias del
rey?
¿Pero, no está
él más atento a
su temor que a
la distinción
recibida?
¿Pues, que es
morir sino
exponerse,
desnudo, a los
vientos y
disolverse en el
sol?
¿Y qué es cesar
de respirar sino
liberar el
hálito de sus
mareas agitadas,
a fin de que se
levante y se
expanda y busque
a Dios
libremente?
Es solamente
cuando bebáis
del río del
silencio que
podréis
realmente
cantar.
Es solamente
cuando alcancéis
la cima de la
montaña que
comenzaréis a
subir.
Es cuando la
tierra
reivindique
vuestros
miembros que
podréis
verdaderamente
bailar.”
(Gibran Khalil
Gibran.)
Llega un
determinado
momento de la
existencia del
ser humano que
le parece no
tener más
presión
psicológica del
corazón y del
pensamiento. Los
sueños son
dejados de lado.
Las nuevas
esperanzas son
empanadas por la
edad madura. La
vida parece
estacionar...
los hijos ya
están más o
menos
encaminados, ya
no se tienen
desafíos
naturales de la
vida familiar,
las horas,
semanas, meses y
años pasan
uniformes e
indiferentes.
Ese cuadro de
apatía es común
en muchos de
nosotros, que
aún no
aprendemos a
cultivar el
tiempo precioso
en la labor del
bien individual
y colectivo. Y
en las valiosas
conquistas del
Espíritu.
Leyendo la obra
Obreros de la
Vida Eterna, de
André Luiz,
dictada al
nostálgico Chico
Xavier,
encontramos: “Nuestros
amigos de la
esfera carnal
son aún muy
ignorantes para
el trato con la
muerte. (...)
Por eso es por
lo que, de
momento, los
muertos que
entregan
despojos a los
solitarios
tanatorios de la
indigencia son
mucho más
felices.”
(pág. 224)
Tal afirmación
nos provocó gran
impacto e hizo
que
reflexionáramos.
¿Estamos
suficientemente
educados para la
muerte?
La magna
cuestión nos
inquietaba día
trás día.
Concluimos que
no, a despecho
de las valerosas
enseñanzas
espíritas.
Por eso
resolvemos
contribuir,
modestamente,
con el
pensamiento
espírita
cristiano a
través de este
sencillo ensayo.
Llegará el día,
inexorable, en
que dejaremos el
nido planetario.
Reflexionar
sobre esa
transición
natural es de
suma importancia.
¡De este modo,
hicimos un
recorte de
algunas obras
del Espiritismo
y breves
comentarios
acerca de la
temática que no
se agotan! Al
contrario,
fomentan el
debate fraterno
en los estudios
sistematizados
de la doctrina
espírita. Es
necesario que el
amigo lector
comprenda
que no se
encuentran
catalogadas
directrices
jactanciosas con
la presunción de
enseñar un
fenómeno que
será impar para
cada uno de
nosotros. Es
importante saber
lo que está
descrito
ricamente en la
literatura
espírita para
que en el
momento de la
crisis de la
muerte no nos
desesperemos.
Pero, todas los
cambios del
momento
dependerán de
nuestro modus
vivendi mientras
aún estamos
encarnados... La
muerte no es
ninguna
mensajera de
transformaciones.
Cada uno muere
conforme vive.
¿Qué es la
muerte?
Durante un ancho
periodo de la
historia
terrestre, la
muerte era
considerada la
cesación del
funcionamiento
cardíaco y
respiratorio.
De hecho, el
cerebro sufre
daños
irreversibles
privándose de
oxígeno por más
de cuatro
minutos. De este
modo, en la
antigüedad, el
criterio
utilizado era
solamente
analizar esa
función (la
respiración)
para constatar
la muerte de una
persona.
Con el
advenimiento
científico-tecnológico,
particularmente
los aparatos de
ventilación
mecánica, fue
posible revertir
un cuadro de
parada
respiratoria. De
tal modo que,
las personas que
antes eran
consideradas
muertas, gracias
a los aparatos y
medicamentos,
volvían a la
vida orgánica.
A partir de la
década de 1960
se hizo más
importante aún
establecer el
momento de la
muerte, visto
ser ejecutado ya
en aquel momento
el trasplante de
órganos.
A partir de eso,
las autoridades
médicas del
mundo
establecieron
que la muerte
orgánica ocurre
cuando hay
“pérdida
completa e
irreversible del
tronco
cerebral”. O
sea, cuando el
órgano cerebral
no presenta más
actividades (que
son detectadas
por aparatos
específicos) se
teme la muerte,
aunque los otros
órganos puedan
estar en pleno
funcionamiento.
