Lina, pequeña lagartija,
estaba en la pared de
una casa y oyó dos
chicos conversando.
Eduardo, el mayor,
mirando para lo alto con
cara de enojo, dijo para
el hermano de sólo dos
años:
— ¡Voy a acabar con ese
bicho horrible! Para
nada sirve y afea
nuestra casa.
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Llena de miedo, Lina
corrió a esconderse en
un rincón, entre las
tablas del
revestimiento, donde
vivía con su madre. Ella
estaba muy triste, y la
madre quiso saber el
motivo de tanta
tristeza.
— ¡Ah, mamá! ¡El chico,
aquel que llaman
Eduardo, dijo que soy
horrible y que no sirvo
para nada!
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La madre, cariñosa,
procuró calmarla,
levantándole el ánimo:
— Lina, la belleza es
algo que depende del
gusto de cada uno. Tú
eres mi hija y yo te
encuentro linda. ¡Y
nosotros, las
lagartijas, somos muy
útiles, sí!
En ese momento, la
madre-lagartija se calló
porque hube entrado en
la sala la dueña de la
casa. Luego enseguida,
apareció el chico con un
palo en la mano. Él miró
para lo alto y preguntó:
— ¿Dónde esta ella?
¿Dónde se escondió?
¿Dónde?
Sorprendida, la señora
quiso saber:
— ¿Ella quién, hijo mío?
— ¡Aquella lagartija
horrorosa! Estaba allí
ahora mismo — gritaba
él, indicando con el
dedo el alto de la
pared.
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La madrecita, más
experimentada y amorosa,
dijo:
— Eduardo, deja al pobre
bichito en paz. La
lagartija no te hizo
nada. Es un ser creado
por Dios, como nosotros,
y merece respeto.
— ¡Pero, mamá! ¡Esa
lagartija no sirve para
nada!
— Tú te engañas, hijo
mío. Las lagartijas
tienen un papel muy
importante: ellas se
alimentan de
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insectos nocivos
y, de ese modo,
colaboran en la
limpieza de
nuestra
vivienda. |
— ¿Es verdad así, mamá?
— Sí. Es verdad.
El niño pensó un poco y
replicó:
— ¿Mamá, pero son mismo
seres creados por Dios?
— A buen seguro, hijo.
Dios, nuestro Padre, es
el creador de todo el
universo. ¡Todo lo que
existe es obra de Dios!
Plantas, animales, seres
humanos, finalmente,
toda la Naturaleza;
nuestro planeta Tierra y
todo lo demás que existe
en el cosmos.
— ¿Pero para qué Dios
creo todo eso?
— Para la evolución.
Todos nosotros
progresamos siempre,
continuamente. Podemos
decir hasta que nosotros
ya fuimos lagartijas
arrastrándonos todo el
tiempo por las paredes.
— ¡No creo! ¿Y las
hormigas? ¿Los insectos?
¿Las mariposas? ¿Los
pájaros? ¿Los animales
feroces? Y...
— Es verdad, Eduardo.
Cuando el Padre creó el
principio inteligente, o
espíritu, él comenzó
bien pequeñito, como
simple molécula y fue
desarrollándose a lo
largo del tiempo,
pasando por las diversas
especies, progresando
siempre hasta alcanzar
la fase de ser humano.
¿Entendiste?
El chico se tocaba la
cabeza, mirando para la
pared, donde dos
lagartijas estaban
paradas, ojos abiertos,
cuello estirado para el
frente, como si
estuvieran oyendo,
interesadas, la
conversación de él con
la madre.
— ¡Espíritu yo sé lo que
es! ¿Pero cómo progresa
él?
— A través de las
reencarnaciones, o vidas
sucesivas.
— ¡Ah!... — ¿y eso no
tiene fin?
— Claro que tendrá un
fin. Cuando aprendamos a
amar como Jesús nos
enseñó y cuando haya
alcanzado todo el
conocimiento. Entonces,
será un espíritu
perfecto. Jesús, para
nosotros, es el símbolo
de la perfección.
El chico estaba perplejo
y pensativo.
— ¡Pero va a tardar
mucho, mamá!
— Ciertamente. Pero eso
no importa.
Tendremos todo el tiempo
que nos fuera necesario.
Eduardo irguió la cabeza
para lo alto y miró a
las dos lagartijas con
más respeto. Dentro de
sí un nuevo concepto se
hubo instalado: como él,
ellas también eran hijas
de Dios.
Se volvió para la
madrecita, haciendo un
gesto con las manos y se
rindió:
— ¡Al final, ellas no
son tan feas así!
La madre sonrió y abrazó
al hijo con infinito
amor.
En lo alto de la pared,
la lagartija-madre
abrazó a Lina. Ellas
estaban contentas. La
conversación entre madre
e hijo fue muy
instructiva para ellas
también, que ahora se
sentían más valoradas.
— ¿Tú oíste, Lina?
¡Nosotras también somos
hijas de Dios!
Y de aquel día en
delante, no necesitaron
más tener miedo de
Eduardo. Él se hubo
transformado, pasando a
respetar a todos, fueran
plantas, animales o
seres humanos.
En la escuela, al
percibir que él había
cambiado, los compañeros
quisieron saber la
razón, y Eduardo les
contó sus nuevos
conocimientos, mejorando
la relación de todos con
el mundo en que vivían.
MEIMEI
(Recebida por Célia X.
de Camargo, em
Rolândia-PR, em
2/5/2011.)
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