Continuamos con el
Estudio Metódico del
Pentateuco
Kardeciano, que
focalizará las cinco
principales obras de
la Doctrina
Espírita, en el
orden en que fueron
inicialmente
publicadas por Allan
Kardec, el
Codificador del
Espiritismo.
Las
respuestas a las
preguntas
presentadas,
fundamentadas en la
76ª edición
publicada por la
FEB, basadas en la
traducción de
Guillon Ribeiro, se
encuentran al final
del texto.
Preguntas para
debatir
A.
¿Cuál es la posición
espírita sobre el
matrimonio?
B.
Hay personas que
viviendo en lugares
de hartazgo y
abundancia, no
tienen los medios
suficientes para su
subsistencia ¿A qué
debemos atribuir
eso?
C.
Las mortificaciones
y privaciones
voluntarias ¿tienen
algún mérito a los
ojos de Dios?
D.
¿Por qué el hombre,
aún sabiendo que la
muerte nos lleva a
una vida mejor,
tiene
instintivamente
miedo a morir?
E.
¿Con qué objetivo
Dios castiga al
hombre por medio de
flagelos
destructores?
Texto para la
lectura
394.
La indisolubilidad
absoluta del
matrimonio es una
ley humana,
contraria a la ley
de la Naturaleza.
(L.E.,
697)
395.
El celibato
voluntario, cuando
es practicado por
egoísmo, desagrada a
Dios y engaña al
mundo.
(L.E., 698)
396.
Cuando es practicado
para el bien de la
Humanidad, el
celibato, como
cualquier sacrificio
personal, es
meritorio. Cuanto
mayor es el
sacrificio, tanto
más grande es el
mérito. (L.E., 699)
397.
La poligamia es una
ley humana cuya
abolición señala un
progreso social. La
igualdad numérica
entre los sexos, que
más o menos existe
en la Tierra,
constituye un
indicio de la
proporción en que
deben unirse pues
todo tiene una
finalidad en la
Naturaleza. El
matrimonio, según
los planes de Dios,
debe basarse en el
afecto de los seres
que se unen. En la
poligamia eso no
existe: hay sólo
sensualidad. (L.E.,
700 e 701)
398.
El instinto de
conservación es una
ley de la Naturaleza
y todos los seres
vivos lo poseen,
cualquiera sea su
grado de
inteligencia.
(L.E., 702)
399.
Todos deben
concurrir al
cumplimiento de los
designios de la
Providencia. Por eso
Dios les dio la
necesidad de vivir,
pues la vida es
necesaria para el
perfeccionamiento de
los seres. Los seres
vivos lo sienten
instintivamente, sin
darse cuenta de
ello. (L.E., 703)
400.
Dios siempre
proporcionó al
hombre los medios de
subsistencia. Si él
no los encuentra, es
que no los
comprende. No es
posible pensar que
Dios haya dado al
hombre la necesidad
de vivir sin darle
los medios para
conseguirlo. He ahí
la razón por la cual
la Tierra produce
para proveer lo
necesario a sus
habitantes, puesto
que sólo lo
necesario es útil.
Lo superfluo nunca
lo es. (L.E., 704)
401.
La Naturaleza es una
excelente madre. La
tierra produciría
siempre lo
necesario, si el
hombre supiese
contentarse con
ello. Pero él emplea
en lo superfluo lo
que podría ser
destinado a lo
necesario. Mira al
árabe en el
desierto, que
encuentra siempre de
qué vivir porque no
se crea necesidades
ficticias. En verdad
os digo: imprevisora
no es la Naturaleza
sino el hombre, que
no sabe administrar
su vivir. (L.E.,
705)
402.
Hay siempre mérito
en sufrir todas las
pruebas de la vida
con coraje y
abnegación. Los que
sacrifican a sus
semejantes para
matar el hambre,
cometen doble falta,
que será doblemente
castigada. (L.E.,
709)
403.
En los mundos más
adelantados, los
seres vivos tienen
necesidad de
alimentarse, pero
sus alimentos están
en relación con su
naturaleza. (L.E., 710)
404.
