 |
Consideraciones
sobre el
suicidio
Parte 1
|
Aunque tema
complejo, lo
traigo a la
mención
sensibilizada
por la noticia
de la cual tomé
conocimiento de
modo tardío hace
algún tiempo,
ocurrida a
primeros de
agosto del año
de 1993 con un
actor inglés que
me encantó por
su
interpretación
magnífica del
personaje Pierre
Gringoire, el
Poeta Mayor en
Notre Dame de
París, en su
versión
televisiva del
año de 1982 -
Gerry Sundquist.
Por razones que
desconozco, ese
día nefasto y ya
lejano él se
suicidó, a los
treinta y siete
años, en
Norbiton Train
Station,
Londres,
Inglaterra.
Sin embargo, la
intención al
discurrir sobre
tal asunto se
prende, antes, a
la debida
exaltación de la
vida. Ese actor,
al que me
parecía de
escuela de
Shakespeare,
era un excelente
y talentoso
artista, como se
evidenciaba en
ese y en otros
trabajos suyos
en el mundo del
arte
dramático. La
pregunta que
queda es la
razón de tal
acto extremo – o
razones,
probablemente
muchas, una
auténtica
amalgama
intrincada.
¿Qué lleva
alguien así,
supuestamente
bien exitoso,
famoso, con su
trabajo
reconocido a
nivel
internacional,
bellísimo, a
verse encerrarse
en un callejón
sin salida tan
absoluto a punto
de no hallar
ningún
respiradero; a
punto de serle
aún indiferentes
sus grandes
realizaciones
como ser humano
y como
profesional, la
admiración de
muchos; el
respeto y el
reconocimiento
por su trabajo;
y el amor de
tantos que
quedaron,
ciertamente en
estado
lamentable de
sufrimiento
derivado de la
pérdida de un
ser que les es
querido, y que
voluntariamente
dejó los
escenarios del
mundo de esta
forma brusca,
intempestiva, y
extremadamente
infeliz?
Deseo abordar un
poco esta
cuestión del
punto de vista
espírita – el
único, a mi ver,
que ofrece sobre
este complejo
drama humano,
diariamente
presenciado en
todos los
rincones del
planeta, alguna
luz, algún
esclarecimiento
lógico y
plausible.
André Luiz habla
sobre la
situación de los
que creen
firmemente en la
nada
después de la
vida física
Lo que todo
indica es que
los que así
empeñan tal
atentado crucial
contra su
expresión de
vida, venciendo
en sí mismos la
mayor de las
resistencias,
cual sea el
instinto de
supervivencia
que, en
circunstancias
normales, nos
lleva a
perseverar y
luchar por la
vida hasta
nuestro último
aliento – estas
personas se ven
víctimas por un
estadio de
sufrimiento
crucial en su
universo íntimo:
alguna situación
desesperante,
sea de orden
material o
emocional; una
suspensión
financiera
crítica, una
pérdida amorosa
aparentemente
insoportable, o
aún un estado de
tedio agudo: una
falta de
objetivos
avasalladora,
para que estos
individuos
admitan la
continuidad de
una existencia
que gradualmente
perdió sus
colores; que fue
poco a poco
vaciándose, y
paralizando en
una letargia
pétrea,
aterrorizadora -
y, con eso,
perdiendo todo
su sentido.
Sí; lo que
testificamos en
estos casos nos
aparenta, en la
esencia, un sin
número de
situaciones
provocadas por
un extremo
cualquiera de
frustración
intransponible,
crónica - al
menos de la
óptica de
aquellos que no
ven más atajos
ni alternativas,
a un grado tal
alucinatorio,
que les sobra
sólo una vía de
vía única:
eliminar a sí
mismos; la
ilusión de que,
acabando con la
existencia que
les parece
miserable y
desgraciada a un
punto tal
irreversible, se
extermina
también este
estado terminal
de sufrimiento,
para el cual no
encuentran más
fuerzas ni
razones que
justifiquen
tener que
soportarlo por
más tiempo.
