Pedrito es un niño bueno
y tiene sólo cinco años,
pero él tiene un gran
defecto: la pereza.
Pedrito tiene pereza de
tomar el baño, de
mudarse, de limpiar los
dientes y,
principalmente de calzar
los tenis. Cada día era
una dificultad hacerlo
prepararse para ir a la
escuela. Y él protestaba
para la mamá:
— ¿Por qué tengo que
vestir uniforme? ¿Por
qué tengo que calzar
tenis? ¿Por qué tengo
que limpiar los dientes?
¿Por qué?... ¿Por
qué?...
Y la mamá explicaba, con
inmenso cariño:
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— Hijo mío, todos
nosotros tenemos que
hacer estas mismas cosas
la vida entera, y
aprendemos en la
infancia. La mamá, el
papá, sus hermanos, sus
amiguitos, todos. Así,
creamos hábitos de una
vida saludable que nos
acompañan durante toda
la existencia.
Pero Pedrito replicaba:
— ¡Pero no me gusta
hacer las mismas cosas
todos los días, mamá!
La madre, con paciencia,
colocó al hijo en brazos
y explicó:
— Pedrito, los hábitos
de higiene son
necesarios hasta para no
quedar enfermos.
¡Piensa! ¿Y si tú no
tomaras baño, no
cambiaras de ropas, no
limpiaras los dientes?
¿Qué va a ocurrir?
— ¡Voy a quedar sucio,
hum!...
— Exactamente. Y, en
poco tiempo, estará
oliendo tan mal que
nadie va a querer estar
cerca de ti.
¿Entendiste?
— Entendí, mamá. Tú
tienes razón. No quiero
ser llamado cerdo.
La madrecita dio una
carcajada y concordó:
— ¡Es eso mismo,
Pedrito! ¿Pero sabes que
ni a los cerdos les
gusta la suciedad?
Ellos viven en el lodo
porque, por mucho
tiempo, se juzgó que a
ellos les gustaba la
suciedad. Después,
descubrieron que, en
verdad, ellos se
revuelcan en el lodo
intentando lavarse,
quedar limpios. ¡Por
eso, hoy, hay cerdos que
son bien tratados y
viven en lugares
limpios! Pero ahora
basta de conversación,
hijo. Tenemos que
apresurarnos o tú
llegarás retrasado a la
escuela. Pedrito fue
para la escuela, pero la
conversación que él tuvo
con la madre no le salía
de la cabeza, a la hora
de dormir, mientras se
ponía el pijama, él
hablaba solo:
— Mamá tiene razón,
tomar baño, colocar
ropas limpias, lavar los
dientes, todo es
importante. ¿Pero,
calzar tenis? ¡Debería
tener un modo más fácil
sin que la gente
necesitara amarrar!
La verdad es que Pedrito
sentía pereza de amarrar
y desamarrar los
zapatos. Entonces, en
ese instante, él pensó:
¿Y si yo pusiera cola en
los tenis? ¡Ellos no
saldrían más! ¡Buena
idea!...
Pensando así, el niño se
durmió.
Despertó y, sin que
nadie lo viera, Pedrito
buscó un pegamento que
la madre guardaba en un
armario, bien escondido,
y esparció dentro del
calzado. ¡Quedó feliz!
¡Había resuelto su
problema!
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Luego, Pedrito percibió
que no conseguía
retirarlos de los pies;
intentó quitar los
calcetines, pero tampoco
lo consiguió. Estaba
todo pegado, pies,
calcetines, tenis. A La
noche, el modo fue
dormir calzado. |
En la mañana siguiente,
la madre extrañó verlo
acostado con los tenis,
pero creyó que él ya los
hubiera calzado. A La
hora del baño, Pedrito
intentó quitar de los
pies y no consiguió; fue
obligado a entrar bajo
la ducha con los tenis.
Al ver al hijo tomando
un baño con calcetines y
tenis, la madre
preguntó:
— ¿Qué está ocurriendo,
Pedrito?
Lleno de miedo, el niño
tuvo que explicar para
la madre que hube pasado
pegamento y que ahora no
conseguía quitarlos.
Ella quedó muy
preocupada, pues el
pegamento que él había
usado era bien fuerte y
resistente. Sin embargo,
tras informarse, la
madre se tranquilizó,
entendiendo que era
necesario esperar que
terminara el efecto de
la cola.
Entonces, Pedrito hacía
todo con tenis: dormía,
tomaba baño, iba para la
escuela etc. El calzado
y los calcetines mojaban
y enjugaban en sus pies.
En virtud de eso, él
pasó a exhalar un mal
olor dañino y, al saber
la razón, los compañeros
se alejaban riendo y
ofendiéndolo.
Pedrito, desesperado,
lloró, lloró mucho. Se
sentía bastante
avergonzado y no
soportaba más esa
situación. ¡No quería
más ni ir para la
escuela! Entonces, en
lágrimas, él pidió:
— ¡Jesús, ayúdame! ¡No
aguanto más!...
Y llorando, él gritaba:
— ¡Mamá! ¡Mamá!...
La madre entró en el
cuarto, aterrorizada con
los gritos del hijo:
— ¿Qué pasó, Pedrito?
¿Por qué estás gritando
así?
Entonces, Pedrito
despertó en su cama, en
lágrimas:
— ¡Ay, mamá! ¡No aguanto
más quedarme con estos
tenis! ¡Ese mal olor me
hace mal! ¡No voy más
para la escuela!...
— ¡Cálmate, hijo mío!
¿De qué tenis estás
hablando?...
Pedrito, aún
descontrolado, quitó la
sábana y miró para sus
pies. Para su sorpresa,
él vio que estaba
descalzo y no sintió más
aquel horrible mal olor.
¡Estaba todo normal!
— Mamá, pero yo puse
cola en los pies y no
conseguía quitarme más
los tenis…
La madrecita comprendió
lo que había pasado.
— Fue sólo un sueño,
hijo mío. ¡Ya pasó!
Cálmate…
¡Entonces, aliviado,
Pedrito entendió que
todo fue realmente un
sueño!...
— ¡Mamá! Tuve un sueño
horrible esta noche.
Nunca más voy a tener
pereza de calzar tenis.
Y contó a la madrecita
lo que había soñado.
Después, más que
deprisa, él corrió para
tomar el baño y quedar
bien limpio. La madre,
satisfecha, entendió que
él hubo recibido una
lección, y mentalmente
agradeció a Jesús por la
ayuda que su hijo
recibió.
Satisfecho y animado, el
niño prometió:
— Aprendí la lección,
mamá. De aquí para
adelante, voy a hacer
todo bien del modo que
tú me enseñaste. Nunca
más voy a tener pereza
de nada, ¡especialmente
de calzar tenis!...
Meimei
(Recebida por Célia
Xavier de Camargo em 11
de abril de
2011.)
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