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Espiritismo para los niños - Célia X. de Camargo - Português Inglês 
Año 5 213 12 de Junio de 2011 

 
                                                            
Traducción
Isabel Porras Gonzáles - isy@divulgacion.org

 

Lina, la lagartija

 

Lina, pequeña lagartija, estaba en la pared de una casa y oyó dos chicos conversando. Eduardo, el mayor, mirando para lo alto con cara de enojo, dijo para el hermano de sólo dos años:

— ¡Voy a acabar con ese bicho horrible! Para nada sirve y afea nuestra casa.

Llena de miedo, Lina corrió a esconderse en un rincón, entre las tablas del revestimiento, donde vivía con su madre. Ella estaba muy triste, y la madre quiso saber el motivo de tanta tristeza.

— ¡Ah, mamá! ¡El chico, aquel que llaman Eduardo, dijo que soy horrible y que no sirvo para nada!

La madre, cariñosa, procuró calmarla, levantándole el ánimo:

— Lina, la belleza es algo que depende del gusto de cada uno. Tú eres mi hija y yo te encuentro linda. ¡Y nosotros, las lagartijas, somos muy útiles, sí!  

En ese momento, la madre-lagartija se calló porque hube entrado en la sala la dueña de la casa. Luego enseguida, apareció el chico con un palo en la mano. Él miró para lo alto y preguntó:

— ¿Dónde esta ella? ¿Dónde se escondió? ¿Dónde?

Sorprendida, la señora quiso saber:

— ¿Ella quién, hijo mío?

— ¡Aquella lagartija horrorosa! Estaba allí ahora mismo — gritaba él, indicando con el dedo el alto de la pared.

La madrecita, más experimentada y amorosa, dijo:

— Eduardo, deja al pobre bichito en paz. La lagartija no te hizo nada. Es un ser creado por Dios, como nosotros, y merece respeto.

— ¡Pero, mamá! ¡Esa lagartija no sirve para nada!

— Tú te engañas, hijo mío. Las lagartijas tienen un papel muy importante: ellas se alimentan de

insectos nocivos y, de ese modo, colaboran en la limpieza de nuestra vivienda.

— ¿Es verdad así, mamá?

— Sí. Es verdad.

El niño pensó un poco y replicó:

— ¿Mamá, pero son mismo seres creados por Dios? — A buen seguro, hijo. Dios, nuestro Padre, es el creador de todo el universo. ¡Todo lo que existe es obra de Dios! Plantas, animales, seres humanos, finalmente, toda la Naturaleza; nuestro planeta Tierra y todo lo demás que existe en el cosmos.

— ¿Pero para qué Dios creo todo eso?

— Para la evolución. Todos nosotros progresamos siempre, continuamente. Podemos decir hasta que nosotros ya fuimos lagartijas arrastrándonos todo el tiempo por las paredes.

— ¡No creo! ¿Y las hormigas? ¿Los insectos? ¿Las mariposas? ¿Los pájaros? ¿Los animales feroces? Y...  

— Es verdad, Eduardo. Cuando el Padre creó el principio inteligente, o espíritu, él comenzó bien pequeñito, como simple molécula y fue desarrollándose a lo largo del tiempo, pasando por las diversas especies, progresando siempre hasta alcanzar la fase de ser humano. ¿Entendiste?

El chico se tocaba la cabeza, mirando para la pared, donde dos lagartijas estaban paradas, ojos abiertos, cuello estirado para el frente, como si estuvieran oyendo, interesadas, la conversación de él con la madre.

— ¡Espíritu yo sé lo que es! ¿Pero cómo progresa él?

— A través de las reencarnaciones, o vidas sucesivas.

— ¡Ah!... — ¿y eso no tiene fin?

— Claro que tendrá un fin. Cuando aprendamos a amar como Jesús nos enseñó y cuando haya alcanzado todo el conocimiento. Entonces, será un espíritu perfecto. Jesús, para nosotros, es el símbolo de la perfección.

El chico estaba perplejo y pensativo.

— ¡Pero va a tardar mucho, mamá!

— Ciertamente. Pero eso no importa. Tendremos todo el tiempo que nos fuera necesario.

Eduardo irguió la cabeza para lo alto y miró a las dos lagartijas con más respeto. Dentro de sí un nuevo concepto se hubo instalado: como él, ellas también eran hijas de Dios.

Se volvió para la madrecita, haciendo un gesto con las manos y se rindió:

— ¡Al final, ellas no son tan feas así!

La madre sonrió y abrazó al hijo con infinito amor.

En lo alto de la pared, la lagartija-madre abrazó a Lina. Ellas estaban contentas. La conversación entre madre e hijo fue muy instructiva para ellas también, que ahora se sentían más valoradas.

— ¿Tú oíste, Lina? ¡Nosotras también somos hijas de Dios!

Y de aquel día en delante, no necesitaron más tener miedo de Eduardo.  Él se hubo transformado, pasando a respetar a todos, fueran plantas, animales o seres humanos.

En la escuela, al percibir que él había cambiado, los compañeros quisieron saber la razón, y Eduardo les contó sus nuevos conocimientos, mejorando la relación de todos con el mundo en que vivían.


MEIMEI


(Recebida por Célia X. de Camargo, em Rolândia-PR, em 2/5/2011.)   



                                                         
                          



O Consolador
 
Revista Semanal de Divulgación Espirita