Continuamos con el
Estudio Metódico del
Pentateuco Kardeciano,
que focalizará las cinco
principales obras de la
Doctrina Espírita, en el
orden en que fueron
inicialmente publicadas
por Allan Kardec, el
Codificador del
Espiritismo.
Las
respuestas a las
preguntas presentadas,
fundamentadas en la 76ª
edición publicada por la
FEB, basadas en la
traducción de Guillon
Ribeiro, se encuentran
al final del texto.
Preguntas para debatir
A. ¿Cómo
se produce la separación
del alma cuando muere el
cuerpo? ¿Es dolorosa?
B.
Después de la muerte
corporal, ¿sabe el
Espíritu perfectamente
lo que le sucedió?
C. ¿El
conocimiento espírita
ayuda al individuo a
liberarse de la
turbación que sigue a la
muerte?
D. ¿En
qué consiste y en qué se
fundamenta la doctrina
de la reencarnación?
E.
Nuestras diversas
existencias corporales
¿suceden todas en la
Tierra?
Texto para la lectura
91. La
individualidad del alma
nos fue enseñada
teóricamente como un
artículo de fe, pero el
Espiritismo la hace
evidente y, de cierta
manera, material. (L.E.,
152)
92. La
vida del Espíritu es
eterna; la del cuerpo es
pasajera. (L.E., 153)
93. La
observación prueba que
en el instante de la
muerte el
desprendimiento del
Espíritu no se completa
súbitamente; se realiza
gradualmente, con
lentitud variable, según
los individuos. Para
unos es bastante rápido.
En otros, sobre todo en
aquellos cuya vida fue
completamente material y
sensual, el
desprendimiento es mucho
más lento y se prolonga
a veces por algunos
días, semanas y hasta
meses. (L.E., 155-a)
94. La
actividad intelectual y
moral, la elevación de
los pensamientos, operan
un principio de
desprendimiento al igual
que durante la vida del
cuerpo, y cuando la
muerte llega, el
desprendimiento es casi
instantáneo. (L.E., 155)
95. La
afinidad que en algunos
individuos persiste
entre el alma y el
cuerpo, es a veces muy
dolorosa, porque el
Espíritu puede
experimentar el horror
de la descomposición. Es
lo que sucede en ciertos
tipos de muerte, como en
algunos suicidios.
(L.E.,
155)
96.
Algunas veces, durante
la agonía, el alma ha
dejado ya el cuerpo, al
cual sólo le queda la
vida orgánica. El hombre
no tiene más conciencia
de sí mismo, y no
obstante, aún le queda
un soplo de vida que se
mantiene mientras el
corazón le haga circular
la sangre por las venas,
pues para ello no
necesita del alma.
(L.E., 156)
97. La
sensación que el alma
experimenta en el
momento en que se
reconoce en el mundo de
los Espíritus depende de
sus actos en la Tierra.
Si practicó el mal con
el deseo de hacerlo,
sentirá vergüenza de
haber obrado así. El
justo se siente aliviado
de un gran peso, porque
no teme ninguna mirada
examinadora.
(L.E., 159)
98. Casi
siempre los amigos
acuden a recibirnos al
retornar al mundo de los
Espíritus y nos ayudan a
liberarnos de las
ataduras de la materia.
(L.E., 160)
99. En
todos los casos de
muerte violenta, cuando
ésta no es el resultado
de la extinción gradual
de las fuerzas vitales,
los lazos que unen al
cuerpo con el
periespíritu son más
tenaces y el
desprendimiento completo
es más lento. (L.E.,
162)
100. La
duración de la turbación
que sigue a la muerte es
variable: puede ser de
algunas horas, como de
muchos meses y hasta de
muchos años. (L.E., 165)
101. En
las muertes violentas,
como suicidio, suplicio,
accidente, etc., el
individuo está
sorprendido, se espanta,
no cree haber muerto y
sostiene obstinadamente
que no murió. Busca a
las personas a quienes
tiene afecto y no
entiende por qué no le
oyen. Esta ilusión dura
hasta el completo
desprendimiento del
Espíritu, y también
sucede con Espíritus que
tuvieron otros tipos de
desencarnación, siendo
más generalizada entre
los que, a pesar de
estar enfermos, no
pensaban en morir.
(L.E., 165)
102. Este
hecho se explica
fácilmente: Sorprendido
por la muerte
imprevista, el Espíritu
queda aturdido con el
cambio brusco que en él
se opera. Para él, la
muerte es sinónimo de
destrucción. Como
continúa pensando, como
ve y escucha, no se
considera muerto; y lo
que aumenta su ilusión
es el hecho de verse en
un cuerpo similar al que
dejó en la Tierra, cuya
naturaleza etérea no ha
tenido aún tiempo de
verificar. Lo encuentra
sólido y compacto, pero
después, cuando se llama
su atención sobre este
punto, se asombra de no
poder palparlo. (L.E.,
165)
103. El
hombre que tiene
conciencia de su
inferioridad encuentra
en la doctrina de la
reencarnación una
consoladora esperanza.
