Los niños no
bautizados
y su
destino
En Abril de 2012
hará cinco años
desde que fue
publicado el
documento “La
esperanza de
salvación para
bebés que mueren
sin que sean
bautizados”,
en lo cual la
Comisión
Teológica
Internacional de
la Iglesia
Católica
consideró
inadecuado el
concepto de
limbo.
Originaria del
latín, la
palabra limbo –
limbu, ‘orla´-
tiene varios
significados,
pero, en el
ámbito de la
religión, es el
nombre que se
daba al lugar
donde, según la
teología
católica
posterior al
siglo XIII, se
encontrarían las
almas de los
niños mucho
menores que,
aunque no
tuviesen alguna
culpa personal,
murieron sin el
bautismo que las
librase del
pecado original.
El texto
publicado en
Abril de 2007
por la Iglesia
“dice que la
gracia tiene
preferencia
sobre el pecado,
y la exclusión
de bebés
inocentes del
cielo no parecía
reflejar el amor
especial que
Cristo tenía por
los niños”. El
documento, de 41
páginas,
considera que el
concepto de
limbo reflejaba
una “visión
excesivamente
restrictiva de
la salvación”.
Según sus
autores, “Dios
es piadoso y
quiere que todos
los seres
humanos sean
salvado”. Y
adujeron:
“Nuestra
conclusión es
que los varios
factores que
analizamos
fornecen una
base teológica y
litúrgica seria
para esperar que
los bebés no
bautizados que
mueren sean
salvado “.
En razón de este
nuevo
entendimiento de
la Iglesia, los
bebés que mueren
sin bautismo son
considerados
inocentes y su
destino, por lo
tanto, pasa a
ser el cielo,
verificándose el
mismo con los
llamados
infieles, o no
bautizados,
desde que tengan
llevado una vida
justa.
El pensamiento
arriba trae
algunas
implicaciones
que poca
atención
merecieron de
los estudiosos
en materia de
religión.
Una de ellas
dice respecto
directamente al
bautismo,
conocido
sacramento de la
Iglesia
Católica,
considerado
indispensable
para borrar los
efectos del
pecado original
y las faltas
cometidas por la
persona antes de
su admisión, lo
cual pasa a no
ser más
condición
necesaria para
la salvación,
hecho que
representa una
evolución del
pensamiento
católico y hace
justicia a la
bondad y a la
misericordia de
Dios.
Antes de eso,
bajo el
pontificado de
Juan Pablo II,
el infierno
dejara de ser
considerado un
lugar
determinado,
para tornarse,
según las
palabras del
propio papa, un
estado de
espíritu. Los
años se
sucedieron y,
con el documento
ahora en examen,
la idea de limbo
dejó también de
existir.
La Iglesia, sin
embargo, aún
insiste en un
equívoco
lamentable al
enseñar a sus
fieles que el
alma es creado
por ocasión de
la concepción,
lo que
explicaría su
condición de
inocencia en el
periodo de la
niñez, cuando
sabemos, con
base en hechos
innúmeros, que
el alma de un
niño puede
llegar a una
nueva existencia
corpórea
trayendo un
largo pasivo de
errores y
engaños.
Según las
enseñanzas
espiritas,
creado simple e
ignorante, el
Espíritu tiene
de pasar por la
experiencia de
la encarnación
para progresar.
La perfección es
su meta, pero el
camino hasta
ella es arduo y
largo, lo que
significa que
tendrá que pasar
por una serie de
existencias
hasta que esté
depurado lo
suficiente para
desligarse de
los lazos
materiales.
La Iglesia, al
no reconocer el
limbo, avanza
para una visión
más justa de la
vida humana y
rompe con el
sectarismo que
caracteriza la
necesidad del
bautismo para el
destino feliz
del hombre. Esta
nueva visión
está, además de
eso, de
conformidad con
la lógica, por
cuanto, como
sabemos, sólo un
tercio de los
que habitan
nuestro planeta
profesa las
ideas
cristianas, en
cuanto que dos
tercios las
ignoran y,
evidentemente,
no se someten al
bautismo
cristiano.
¿No siendo
bautizadas, para
donde irán esas
personas?
Hasta Abril de
2007, según la
Iglesia, no
podrían ir para
el cielo. Pero,
ahora, con las
nuevas ideas
contenidas en el
documento en
examen, sí.
Basta que tengan
llevado una vida
justa.
Recordémonos,
sin embargo,
siempre que
hablemos en
cielo y en
infierno, de las
palabras
proferidas por
el inolvidable
papa Juan Pablo
II.
“Ni el infierno
es un horno ni
el cielo un
lugar”, afirmó
el papa.
“El cielo no es
el paraíso en
las nubes ni el
infierno es
aterrador horno.
El primero es
una situación en
que existe
comunión con
Dios y el
segundo es una
situación de
rechazo.”
(Correo de la
Mañana, de
29/7/1999.)
|