Luizinho era un chico
bastante experto e
inteligente. A todos
gustaba él, pero tenía
un defecto serio: la
impaciencia.
Agitado, quería siempre
resolver todo en el
momento. Pasaba por
encima de las personas
para conseguir lo que
quería. La madre, con
voz mansa, intentaba
contenerlo:
— ¡Calma, Luizinho!
¡Todo tiene un tiempo
seguro!
¡relájate, hijo mío!...
A la hora del almuerzo
era un problema. Al
llegar de la escuela, si
el almuerzo aún no
estaba listo, el niño no
conseguía esperar.
— ¡Quiero almorzar
ahora, mamá!
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— ¡El almuerzo aún no
está listo! Ten un poco
más de paciencia, hijo.
— ¡No! Estoy muriéndome
de hambre.
¡Quiero ahora!
Y como él ya tenía ocho
años, cogía el plato e
iba hasta el fuego a
servirse. Comía y
después protestaba que
la comida no estaba
buena, a lo que la madre
replicaba:
|
— ¡Pero yo te avise,
Luizinho!
Y así era en todos los
lugares. En la escuela,
en día de examen, él
tenía mucha prisa en
coger la hoja con las
preguntas; después, en
la prisa de devolver
inmediatamente, ni
conseguía responder
cierto.
Luizinho gustaba mucho
del maíz verde. Como el
patio era grande, un día
él decidió sembrar
algunos granos de maíz,
ya pensando en las
lindas espigas que
vendrían y en la tarta
que su madre haría con
ellas.
Así, él regaba el
terreno donde había
tirado los granos y
después se sentaba y se
quedaba mirando para ver
si ellas brotaban, y
protestaba:
— ¡Mamá, está tardando
mucho!...
La madre preocupada con
la actitud del hijo, un
día dijo:
— Luizinho, es asimismo.
Las plantitas van a
tardar en nacer. Ve a
hacer otra cosa, hijo
mío, aprovecha tu
tiempo.
Hasta que, después de
una lluvia, aparecieron
las primeras hojas, bien
verdes. Y luego ellas
comenzaron a crecer...
crecer... crecer...
hasta que las primeras
espigas fueron
surgiendo.
Pero Luizinho estaba muy
impaciente y la madre
necesitaba contenerlo.
Hasta que, sin conseguir
esperar más, un día él
despertó bien pronto y
fue hasta el patio.
Arrancó algunas espigas
y corrió a mostrar para
la madre, satisfecho.
— ¡Mamá, mira! ¡Ya tengo
mis espigas de maíz! ¡Tú
ya puedes hacer una
tarta con ellas!...
Al verlo entrar en la
cocina con los brazos
llenos, la madre llegó
cerca de él, miró para
lo que él había cogido
y, llena de piedad,
explicó:
— Hijo mío, estas
espigas aún no están al
punto. Son muy nuevas y
tú las estropeaste
retirándolas de los
tallos antes del tiempo.
¡Mira! ¡No tienen
granos!...
— ¿Quiere decir que no
van a servir para nada?
— Eso mismo. Puedes
tirarlas a la basura.
|
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El chico se sentó con la
cabeza baja, triste y
desanimado. La madrecita
se aproximó a él y lo
envolvió con amor. |
— Luizinho, todo tiene
una hora cierta. La
naturaleza trabaja según
sus leyes, y no adelanta
querer estropear su
desarrollo. Por ejemplo,
el niño nace y necesita
de un tiempo para
desarrollarse y
aprender. ¿Recuerdas
cuando tú aún no sabías
leer ni escribir? ¿Todo
era difícil, no es?
Ahora, tú lees y
escribes con facilidad.
Antes, tu cabecita no
estaba preparada para
aprender esas cosas. ¡Y
así ocurre todo el
tiempo!...
El niño, al oír las
palabras de la madre
comenzó a reír,
recordando sus
experiencias.
— Mamá, ¿recuerdas
cuantas caídas yo tuve
para aprender a andar
con la bicicleta? ¡Yo
quedaba todo arañado!...
¡Y cuando quise aprender
a jugar fútbol, como fue
difícil! Y...
El chico, volviendo al
pasado, se acordaba de
sus dificultades y reía
mucho.
— Es verdad, hijo mío.
¡Cuántos golpes, cuantas
caídas!... Y en relación
a la naturaleza, ocurre
exactamente así. Los
animales, las plantas,
todos tienen un tiempo
ciertoo para
desarrollarse,
¿entendiste?
El niño respiro hondo,
lamentando lo que había
hecho, y preguntó:
— ¿Y ahora, mamá?
¿Estropee mí plantación
de maíz?
Había tanta frustración
en los ojos de él que la
madre lo abrazó con
cariño, consolándolo:
— No, hijo mío. Por lo
que pude notar tú
estropeaste sólo algunos
tallos. En los demás,
las espigas continuarán
creciendo hasta el punto
de ser cogidas. Jesús
nos habla que todo tiene
un tiempo cierto, y
dice: Primero la
hierba, después la
espiga y, por último, el
grano lleno en la
espiga. 1
Él sonrío más animado y
mostró que había
entendido:
— Está bien, mamá. Nunca
más voy a estropear
nada.
¡Puedes creerlo!...
Y durante toda su
existencia, esa
enseñanza sirvió de
guión para Luizinho. De
temperamento ansioso, él
pasó a aceptar el tiempo
de todas las cosas,
buscando ser más
tranquilo y paciente, no
actuando por impulso.
Para tomar una actitud o
decisión, sea en el área
estudiantil, profesional
o sentimental, se
acordaba siempre de las
palabras de Jesús:
Primero la hierba,
después la espiga y, por
último, el grano lleno
en la espiga.
Meimei
(Recebida por Célia
Xavier de Camargo, em
25/04/2011.)
[1]
Marcos, 4:18.
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