El uso de los bienes
de la Tierra es un
derecho de todos los
hombres, pues ese
derecho es
consecuencia de la
necesidad de vivir.
(L.E., 711)
405.
Los atractivos
existentes en el
goce de los bienes
materiales fueron
creados por Dios
para incitar al
hombre al
cumplimiento de su
misión y probarle
por medio de la
tentación. El
objetivo de la
tentación es
desarrollar en él la
razón, que debe
preservarle de los
excesos. (L.E., 712
y 712-a)
406.
La Naturaleza trazó
los límites a los
goces para
indicarnos el límite
de lo necesario.
Entretanto, por los
excesos el hombre
llega a la saciedad
y se castiga a sí
mismo. El hombre que
busca en esos
excesos el
refinamiento de los
goces es más digno
de lástima que de
envidia, pues está
muy cerca de la
muerte física y de
la muerte moral.
(L.E., 713 y 714)
407.
El hombre prudente
conoce el límite de
lo necesario por
intuición pero
muchos sólo llegan a
conocerlo por
experiencia y a
expensas de sí
mismo. Al ser
insaciable, los
vicios alteran su
constitución y le
crean necesidades
que no son reales.
(L.E., 715 y 716)
408.
Los que acaparan los
bienes de la Tierra
para proporcionarse
lo superfluo, en
perjuicio de quienes
carecen de lo
necesario, olvidan
la ley de Dios y
tendrán que
responder por las
privaciones que
hayan causado a
otros.
(L.E., 717)
409.
Es ley que el hombre
busque proveer a las
necesidades del
cuerpo porque sin
fuerza y salud es
imposible el
trabajo. También es
natural el deseo del
bienestar. Dios sólo
prohíbe el abuso por
ser contrario a la
ley de conservación
y no condena la
búsqueda del
bienestar, siempre
que no sea consiga a
expensas de otro, ni
debilite sus fuerzas
físicas, ni sus
fuerzas morales.
(L.E., 718 y 719)
410.
Es permitido al
hombre alimentarse
de todo aquello que
no perjudique su
salud. Dada su
constitución física
– dicen los
Espíritus -, la
carne alimenta la
carne; de lo
contrario, el hombre
perece. Tiene pues
que alimentarse
según lo requiere su
organización. (L.E.,
722 e 723)
411.
Abstenerse de la
alimentación animal
sólo es meritorio si
se hace en beneficio
de los demás. A los
ojos de Dios sólo
existe la
mortificación cuando
hay privación seria
y útil.
(L.E., 724)
412.
Los sufrimientos
naturales son los
únicos que elevan,
porque vienen de
Dios. Los
sufrimientos
voluntarios de nada
sirven cuando no
contribuyen al bien
de los demás. ¿Por
qué en vez de
sacrificarse, no
trabajan por el bien
de sus semejantes?
Vistan al indigente,
consuelen al que
llora, trabajen por
el que está enfermo,
sufran privaciones
para aliviar a los
infelices, y
entonces sus vidas
serán útiles y, por
lo tanto, agradables
a Dios. Sufrir
voluntariamente sólo
por el propio bien
es egoísmo; sufrir
por los otros es
caridad. (L.E., 725
y 726)
413.
El instinto de
conservación fue
dado a todos los
seres. Fustigad a
vuestro Espíritu y
no a vuestro cuerpo;
mortificad vuestro
orgullo, sofocad
vuestro egoísmo, que
se asemeja a una
serpiente que os roe
el corazón, y haréis
mucho más por
vuestro
adelantamiento que
inflingiéndoos
rigores que ya no
son de este siglo.
(L.E., 727)
414.
Es necesario que
todo se destruya
para renacer y
regenerarse. Lo que
llamáis destrucción
no es sino una
transformación, que
tiene por objeto la
renovación y la
mejoría de los seres
vivientes.
(L.E.,
728)
415.
