Carolina había aprendido
a leer y estaba muy
feliz. Andaba en la
calle, leyendo todo lo
que veía: los letreros
de las tiendas, los
carteles, las placas de
los coches, el destino
de los autobuses, los
titulares de las
revistas en las paradas.
Finalmente, no perdía
oportunidad de ejercitar
la nueva conquista.
En casa, corría hasta el
gran estante de libros
de su padre y quedaba
mirando los libros cuyos
títulos le parecían más
interesantes.
Un día, Carolina cogió
el Evangelio y, abriendo
al acaso, se puso a
leer. De repente, cerró
el libro, horrorizada, y
salió gritando:
— ¡Mamá! ¡Mamá!...
La madre que estaba
arreglando la casa,
respondió asustada:
— ¡Estoy aquí! ¿Qué
pasa, hija mía?...
Recuperando el aire, la
niña explicó:
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— ¡Mamá, leí una cosa
horrible!... ¡Jesús dice
que, si la gente hace
alguna cosa mal, debe
cortarse la mano o el
pie, y hasta incluso
arrancarse el ojo!
Carolina se echó en los
brazos de la madre,
llorando:
— ¡No quiero quedarme
sin mano, mamá! ¡No
quiero!...
Cariñosa, la madre
abrazó a la hija,
tranquilizándola:
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— ¡No llores! Quédate
tranquila, querida. ¡Tú
no vas a quedarte sin
mano!
¿Por qué estás tan
asustada? |
Y la niña, afectada,
confesó:
— El otro día, en el
cumpleaños de Natalia le
regalaron una caja de
bombones y yo sentí
ganas de comer algunos.
¡Descubrí adónde ella lo
había guardado y, cuando
ella salió de casa, fui
allá y me comí los
bombones de ella! ¡Estoy
avergonzada, mamá, y no
quiero perder mi mano!
La madre la abrazó aún
con más fuerza, viendo
la ingenuidad de la hija
que juzgaba perder la
mano por haber comido
algunos dulces que no le
pertenecían.
— Carolina, tu hermana
con seguridad no está
enfadada contigo. Además
de eso, cuando Jesús
dijo aquellas palabras,
él quería decir que: si
la gente hace alguna
cosa realmente mala, es
mejor entrar en otra
vida, esto es nacer de
nuevo, sin una mano o
sin el pie, o aún sin un
ojo, a que nuestro
Espíritu quede sufriendo
por los males que causó
al prójimo. Pero Jesús
se refiere a crímenes de
muerte, robos,
traiciones y toda
especie de mal.
¿Entendiste?
— ¡Ah! ¿Quiere decir que
por haber comido algunos
bombones de Natalia no
voy a perder mi mano?
— ¡Claro que no, hija!
Sin embargo, no quiere
decir que tú estuvieras
bien al comer los dulces
de tu hermana. Deberías
haber respetado lo que
le pertenecía, o haber
pedido a ella algunos
bombones. Tengo
seguridad de que tu
hermana no te lo
negaría, pues tú le
gustas mucho.
Más serena, la niña
respiró aliviada.
— ¡Aún bien, mamá! Yo me
quedé muy asustada
pensando en mi manita –
dijo, mirándola y
haciendo una caricia.
Ahora menos tensa,
Carolina se quedó
callada, reflexionando,
y decidió:
— ¡Mamá ya sé qué hacer!
Tengo algunas monedas
guardadas y voy a
comprar otra caja de
bombones para Natalia.
¿Qué piensas?
— Bien, querida.
— ¿Tú me puedes llevar
al supermercado?
— Sí, hija. Más tarde
necesito hacer compras.
Contenta, la niña
aguardó con ansiedad la
hora de salir. Carolina
escogió la caja e hizo
el intento de pagar con
su dinero.
En casa, ella esperó a
la hermana que volviera
de la escuela y, al
verla entrar en el
cuarto, corrió detrás de
ella. Natalia estaba de
espalda, cogiendo algo
de su armario. Carolina
la llamó:
— ¡Natalia!
La hermana se volvió y
Carolina vio que ella
tenía la caja de
bombones en las manos.
Avergonzada pues
ciertamente la hermana
notó la falta de los
bombones, habló deprisa:
— ¡Yo compré una caja de
bombones para ti,
Natalia! ¡Mira, son
tuyos!
Te pido que me disculpes
por haber abierto la
caja que tú recibiste.
La hermana sonrió,
demostrando sorpresa:
— No es necesario,
Carolina. ¡Yo estaba
cogiendo exactamente la
caja para dártela a ti!
— ¡¿A mí?!...
— ¡Sí! En verdad, no
estoy pudiendo comer
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bombones.
¡Mi rostro está lleno de
espinillas! |
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— ¡Más... más... yo
pensé... que tú estarías
enfadada conmigo,
Natalia!
— No, claro que no. Solo
creo que no deberías
haberlos comido sin
pedirlo. Pero quiero que
te quedes con mi caja,
que ya está medio vacía.
Y, de esta que tú
compraste para mí,
acepto un bombón sólo.
El resto es todo tuyo.
Sin poder creer en tan
gran felicidad, Carolina
corrió y abrazó a la
hermana.
— ¡Gracias, Natalia! ¡A
mí me gustas mucho!
— Yo lo sé. A mí también
me gustas mucho.
Abrazadas, ambas fueron
para la sala. Carolina,
sonriente, explicó:
— Mamá, tú tienes toda
la razón. El mejor
camino es el de la
comprensión. Si yo
hubiera hablado con
Natalia antes, no habría
sufrido tanto sin
necesidad. ¡Ahora, tengo
no una, sino dos cajas
de bombones! ¡Y voy a
repartirlos con la
familia entera!
La madre abrazó a las
dos hijas con infinito
amor. Lo que importaba,
realmente, era que
Carolina había aprendido
la lección y que la paz
y la armonía volvieron a
la familia.
MEIMEI
(Recebida por Célia X.
de Camargo na cidade de
Rolândia-PR, em
17/10/2011.)
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