Gabriel estaba muy
preocupado. El Día de
los Niños se aproximaba
y él aún no descubrió lo
que iba a tener de
regalo. Dio varias
sugerencias a sus
padres, pero ellos
sonreían, fingiendo no
entender.
Entonces, en aquella
mañana, Gabriel fue para
la escuela con ese
“grave” problema en la
cabeza. En el recreo,
conversando con los
compañeros, quise saber
lo que ellos habían
pedido de regalo.
¡Finalmente, el Día de
los Niños estaba
llegando!
Cada uno de ellos dio
una respuesta diferente.
Lúcio sonrió apenas y
dijo, resignado:
|
— Gabriel, yo nunca pido
nada. Mi padre gana poco
y quedamos contentos
cuando hemos comida en
la mesa. Además de eso,
mi madre se recupera de
una grave enfermedad.
Así, el hecho de estar
juntos y con salud ya es
una gran bendición.
Otra chica, Júlia, que
permaneció con la cabeza
baja, levantó los ojos y
contó:
|
— Cuando mi madre quedó
embarazada de mí, mi
padre se fue por no
querer asumir a un niño.
Entonces, yo crecí sin
conocer una figura
paterna. ¡Estoy muy
agradecida a mi madre¡;
¡si no fuera ella tal
vez yo ni hubiera
nacido! Pero en verdad
me gustaría mucho de
tener un padre. Si
pudiera, yo sólo pediría
a Dios un padre que me
amara. |
Los demás quedaron en
silencio por algunos
instantes, cuando Daniel
consideró:
— Júlia, si tú tienes
una madre amorosa y
presente, debes
considerarte feliz. Mis
padres se separaron
cuando yo tenía tres
años, dejándome al
cuidado de mi abuela.
Ella es muy buena
conmigo, pero no hay un
sólo día en que yo no
eche en falta a mis
padres.
Así, cada uno de ellos
habló de sus problemas y
dificultades, que
siempre tenían relación
con la familia, dinero o
enfermedades; cuando
tenían una cosa, ellos
no tenían otra. Gabriel
los oía, sorprendidos.
Conviviendo con los
compañeros hace años,
jamás imaginaría que
ellos guardaran dentro
de sí tantos
sufrimientos.
En ese momento, oyó a
Davi que le preguntaba:
— Y tú, Gabriel, ¿cómo
es tu vida, cuál es tu
problema?
Oyendo la pregunta, él
comenzó a pensar en su
vida. Nunca había tenido
problemas. En su casa no
faltaba comida; al
contrario, había exceso.
Su padre lo ganaba bien
y él tenía todo lo que
quería: ropas, calzados,
juguetes, libros. La
familia estaba unida y
se amaba.
Gabriel se sentía
avergonzado ante los
compañeros. ¿Cómo
decirles que no tenía
problemas? Él iba a
responder la pregunta,
cuando tocó la señal y
ellos tuvieron que
volver para la sala de
clases. ¡Se sintió
aliviado!
Después de esa
conversación Gabriel
nunca más sería el
mismo. Después de las
clases, él volvió para
su casa, pensativo.
A La hora del almuerzo,
sentados en torno a la
mesa, él sintió el
olorcito bueno de la
comida que su madre hubo
hecho con tanto amor y,
por primera vez, pidió
para hacer la plegaria.
— Señor Jesús, yo doy
las gracias por la
familia que el Señor me
dio, por la casa, por la
comida que vamos a comer
y, especialmente, por el
amor que existe entre
nosotros. ¡Así sea!
Sus padres
intercambiaron una
mirada, sorprendidos.
Ellos percibieron que
Gabriel estaba
conmovido, lo que era
novedad. Generalmente,
él sólo pedía cosas,
pedía paseos y regalos.
Entonces, después de la
comida, el padre sonrió
y preguntó a los hijos:
— ¿Qué es lo que
vosotros vais a querer
de regalo el Día de los
Niños?
Los menores pidieron un
carrito y una muñeca.
Como Gabriel
permaneciera callado, el
padre insistió:
— ¿Y tú, hijo mío, ya
escogiste lo que deseas?
El chico pensó un poco y
respondió, con firmeza:
— Nada, papá. No deseo
nada. Ya tengo todo lo
que necesito.
Admirados, los padres
nuevamente
intercambiaron una
mirada, y la madre
recordó:
— ¡Pero aún ayer tú
deseabas un montón de
cosas, hijo mío! ¿Qué
ocurrió para hacerte
cambiar de idea?
Entonces el niño les
contó lo que él y los
compañeros habían
conversado en la
escuela, las
dificultades de cada
uno, que los padres oían
apenados. Gabriel
concluyó afirmando:
|
— ¡Mamá! ¡Papá!
Solamente hoy noté como
soy feliz. Cada uno de
mis compañeros tiene
problemas graves, sea en
la familia, sea por
falta de dinero o sea
por enfermedades.
¡Cuando tienen una cosa,
no tienen otra!
Entonces, oyéndolos,
noté como mi vida es
buena. Tengo
una familia amorosa y
nada me falta. Llego a
casa y tengo qué comer,
sin la preocupación de
buscar mi sustento;
nadie aquí tiene
problemas graves de
salud. Finalmente,
tengo todo lo que
necesito. Nada me falta.
¡Ese es el |
mayor regalo que
Dios me dio!
Los padres estaban
emocionados. Gabriel,
con los ojos húmedos,
corrió para abrazar a
sus padres y los
hermanitos. Después,
enjugando las lágrimas,
decidió: |
— ¡Hoy noté como era yo
egoísta! Nada veía de lo
que ocurría a mi
alrededor. Durante años
conviví con ellos sin
saber como vivían.
Ahora, quiero ayudarlos.
Ser realmente amigo, no
sólo compañero. Ellos
necesitan de cariño, de
atención.
Finalmente, pretendo ser
diferente a partir de
ahora.
— ¡Hijo mío! Tú hoy
también nos diste un
gran regalo. Verte más
maduro y consciente,
preocupado con los
otros, nos dejas muy
satisfechos.
Una onda de paz y amor
envolvía a todos. Con
los corazones llenos de
esperanza, elevaron los
pensamientos a Jesús,
confiados y
agradecidos.
MEIMEI
(Recebida por Célia X.
de Camargo em
Rolândia-PR em
26/9/2011.)
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