Me acuerdo de
uno de los
libros del
Espíritu André
Luiz,
psicografiado
por el añorado
maestro Chico
Xavier, donde él
se demora oyendo
la explicación
minuciosa de uno
de sus
orientadores de
la ciudad
espiritual
Nuestro Hogar,
acerca del
estado
petrificado de
los Espíritus
que llegan a la
vida invisible
bajo los
lastimosos
efectos de su
creencia
arraigada,
mientras estaban
reencarnados, de
que, una vez
transpuestos los
umbrales de la
transición
corpórea, todo
habría de
acabarse. La
situación de los
que creen
firmemente en la
"nada" después
de la vida
física, y que,
obedeciendo, en
su constitución
de seres
eternos, a las
ineludibles
leyes que rigen
la Vida en su
expresión mayor
en el Universo,
atraen para sí
exactamente el
estado en el
cual creen
intransigentemente,
según los
parámetros de la
causa y del
efecto. El
orientador
explica a
André Luiz que
aquellas almas
que allí se
encuentran en
aquel aspecto
inerte, rígido,
como si
estuvieran
"muertas para la
eternidad", no
se encuentran
muertas de hecho
– sólo expresan
en sí mismas
aquello en lo
que creen, y que
defendieron
durante todo el
tiempo,
dominados por la
visión miope del
funcionamiento
mayor de la
existencia, de
que se dispone
durante el
periodo de
condicionamiento
sensorial rígido
y limitada de la
reencarnación.
André Luiz nos
relata haber
sido clasificado
– para su
sorpresa – como
suicida
Con el tiempo,
la claridad de
conciencia,
imbatible e
inexorable, y
que de sí mismo
se impone, desde
el mineral
adormecido en
los principios
de la evolución,
hasta las cimas
de expresión
vital de los
ángeles en las
dimensiones más
evolucionadas
del Cosmos -
esta claridad
también allí,
en aquellas
almas rígidas,
sobrepone su
grito de
convocatoria a
la realidad
mayor de las
cosas, que
finalmente los
impulsará al
despertar
natural, y a la
natural
transmutación de
sus conceptos en
otros más
gratos, más
fidedignos a
nuestra gloriosa
condición de
hijos de la
eterna
divinidad.
Pues así también
se da en el
funcionamiento
de la Ley para
con el suicida,
este querido
hermano de
jornada
merecedor de
nuestra mejor
disposición
amorosa, para
extenderle la
luz de la
comprensión, de
la plegaria y
del auxilio.
Porque, si en
situación aún
agravada al
endeudarse
Pues así también
se da en el
funcionamiento
de la Ley para
con el suicida,
este querido
hermano de
jornada
merecedor de
nuestra mejor
disposición
amorosa, para
extenderle la
luz de la
comprensión, de
la plegaria y
del auxilio.
Porque, si en
situación aún
agravada al
empeñarse en
tal atentado
contra sí mismo
en fase
prematura de la
vida, se hallará
este individuo
prendido,
durante extenso
intervalo de
tiempo, a la
vivencia
inexorable de
aquel ápice de
locura y de
sufrimiento a
que se hubo
abandonado en la
hora del gesto
extremo. Como
nada más
vislumbrara
más allá de
aquel instante;
como ninguna
alternativa,
ninguno atajo,
ninguna elección
de más luz en el
fin del túnel
admitía para sí,
de modo tan
definitivo, el
suicida queda,
así, prendido de
esa hipnosis
auto-impuesta:
enrollado en la
insistencia
voluntaria de su
estado
mórbido de alma,
y en la visión
repetitiva
implacable de su
gesto extremo de
violencia contra
sí, en búsqueda
de una
liberación que,
para su sumo
desvarío desde
entonces, no
encuentra,
agravando los
sufrimientos
tenidos como
insuperables,
pero que, de la
forma más
lastimosa,
descubre sean
susceptible de
agravamiento en
un estado tal
indescriptible
de tormento
espiritual.