Temor de la
muerte
El preclaro
Codificador de
la Doctrina
Espírita, Allan
Kardec, en la
obra El Cielo y
el Infierno
tuvieron ensayo
de reflejar y
escribir sobre
el temor de la
muerte. Él
inicia su
explicación
aseverándonos
que es intuitiva
la certeza de la
inmortalidad del
alma en todos
los seres
humanos,
independiente
del contexto
cultural en que
se vive. Del
silvícola al ser
humano
considerado más
civilizado, la
creencia de la
vida después de
la desagregación
molecular es una
certeza
incontestable. A
despecho de esa
centinela
interior
cantando la
inmortalidad en
nuestras mentes
y corazones, aún
perdura el
sentimiento de
temor al
fenómeno de la
muerte. ¿Por qué
ocurre eso?
Veamos lo que
nos dice el
egregio
Codificador en
la obra
referida:
1. Efecto de
la sabiduría
divina.
Hay en toda
criatura,
principalmente
en el ser
humano, un
instinto de
conservación.
Ese instinto es
un efecto de la
sabiduría
divina, porque
tiene por
objetivo evitar
que nos
retiremos
prematuramente
de la existencia
material. El
fragor de las
luchas
cotidianas, la
supervivencia,
los “caprichos”
de la vida, el
trabajo, la
familia y la
esperanza en el
porvenir, entre
otros factores,
dan sentido
psicológico a la
existencia
terrestre y
hacen que no la
abandonemos.
2. Noción
insuficiente de
la Vida Futura.
Reflexionar e
intentar
comprender el
porvenir son de
fundamental
importancia para
aquellos que se
dedican a los
estudios
espiritistas.
Muchas veces,
realizamos una
lectura
superficial de
los fenómenos de
desencarnación
en la literatura
sin atender a
las entrelíneas.
Un sin-número de
veces no
conseguimos
adiestrar
nuestra mente a
la verdad
incontestable
del Espíritu
inmortal, porque
damos más valor
a la cosas que
nos afectan las
impresiones
sensoriales que
a los hechos
espirituales que
acompañan al ser
humano desde que
el primer hombre
habitó la
Tierra. Dar más
valor al
espíritu es la
meta del ser
humano moderno.
No se puede
olvidar más esa
cuestión.
3. Educación.
Históricamente
el ser humano ha
recibido una
educación no muy
confortadora
acerca del
porvenir. Le fue
presentado un
paraíso ocioso y
tedioso, pisado
en una beatitud
contemplativa;
un infierno
eterno y repleto
de torturas
terribles; un
Dios
castigador,
vengativo...,
entre otros
hechos. Allan
Kardec asevera
aún: “Los siglos
se suceden a los
siglos y no hay
para tales
desgraciados
siquiera el
consuelo de una
esperanza y, lo
que es más
atroz, en nada
les aprovecha el
arrepentimiento.
De otro lado,
las almas
convalidas
y afligidas del
purgatorio
aguardan la
intercesión de
los vivos que
orarán o harán
orar por ellas,
sin nada hacer
de esfuerzo
propio para
progresar.”
(pág. 23)
Las prácticas
exteriores, el
bautismo para
ser salvado, la
“compra” de
inducciones que
sirven de
intermedio para
gozos eternos
etc. corresponde
al que nos fue
pasado
históricamente.
Se trata de una
educación obtusa
que nos castra
la razón. Y el
menor
razonamiento nos
lleva a
creer que no
pasan de
cuestión fútil
de la moralidad
inferior del ser
humano. No se
concilian con la
práctica de la
caridad por el
individuo, con
su
transformación
moral, con su
contribución
para la
edificación de
un mundo
mejor...
4. Apego a
los bienes
materiales.
El apego a los
bienes
materiales es un
reflejo de la
histórica
educación
equivocada que
hemos recibido.
Vivimos en un
mundo
“sujetivo”. Es
más atractivo
tener cosas que
ser personas
mejores.
Buscamos
incesantemente
la fortuna, los
placeres
sensoriales, la
grasa de la
comida pesada,
el alcohol etc.
Damos valor a
las cosas tan
insignificantes
que, bajo
nuestra óptica
errónea, es
difícil
delimitar la
frontera entre
lo superfluo y
lo necesario.
Nos gustaría
abrir un
paréntesis para
reproducir la
poesía de
Fernando Correia
Pina que refleja
esa situación
que vivimos en
el mundo.
Veamos:
Saldo Negativo
Duele mucho más
arrancar un
cabello de un
europeo que
amputar una
pierna, en frío,
de un africano.
Pasa más hambre
un francés con
tres comidas por
día que un
sudanés con un
ratón por
semana.
Es mucho más
enfermo un
alemán con gripe
que un hindú con
lepra. Sufre
mucho más una
americana con
caspa que una
iraquí sin leche
para los hijos.
Es más perverso
cancelar la
tarjeta de
crédito de un
belga que robar
el pan de la
boca de un
tailandés. Es
mucho más grave
tirar un papel
al suelo en
Suiza que quemar
un bosque entero
en Brasil.
