Siendo Luizinho un niño
muy alterado, su madre
lo reprendía siempre por
las cosas equivocadas
que hacía. Tiraba el
rabo del gato, peleaba
con la hermana, discutía
con los compañeros en la
escuela, desmontaba la
bicicleta, rompía el
aparato de sonido, entre
otras cosas. Al ser
reprendido, cayendo en
sí, Luizinho decía:
— Disculpa, mamá. Lo
hice sin pensar.
¡Cuando ya lo vi lo
había hecho!
Por eso, la madre
necesitaba estar siempre
atenta a lo que Luizinho
estuviera haciendo.
Aquel día, después de
otra travesura, cansada
de sus triquiñuelas, la
madre le dijo muy seria:
— Mi hijo, tú necesitas
pensar más en lo que vas
a hacer. ¡Tú ya tienes
ocho años y no puedes
actuar cómo si tuvieras
tres!...
Sintiendose culpable, él
explicó:
— Yo sé, mamá. ¡Pero
cuando vi...ya lo había
hecho!
— Pues es exactamente
ese es el punto,
Luizinho: tú necesitas
pensar antes. Después
que hacemos alguna cosa,
no hay como volver
atrás. Por ejemplo:
¡Ayer tú subiste al
tejado de la casa;
podrías haber caído y
ser golpeado seriamente!
Otro día, escondido, tú
encendiste un fósforo e
hiciste fuego en un
montón de cosas viejas
que no querías más, en
tu cuarto. ¡Y, si yo no
lo hubiese visto, podría
haber quemado todo en
nuestra casa!
¡Felizmente, sentí olor
a humo y conseguí apagar
el fuego antes que
causara estragos
mayores! Y otro día...
— ¡Basta, mamá! Sé que
tienes razón. He actuado
muy mal. Prometo que no
voy a hacer travesuras
de nuevo. Voy a intentar
mejorar — dijo el chico.
— Está bien, hijo mío.
Esa es una decisión
importante. Haz una
plegaria y pides ayuda a
Jesús. Con seguridad
serás atendido, desde
que realmente desees
mejorar. Pero, antes de
hacer cualquier cosa,
piensa: ¿A mí me
gustaría que alguien
hiciera eso
conmigo?
Y fue lo que el niño
hizo. A la noche, antes
de dormir, pidió a Jesús
que lo alertara cuando
estuviera haciendo algo
mal. Así, cuando
Luizinho despertó por la
mañana, pensó:
— Hoy voy a hacer todo
bien, como mamá me
enseñó. ¡Jesús me va a
ayudar!
Lleno de buenos
propósitos, Luizinho
salió de casa. En la
calle, a camino de la
escuela, vio a Amanda a
su frente, una compañera
a quien no le gustaba
mucho. Tuvo el impulso
de tirarle los cabellos
y salir corriendo.
Cuando ya andaba con la
mano extendida, Luizinho
se acordó de lo que la
madre había dicho, y
pensó: ¿Si yo estuviera
en el lugar de ella, me
gustaría que hicieran
eso conmigo? ¡No, a mí
no me gustaría!
Entonces, bajó el brazo.
La chica lo vio, él
sonrió para ella y
comenzaron a hablar,
siguiendo juntos hasta
la escuela. Y,
finalmente, Amanda no
era vulgar como él
pensaba. ¡Era hasta bien
simpática!...
En la hora del recreo,
Luizinho vio a Jorge, un
chico con un sandwich en
la mano, preparándose
para comerlo. En aquel
momento, tuvo ganas de
derrumbar la comida del
compañero en el suelo,
sólo para ver la
reacción de él. Pero, de
repente, él pensó mejor,
y desistió,
bajando el brazo. Como
estaba cerca, se sentó
al lado del niño y
comenzaron a hablar.
Así, él supo que Jorge
era muy pobre y que
aquel sandwich su madre
lo había preparado para
ser comido en el
desayuno, pero él hubo
preferido llevarlo para
comer en la escuela, de
modo a sentirse igual a
los demás niños.
Luizinho preguntó:
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— ¡Jorge, tú eres un
chico bueno! ¿Por qué
vives aislado de los
otros compañeros?
— Es porque soy muy
tímido. ¡Pero a mí me
gusta hablar, como
estamos haciendo ahora!
Ellos salieron de allí y
fueron a jugar en el
tobogán y se divirtieron
bastante. Luego el
recreo terminó y ellos
volvieron para la clase,
pero ahora eran amigos.
Volviendo para casa,
Luizinho encontró un
perrito callejero y tuvo
ganas de darle un
puntapié. |
Percibiendo su
intención, el
animal se
encogió contra
la pared, lleno
de miedo. Pero,
aún una vez más,
el niño pensó en
lo que iba a
hacer, y paró.
Viendo al
perrito
asustado, se
bajó y le hizo
una caricia. El
animalito, ahora
con expresión
diferente, lo
miró y le lamió
la mano,
acogiéndose a
sus piernas.
Lleno de piedad,
Luizinho llevó a
su nuevo amigo
para casa. |
La madre quedó
sorprendida al ver al
hijo llegar con el
perrito, y el niño
explicó:
— Mamá, yo encontré a
este perrito en la
calle. Por su forma, él
no tiene dueño. ¿Puedo
quedarme con él?
— Puedes, hijo mío. Pero
tú serás el responsable
de él. Él va a depender
de ti.
— Puedes dejarme, mamá.
Voy a cuidar bien de él.
Luizinho arregló un
lugar para que su nuevo
amigo durmiera, colocó
una vasija con comida y
otra con agua, y después
le dio un buen baño.
Luego, el perro estaba
con otro aspecto.
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Antes de dormir, la
madre fue a desearle
buenas noches y vio que
el animalito estaba al
lado de la cama. Sonrió,
preguntando:
— ¿Cuál es el nombre de
él?
— Manchado. ¿Mamá, viste
como él se volvió mí
amigo?
— Es verdad. Siempre que
hacemos el bien
recibimos cosas buenas
de vuelta. ¡Y la amistad
es una de ellas!
Luizinho pensó un poco,
después comentó el día
que tuvo:
— Tú tienes razón, mamá.
Hoy, desperté con el
propósito de hacer todo
correcto, y, aún así,
casi eché todo a perder.
Pero, cuando iba a hacer
alguna cosa mal, algo me
alertaba y yo pensaba en
las palabras que me
dijiste anoche, es
decir, que yo me
colocara en el lugar de
la otra persona. ¡Y fue
lo que yo hice!...
Y contó a su madre todo
lo que había ocurrido,
terminando por afirmar:
— Gracias a haberme
comportado bien, hice
todo correcto y gané
tres nuevos amigos hoy:
Amanda, que no era
antipática como yo
pensaba; Jorge, que no
hablaba conmigo porque
es muy tímido, y que
descubrí que era
bastante simpático. Y,
finalmente, mi querido
Manchado, que encontró
un hogar. ¡Por todo eso,
estoy feliz, mamá!...
¡Estoy en paz conmigo
mismo y con los
otros!... ¡Y todo eso en
un único día!...
La madre sonrió,
envolviendo al hijo en
un grande y afectuoso
abrazo.
— Entiendo lo que estás
sintiendo, hijo mío. Esa
es la paz de la
conciencia tranquila.
Entonces, vamos a hacer
una plegaria y agradecer
a Jesús por el día que
tú tuviste hoy. Y que
los futuros días
también sean llenos de
bendiciones.
MEIMEI
(Recebida por Célia X.
de Camargo, em
Rolândia-PR, em
4/7/2011.)
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