En Nuestro
Hogar, André
Luiz nos relata
haber sido
clasificado -
para su sorpresa
- como suicida
por los técnicos
de la
espiritualidad
amables que lo
acogieron en la
ciudad etérea
memorable,
descrita en las
obras de Chico
Xavier; y por
razones tal vez
más amenas: por
su incuria
para con su
salud mientras
en los paisajes
materiales, lo
que lo llevó a
contraer las
molestias que lo
victimaron al
punto de la
transición,
considerada
prematura por
los dedicados
mentores. André
Luiz nos
describe,
textualmente: "¡Suicida!
¡Suicida!
¡Criminal
infame!"
-
gritos así, me
cercaban de
todos los lados
(...) Tales
censuras(...)me
perturbaban el
corazón.
¿Infeliz, sí;
pero,
suicida?!(...)Sí
(...) esclareció
el médico,
demostrando la
misma serenidad
superior (...) -
Tal vez el amigo
no haya
reflexionado
bastante. El
organismo
espiritual
presenta en sí
mismo la
historia
completa de las
acciones
practicadas en
el mundo (...)
Veamos el área
intestinal. La
oclusión
derivaba de
elementos
cancerosos, y
estos, por su
parte, de
algunas
liviandades de
mi estimado
hermano, en el
campo de la
sífilis."
El suicida es,
antes de nada,
un enfermo del
alma, merecedor
pues, de nuestro
mejor cariño
Vemos en el
extracto la
enseñanza de la
realidad mayor
en el que se
refiere al
llamado suicida
inconsciente,
que conduce su
vida material a
la conclusión
precoz en el
transcurso de un
patrón de
conducta liviana
para con los
cuidados debidos
a la salud
orgánica,
diferente
de aquel que,
vía gesto brutal
y extremo, da
fin intempestivo
y dramático a
los días de modo
hasta cierto
punto lúcido,
aunque
claramente
dominado por lo
que podemos
fácilmente
admitir como un
enfermo estado
alucinatorio
hipnótico que lo
subyuga a la
morbidez
derrotista
imbatible, a la
cual finalmente
sucumbe. Sin
embargo, se
difieren las
determinantes,
los resultados
se hacen
ecuánimes. Si el
estado orgánico
del cuerpo sutil
espiritual acusa
y realza
claramente los
efectos
derivados de las
causas situadas
en la
negligencia con
que el individuo
se descuida de
su vehículo
físico, su
precioso
instrumento de
expresión en los
escenarios
materiales para
que bien cumpla
su fugaz
compromiso en el
planeta, durante
un mero momento
en la eternidad,
también en quien
atenta contra su
cuerpo en la
lastimosa
ilusión de fin
perpetuo, de sí
mismo, en cuanto
a los problemas
tenidos como
cruciales e
invencibles que
lo flagelan, se
opera el triste
resultado del
acto impensado y
sumamente
engañoso.
Queda, pues, el
suicida prendido
al local de su
gesto insano
durante todo el
resto del tiempo
que le faltaría
a la conclusión
de su vida
física, y
sometido al
incesante
tormento de las
sensaciones
dolorosas del
cuerpo en sus
últimos
momentos,
saturado que se
halla su
periespíritu (el
cuerpo
espiritual, o
sutil, réplica
del físico, y
vehículo fiel de
las sensaciones
del cuerpo más
grosero, y de
las impresiones
sensoriales
experimentadas,
al alma) del
fluido vital
necesario al
periodo de vida
física,
programado con
antelación por
los técnicos que
a
cada uno de
nosotros
auxilian en cada
vuelta a los
estadios de
reencarnación;
principalmente
se mantuvo este
individuo
destituido de
cualquier noción
de fondo
espiritual, que,
instintivamente,
lo induciría,
flagelado por el
dolor, a
solicitar el
socorro de lo
Más Alto, de
Dios, y
de los amigos
asistentes de la
invisibilidad
que, si en estos
momentos
prescinden de
llamado para
ayudar - lo que
hacen de pronto
en función de
amor - no pueden
efectuar auxilio
sin que el
auxiliado se
conciencie, por
él mismo, del
propio estado
precario, y de
su necesidad de
ayuda.