Las criaturas son
instrumentos de los
que Dios se sirve
para alcanzar sus
objetivos. Los seres
vivos se destruyen
recíprocamente para
alimentarse. Esa
destrucción tiene un
doble fin: mantener
el equilibrio en la
reproducción y
utilizar los
despojos de la
envoltura, que es un
simple accesorio, no
la parte esencial
del ser pensante,
que no se destruye y
se elabora en las
metamorfosis por las
que pasa. (L.E.,
728-a)
416.
La Naturaleza rodea
a los seres vivos de
medios de
preservación y
conservación con la
finalidad de que la
destrucción no
ocurra antes de
tiempo. Toda
destrucción
anticipada
obstaculiza el
desarrollo del
principio
inteligente. (L.E.,
729)
417.
La necesidad de
destrucción guarda
proporción con el
estado más o menos
material de los
mundos, cuyas
condiciones de
existencia son muy
diferentes en los
mundos más
adelantados que la
Tierra.
(L.E., 732)
418.
La necesidad de
destrucción se
debilita en el
hombre a medida que
el Espíritu se
sobrepone a la
materia. Es por eso
que el horror a la
destrucción crece
con el desarrollo
intelectual y moral.
(L.E., 733)
419.
El hombre no tiene
derecho ilimitado de
destrucción sobre
los animales: ese
derecho se encuentra
regulado por la
necesidad de atender
su sustento y su
seguridad. El abuso
jamás constituyó un
derecho.
(L.E., 734)
420.
La destrucción,
cuando traspasa los
límites de las
necesidades de
sustento y
seguridad, como la
caza como un simple
placer, revela el
predominio de la
bestialidad sobre la
naturaleza
espiritual y
constituye una
violación de la ley
de Dios, de la que
el hombre tendrá que
rendir cuentas.
(L.E., 735)
421.
Dios emplea todos
los días – además de
los flagelos
destructores – otros
medios para conducir
a la Humanidad al
perfeccionamiento
moral, puesto que
dio a cada uno los
medios de progresar
mediante el
conocimiento del
bien y del mal. Como
el hombre no
aprovecha esos
medios, es necesario
que sea castigado en
su orgullo y sienta
su propia debilidad.
(L.E., 738)
422.
Durante la vida, el
hombre lo relaciona
todo con su cuerpo,
pero piensa de
manera diferente
después de la
muerte. Ahora bien,
la vida del cuerpo
es poca cosa. Un
siglo en nuestro
mundo es un
relámpago en la
eternidad. Los
Espíritus forman el
mundo real. Los
cuerpos son meros
disfraces con los
que ellos aparecen
en el mundo. En las
grandes calamidades
–como los flagelos
destructores – que
diezman a los
hombres, la
situación es
semejante a la de un
ejército, cuyos
soldados durante la
guerra se quedan con
los uniformes
gastados, rotos o
perdidos. El
general, sin
embargo, se preocupa
más por los soldados
que por su
vestimenta. (L.E.,
738-a)
423.
Si considerásemos la
vida como ella es, y
cuán poca cosa
representa con
relación al
infinito, le
daríamos menos
importancia. En otra
vida, las víctimas
de los flagelos
hallarán amplia
compensación por sus
sufrimientos, si
saben soportarlos
sin murmurar. (L.E.,
738-b)
424.
Los flagelos
destructores también
tienen utilidad
desde el punto de
vista físico, pero
el bien que resulta
de ellos sólo lo
experimentarán las
generaciones
venideras.
(L.E.,
739)
425.
En cierto modo, es
posible al hombre
conjurar los
flagelos que le
afligen. Muchas
calamidades son
consecuencia de la
imprevisión del
hombre. Pero entre
los males que
afligen a la
Humanidad, existen
algunos de carácter
general que están en
los designios de la
Providencia y de los
cuales cada
individuo recibe,
más o menos, la
repercusión. A esos
el hombre sólo puede
oponer su
resignación a la
voluntad de Dios.
(L.E., 741)
Respuestas a las
preguntas propuestas
A.
¿Cuál es la posición
espírita sobre el
matrimonio?