El pensamiento de que su
inferioridad no lo
deshereda para siempre
del bien supremo y que
podrá conquistarlo con
sus esfuerzos, lo
sostiene y reanima.
(L.E., 171)
104. Si
continuase como
Espíritu, en vez de
reencarnar, permanecería
estacionario, y lo que
se quiere es avanzar
hacia Dios.
(L.E.,
175-a)
105. Los
Espíritus pueden
permanecer
estacionarios, pero
nunca retroceden. (L.E.,
178-a)
Respuestas a las
preguntas propuestas
A. ¿Cómo
se produce la separación
del alma cuando muere el
cuerpo? ¿Es dolorosa?
La
separación del alma y
del cuerpo no es
dolorosa. El cuerpo casi
siempre sufre más
durante la vida que en
el momento de la muerte.
Los sufrimientos que
algunas veces se
experimentan en el
instante de la muerte
son un gozo para el
Espíritu que ve llegar
el término de su exilio.
En la muerte natural,
que sobreviene por el
agotamiento de los
órganos a consecuencia
de la edad, el hombre
deja la vida sin
percibirlo: Es como una
lámpara que se apaga por
falta de aceite. Una vez
desatados los lazos que
la retenían al cuerpo,
el alma se desprende
gradualmente, nunca de
forma brusca. No se
escapa como un pájaro
cautivo al que se le
devuelve súbitamente la
libertad, pues los dos
estados se tocan y se
confunden, de manera que
el Espíritu se suelta
poco a poco de los lazos
que lo ataban.
(El
Libro de los Espíritus,
preguntas154, 155, 163 y
164.)
B.
Después de la muerte
corporal, ¿sabe el
Espíritu perfectamente
lo que le sucedió?
No, pues
el alma pasa algún
tiempo en estado de
turbación, cuya duración
depende de la elevación
de cada uno. Aquél que
ya está purificado
reconoce casi
inmediatamente, que se
liberó de la materia
antes de que cesase la
vida en el cuerpo,
mientras que el hombre
carnal, cuya conciencia
todavía no es pura,
conserva por mucho más
tiempo la impresión de
la materia.
En el
momento de la muerte,
todo es al principio
confuso. El alma
necesita algún tiempo
para entrar en el
conocimiento de sí
misma. Se encuentra como
aturdida, en el estado
de una persona que
despertó de un profundo
sueño y busca orientarse
sobre su situación. La
lucidez de las ideas y
la memoria del pasado
vuelven, a medida que se
extingue la influencia
de la materia que acaba
de abandonar, y a medida
que se disipa la especie
de bruma que oscurece
sus pensamientos.
(Obra
citada, preguntas 163 a
165.)
C. ¿El
conocimiento espírita
ayuda al individuo a
liberarse de la
turbación que sigue a la
muerte?
Sí,
porque –con el
conocimiento espírita-
el Espíritu comprende
anticipadamente su
situación. Pero es la
práctica del bien y la
conciencia pura las que
mayor influencia
ejercen. Según el
Espiritismo, la
turbación que sigue a la
muerte nada tiene de
penosa para el hombre de
bien, que se mantiene
sereno, semejante en
todo a la que acompaña
un tranquilo despertar.
Sin embargo, para aquél
cuya conciencia todavía
no es pura, la turbación
está llena de ansiedad y
angustias que aumentan
en proporción a la
comprensión que él tiene
de su situación.
(Obra citada, pregunta
165.)
D. ¿En
qué consiste y en qué se
fundamenta la doctrina
de la reencarnación?
La
doctrina de la
reencarnación se
fundamenta en la
justicia de Dios y en la
revelación, pues nadie
ignora que el buen padre
siempre deja a sus hijos
una puerta abierta para
el arrepentimiento. No
sería diferente con
nuestro gran Padre, que
provee a los Espíritus
los medios de alcanzar
la perfección, meta para
la cual todos fueron
creados. La doctrina de
la reencarnación nos
muestra que los
Espíritus pasan por
innumerables existencias
corporales hasta que,
depurándose de sus
imperfecciones, alcancen
la perfección. En cada
nueva existencia, el
Espíritu da un paso
adelante en la senda del
progreso, de modo que ha
de llegar un momento en
que, limpio de todas las
impurezas, no tendrá más
necesidad de las pruebas
de la existencia
corporal.
(Obra
citada, preguntas 166,
167, 168 y 171.)
E.
Nuestras diversas
existencias corporales
¿suceden todas en la
Tierra?
No.
Ocurren en los
diferentes mundos que
pueblan el Universo. Las
que pasamos en la Tierra
no son las primeras ni
las últimas; son sin
embargo, de las más
materiales y de las más
alejadas de la
perfección. (Obra
citada, preguntas
172 a
174.) |