El suicida, por
lo tanto, es
antes de nada
enfermo del
alma, en virtud
de que es
merecedor de
nuestro mejor
cariño,
pensamientos y
oraciones. Es un
individuo
víctima por un
estado
desvirtuado de
ser y de sentir
la Vida en su
mayor extensión.
Engañado, sobre
todo, por el
mayor
de los engaños:
el de que aquí,
en este
microscópico
mundo perdido en
el Cosmos, se
concluye nuestra
expresión última
de existir, y
toda su
finalidad, con
sus enredos
tímidos e
inciertos como
las nubes en los
cielos. Ignora,
así, el sin fin
de nuestro
recorrido, y las
alternativas
inimaginables
que nos aguardan
si, simplemente,
nos entregamos
al saludable
ejercicio de
expandir nuestra
visión interior
más allá de los
objetivos,
valores, y
conceptos
puramente
materiales,
aprendiendo que
el cuerpo físico
es, antes de
nada, vehículo,
instrumento -
nuestra
transitoria
expresión densa
en un orbe que
nos recibe como
huéspedes
durante nuestro
recorrido
evolutivo dentro
de la
trayectoria
mayor de la
eternidad que a
todos aguarda,
en escenarios y
contextos de
vida
inimaginablemente
mejores.
La reencarnación
es una realidad
que no se prende
a creencia o a
descreencia
Vivimos en
tiempos en que
no se admiten
más medias
palabras en las
aclaraciones de
cosas
importantes.
Así, en lo que
aquí nos
interesa más de
cerca, y para
alcanzar el
punto
pretendido,
preciso es que
se diga: una de
las mayores
desgracias
ocurridas para
la saludable
evolución mental
y espiritual en
el occidente fue
la retirada
arbitraria, por
el Concilio de
Constantinopla
en 553 d.C., de
las menciones a
la realidad de
la reencarnación
en los
evangelios.
¡Vean bien que
enuncio aquí, y
de caso muy bien
pensado,
realidad!
Porque ya es
superado el
plazo para la
comprensión de
que la verdad de
la reencarnación
no se prende a
creencia o a
descreencia.
Existe, tanto
como el sol
sobre nuestras
cabezas; y se
hará presente en
la trayectoria
de cada uno de
nosotros tantas
veces sean
necesarias a
nuestra
comprensión de
que el
aprendizaje y el
crecimiento son
las metas de la
trayectoria - no
ninguna supuesta
llegada
estacionaria en
algún paraíso
tedioso y
sumergido en un
eterno e inútil
tocar de arpas;
y ni tampoco en
algún infierno
sádico e
incoherente para
con los
propósitos
grandiosos del
Creador que a
todo generó con
equilibrio y con
finalidad sabia,
que no es,
jamás, la
condena de
cualquier parte
de Sí mismo a un
castigo
absurdo,
perenne, y
despojado de
cualquier
objetivo mayor
para la
contabilidad
cósmica en un
Universo que
todo aprovecha y
exalta en su
función, ¡para
gloria mayor de
la Vida!
El suicidio
enreda seas que
ya nacen
coartados en
esta trampa: en
un mundo que, en
el transcurrir
de los últimos
siglos, por
imposición del
poder religioso,
se habituó a
concebir el
funcionamiento
de la existencia
humana como un
viaje que
comienza en la
cuna y acaba
inapelablemente
en el túmulo -
teniendo cómo
único y diáfano
bienestar la
esperanza de
que, tal vez, si
fuera mucho -
¡mucho más! –
¡buenecito,
libre de
pecados, irá
después de la
muerte para el
cielo!
(Este artículo
será concluido
en la próxima
edición.)
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