Es mucho más
intolerable el
shador de una
musulmana que el
drama de mil
desempleados en
España. Es más
obscena la falta
de papel
higiénico en un
hogar sueco que
la de agua
potable en diez
aldeas de Sudán.
Es más
inconcebible la
escasez de
gasolina en
Holanda que la
de insulina en
Honduras. Es más
rebelde un
portugués sin
celular que un
mozambiqueño sin
libros para
estudiar.
Es más triste
una naranja seca
en un kibutz
hebreo que la
demolición de un
hogar en
Palestina.
Traumatiza más
la falta de una
Barbie de una
niña inglesa que
la visión del
asesinato de los
padres de un
niño ugandés y
esto no son
versos; esto son
débitos en una
cuenta sin
provisión del
Occidente.
El canto del
poeta portugués
refleja el mundo
caótico en que
vivimos y la
inversión de los
valores que
adoramos. El
apego a los
bienes
materiales es de
tal naturaleza
que somos
incapaces (con
raras y honrosas
excepciones) de
sensibilizarnos
con nuestros
hermanos
desafortunados.
Desde que la
situación
negativa no nos
alcance, todo
está muy bien.
Sólo conocemos
el drama del
otro, cuando lo
vivimos. Y la
objeción de la
vida terrestre
es un óbice a
una mejor
comprensión de
la vida futura.
El fenómeno de
la muerte es
encarado más
negativamente
que con
esperanza. Las
ceremonias que
la envuelven son
repletas de
escenas tristes
y que de cierto
modo causan
pavor. La idea
de pérdida nos
rodea en todo
momento; sin
embargo, se hace
menester que esa
lúgubre idea
desaparezca. La
pérdida no
existe. Sino
sólo una breve
nostalgia que
acabará tan
pronto llegue el
momento del
reencuentro
sellado por la
muerte.
Entrenamiento
para la muerte
El capítulo
“Entrenamiento
para la muerte”
presente en la
obra Cartas y
Crónicas,
psicografiada
por Francisco
Cândido Xavier,
de autoría del
Espíritu Hermano
X, es una
síntesis de
nuestra conducta
antes del gran
viaje.
De entrada, el
ínclito
comentarista del
Más Allá se ve
incapacitado
para la tarea de
traer algunas
informaciones
importantes para
nuestro
comportamiento
antes de la
desencarnación.
Sin embargo,
debido a sus
incontables
textos de
belleza in
común, somos
inclinados a
continuación sus
seguras
orientaciones
que presentamos
más abajo.
Lo que anhela el
Hermano X en el
texto mencionado
es sugerir
cambios aún
cristalizadas en
nosotros y que,
de cierta
manera, son
obstáculos
difíciles cuando
nos encontramos
en la
erraticidad.
Nos dice él:
“Comience la
renovación de
sus costumbres
por el plato de
cada día.
Disminuya
gradualmente la
voluptuosidad de
comer la carne
de los animales.
El cementerio en
la barriga es un
tormento, tras
la gran
transición. El
lomo de cerdo o
el bistec de
ternera,
templados con
sal y pimienta,
no nos sitúan
muy lejos de
nuestros
antepasados, los
tamoios y los
caiapós, que se
devoraban unos a
los otros. Los
excitantes
anchamente
ingeridos
constituyen otra
peligrosa
obsesión.” (pág.
22)
La temática
sobre la
ingestión o no
de carne ya es
vieja conocida
de aquellos que
se dedican a los
estudios
espiritualistas
(1).
Todas nuestras
idiosincrasias
son llevadas con
nosotros para el
mundo
espiritual.
Reflexionar
sobre nuestra
alimentación e
intentar
modificarla,
haciéndola
mejor, es una
tarea que no
podemos
postergar más.
Afirma con mucha
propiedad el
Espíritu Hermano
X que nosotros
debemos
modificar
nuestra
alimentación
paulatinamente.
Cuando hacemos
apuntes sobre
esa cuestión de
la alimentación
carnívora en
nuestros
estudios y/o
artículos
publicados
recibimos las
críticas de los
compañeros
espíritas de que
lo importante es
la
transformación
moral. ¡Es obvio
que los valores
morales tienen
prioridad! Ni
discutimos tal
cuestión, pero
no podemos
ignorar las
enseñanzas y
recomendaciones
soberanamente
divulgados por
los Espíritus
benefactores que
hacen tales
afirmaciones
para nuestra
propia evolución
y mejoría.
(Continúa en
la próxima
edición.)
(1)
Si el lector
tiene interés,
tuvimos deseo de
publicar un
breve artículo
sobre la
temática en la
Revista
Internacional de
Espiritismo de
octubre de 2005,
así como en las
ediciones 174 y
175 de esta
misma revista,
disponible en
http://www.oconsolador.con.br/año4/174/especial.html
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