En un gran bosque vivía
una linda jirafita,
llamada Giralda. Por ser
muy alta y descoyuntada,
ella no se sentía bien
ante los otros animales
del bosque, creyendo
que, en virtud de ser
ella diferente, a ellos
no les gustaba.
Entonces, sintiéndose
menospreciada, Giralda
intentaba encontrar una
manera de ser amada y de
tener la atención de
todos los animales.
Un día, ella estaba al
borde de una laguna
saboreando apetitosas
hojas que atrapaba en el
árbol más próximo,
cuando un mono, su
amigo, llegó saltando de
rama en rama. Giralda se
puso a observarlo.
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El mono, con los ojitos
muy abiertos, vio un
fruto maduro y decidió
atraparlo. Como el fruto
estaba colgado en una
rama más fina, el mono
fue llegando...
llegando... llegando...
y, cuando juzgó que
estaba bien cerca,
estiró la mano para
cogerlo. Pero, en aquel
instante, se oyó un:
¡CREC!... ¡La rama se
rompió y él cayó dentro
de la laguna!...
La jirafa, que observaba
todo, se puso a reírse
del mono todo mojado.
Después, fue a contar la
novedad a una tortuga
que vivía allí cerca, y
que rodó en la hierba de
tanto reír.
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Delante de la reacción
de la tortuga, que le
gustó la noticia y pasó
a mirarla con más
interés, la jirafa
decidió contar el hecho
a los otros animales. La
reacción fue la misma.
Todos se divirtieron con
la situación del mono,
que no le gustó nada de
servir de burla para los
amigos.
A partir de ese día, la
jirafita comenzó a
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observar la vida
de todos los
animales del
bosque para
después contar a
sus amigos lo
que ocurría.
Y eso se hizo un hábito. |
Así, ella pasó a ser
conocida como Giralda,
la burlona. Cuando
alguien quería saber de
alguna novedad, corría
para preguntar a la
jirafita. Y, de ese
modo, con el interés
aumentando cada vez más,
ella tenía que quedarse
observando a los otros
animales. ¡No podía
dejar escapar nada!
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Ocurrió que, un día,
ella estaba tan
preocupada en fiscalizar
la vida ajena que,
vuelta de un lado,
vuelta de otro, mira
para arriba, mira para
abajo, para el frente y
para atrás, y de
repente, cuando se dio
cuenta, ¡la pobrecita se
había dado en el propio
cuello!
Cuando lo notó, la
jirafita comenzó a
llorar y a gritar:
— ¡Socorro! ¡Socorro!
¡Acudan! ¡Ayudénme!
¡Estoy sintiéndome
sofocada!...
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Y era tal el griterío
que todos los animales
que estaban cerca se
aproximaron para ver la
razón de aquel griterío.
Delante de la situación
de la jirafa, sin
embargo, ellos sintieron
mucha gracia. Se
pusieron a dar
carcajadas. En torno a
ella, ellos comentaban y
reían.
En aquel instante, la
jirafa sintió en la piel
lo que es servir de
divertimento a los
otros. Lo mismo ella
tanto había hecho con
sus amigos, ahora ellos
hacían con ella, riendo
sin piedad de su triste
situación.
Humildemente, ella
continuaba suplicando,
llorando que rompía el
corazón:
— ¡Por favor, ayúdenme!
¡Di un nudo en el cuello
y ahora no sé que
hacer!...
Hasta que, cansados de
tanto reír, los animales
pararon, reconociendo
que la situación de la
jirafa era realmente
delicada.
— ¿Qué podemos hacer? —
preguntó la cebra.
¡Pero nadie tenía una
idea! ¡Eran todos
pequeños y el cuello de
la jirafa quedaba en lo
alto!... Hasta que la
lechuza sabiamente
sugirió:
— ¿Por qué no hacen una
escalera, subiendo en la
espalda uno del otro?
¡Los animales aprobaron
la idea excelente! Con
rapidez, hicieron una
escalera con los propios
cuerpos. Encima de todos
quedó el mono, que pasó
a orientar a Giralda
para desenrollarle el
enorme cuello.
— Vuelca la cabeza para
ese lado, Giralda. ¡Eso!
Ahora, pasa por debajo.
¡Así!... — él fue
ayudando hasta que
consiguió resolver la
situación.
Libre del problema, la
jirafita agradeció a
todos sus amigos,
especialmente al mono,
reconociendo:
— Sé que actué mal con
vosotros, usando
vuestros problemas y
dificultades para hacer
chismes. Me sentía
despreciada y, por eso,
actué de esa manera. ¡En
verdad, yo sólo quería
tener el amor y la
atención de vosotros!...
¡Por ser grande, me
sentía diferente de los
demás!...
— ¡Pero a nosotros nos
gustas tú, Giralda! —
afirmó el jaguar, con lo
que los otros animales
concordaron — ¡Y, en
cuanto a ser diferente,
puedes ver que aquí no
hay nadie igual al otro,
y es exactamente eso lo
que hace que cada uno de
nosotros seamos
especiales!
— Tienes razón. Gracias,
mis amigos. ¡Ahora yo sé
de eso! Pero sé también
como es difícil estar en
la posición de quien
sufre con la burla
ajena. Delante de
alguien en dificultad,
en vez de ayudar, yo
empeoraba la situación
con mis comentarios.
La jirafita paró de
hablar, miró para cada
animal y concluyó:
— Por eso, os pido
perdón. Nunca más voy a
actuar así. Ahora,
prometo ayudar siempre
que pueda ser útil.
Los animales estaban
contentos. Se abrazaron
y, desde ese día, en
aquel tramo del bosque
pasó a reinar la paz y
la comprensión.
MEIMEI
(Recebida por Célia X.
de Camargo em
Rolândia-PR, em
25/10/2011.)
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