El
matrimonio, es
decir, la unión
permanente de dos
seres, es un
progreso en la
marcha de la
Humanidad porque
establece la
solidaridad
fraternal. Su
abolición sería un
retroceso a la
infancia de la
Humanidad y
colocaría al hombre
por debajo incluso
de ciertos animales
que le dan el
ejemplo de uniones
constantes.
(El Libro de los
Espíritus, preguntas
695, 696 y 697.)
B.
Hay personas que
viviendo en lugares
de hartazgo y
abundancia, no
tienen los medios
suficientes para su
subsistencia ¿A qué
debemos atribuir
eso?
Al
egoísmo de los
hombres que no
siempre hacen lo que
deben. Después, la
mayoría de las
veces, debido a
ellos mismos.
“Buscad y
encontraréis” –
estas palabras no
quieren decir que
para encontrar lo
que se desea basta
al hombre mirar el
suelo, sino que es
necesario buscarlo,
no con pereza sino
con ardor y
perseverancia, sin
desanimarse ante los
obstáculos que muy a
menudo son simples
medios de los que se
vale la Providencia
para probar la
constancia,
paciencia y firmeza.
En las situaciones
en que la falta de
los medios de
subsistencia no
depende de la
voluntad de las
personas, su
privación constituye
una prueba muchas
veces cruel para
aquél que la sufre,
a la cual sabía de
antemano que estaría
expuesto. Su mérito
entonces, consiste
en someterse a la
voluntad de Dios. Si
la muerte le llega,
debe recibirla sin
murmurar, ponderando
que la hora de la
verdadera libertad
llegó y que la
desesperación en el
último momento puede
hacerle perder el
fruto de toda su
resignación.
(Obra citada,
preguntas 704 a 708
y 717.)
C.
Las mortificaciones
y privaciones
voluntarias ¿tienen
algún mérito a los
ojos de Dios?
Depende. Procuremos
saber a quién
benefician y
tendremos la
respuesta. Privarse
a sí mismo y
trabajar para los
demás es la
verdadera
mortificación según
la caridad
cristiana. Lo
meritorio es
resistir la
tentación que
arrastra al exceso y
al goce de las cosas
inútiles; es para el
hombre quitar de lo
que le es necesario
para dar a los que
carecen de lo
suficiente. Si la
privación no es más
que un simulacro, es
una burla.
(Obra citada,
preguntas 720 y
721.)
D.
¿Por qué el hombre,
aún sabiendo que la
muerte nos lleva a
una vida mejor,
tiene
instintivamente
miedo a morir?
El
hombre debe tratar
siempre de prolongar
la vida para cumplir
su tarea. Por ese
motivo Dios le dio
el instinto de
conservación,
instinto que le
sostiene en las
pruebas. Si no fuese
así, se entregaría
con frecuencia al
desánimo. La voz
íntima que lo induce
a rechazar a la
muerte, le dice que
todavía puede
realizar algo por su
progreso. Ese es el
principal motivo por
el que los hombres
en general le temen
a la muerte.
(Obra citada,
pregunta 730).
E.
¿Con qué objetivo
Dios castiga al
hombre por medio de
flagelos
destructores?
Para
hacerlo progresar
más rápido. La
destrucción es una
necesidad para la
regeneración moral
de los Espíritus,
que en cada nueva
existencia suben un
peldaño en la escala
de la perfección.
Los llamados
flagelos son a
menudo necesarios
para que se dé más
rápido el
advenimiento de un
orden de cosas mejor
y para que se
realice en pocos
años lo que habría
exigido muchos
siglos. En otra
vida, sus víctimas
hallarán amplia
compensación por sus
sufrimientos, si
saben soportarlos
sin murmurar. Los
flagelos son además,
pruebas que dan al
hombre la ocasión de
ejercitar su
inteligencia, de
demostrar su
paciencia y
resignación ante la
voluntad de Dios, y
que le ofrecen la
oportunidad de
manifestar sus
sentimientos de
abnegación, de
desinterés y de amor
al prójimo, si no lo
domina el egoísmo.
(Obra
citada, preguntas
729, 737 a 741.) |