Continuamos con el
Estudio Metódico del
Pentateuco
Kardeciano, que
focalizará las cinco
principales obras de
la Doctrina
Espírita, en el
orden en que fueron
inicialmente
publicadas por Allan
Kardec, el
Codificador del
Espiritismo.
Las
respuestas a las
preguntas
presentadas,
fundamentadas en la
76ª edición
publicada por la
FEB, basadas en la
traducción de
Guillon Ribeiro, se
encuentran al final
del texto.
Preguntas para
debatir
A.
¿Existe fatalidad en
los acontecimientos
de la vida? Si es
así ¿estarían
determinados
previamente los
actos de nuestra
existencia?
B.
¿Es fatal la hora de
la muerte? Si así
fuera, ¿por qué
debemos tomar
precauciones para no
morir?
C.
¿De dónde proviene
el presentimiento
que algunas personas
tienen del momento
de la muerte?
D.
Hay personas que
nunca tienen éxito
en nada, y hasta
parece que son
perseguidas por un
mal genio en sus
empresas. Y existen
otras que parecen
favorecidas por la
suerte. ¿A qué se
atribuye esto?
E.
¿Cómo se explica que
la suerte favorezca
a algunas personas,
como en el juego?
Texto para la
lectura
494.
La alteración de las
facultades
intelectuales debida
a la embriaguez no
sirve de excusa a
los actos
reprobables que
pueda cometer,
porque el ebrio
voluntariamente se
privó de su razón
para satisfacer
pasiones brutales.
De esta manera, en
vez de una falta,
comete dos.
(L.E.,
848)
495.
La facultad
predominante en el
hombre en estado
salvaje es el
instinto, lo que no
le impide, sin
embargo, actuar con
entera libertad en
lo que respecta a
ciertas cosas. Aún
así, él aplica esa
libertad a sus
necesidades, como
los niños, pues ella
se desarrolla con la
inteligencia. Por lo
tanto, el hombre más
esclarecido es
también más
responsable de lo
que hace, que un
salvaje por sus
actos. (L.E., 849)
496.
La posición social
del hombre puede
constituir, a veces,
un obstáculo para la
entera libertad de
sus actos. Dios es
justo y toma en
cuenta todo. Pero Él
os deja sin embargo,
la responsabilidad
de los escasos
esfuerzos empleados
para vencer los
obstáculos. (L.E.,
850)
497.
El infortunio que
parece perseguir a
algunas personas de
manera persistente
es, a veces, una
prueba que deben
sufrir y que ellas
eligieron. Pero aún
así, echáis la culpa
al destino de lo que
en la mayoría de los
casos es sólo una
consecuencia de
vuestras propias
faltas. Tened pura
la conciencia en
medio de los males
que os afligen y ya
bastante consolados
os sentiréis.
(L.E., 852)
498.
Encontramos más
sencillo y menos
humillante para
nuestro amor propio
atribuir antes a la
suerte o al destino
los fracasos que
experimentamos, que
a nuestra propia
falta. Es cierto que
a eso contribuye,
algunas veces, la
influencia de los
Espíritus, pero
también es cierto
que podemos
librarnos siempre de
esa influencia,
rechazando las ideas
que ellos nos
sugieren cuando son
malas. (L.E., 852,
comentario de
Kardec)
499.
No son inútiles las
precauciones que
tomáis para evitar
la muerte, puesto
que tales medidas os
son sugeridas con el
objetivo de evitar
la muerte que os
amenaza. Son uno de
los medios empleados
para que ella no
ocurra. (L.E., 854)
500.
El hecho de que tu
vida sea puesta en
peligro, constituye
una advertencia que
tú mismo deseaste
para desviarte del
mal y volverte
mejor. Si escapas de
ese peligro, estando
aún bajo la
impresión del riesgo
que corriste,
piensas más o menos
seriamente en
mejorar, según sea
más o menos fuerte
sobre ti la
influencia de los
Espíritus buenos. Si
sobreviene el
Espíritu malo,
piensas que de igual
manera escaparás de
otros peligros y
dejas que tus
pasiones se
desencadenen de
nuevo.
(L.E., 855)
501.
Por medio de los
peligros que
corréis, Dios os
recuerda vuestra
debilidad y la
fragilidad de
vuestra existencia.
Si examinarais la
causa y la
naturaleza del
peligro,
verificareis que
casi siempre sus
consecuencias
habrían sido el
castigo de una falta
cometida o de la
negligencia en el
cumplimiento de un
deber. (L.E.,
855)
502.
Los que presienten
la muerte, la temen
generalmente menos
que los demás,
porque aquél que la
presiente piensa más
como Espíritu que
como hombre. Él
comprende que ella
es su liberación y
la espera.
(L.E., 858)
503.
Hay hechos que
forzosamente deben
suceder, pero que tú
en estado de
Espíritu, viste y
presentiste cuando
hiciste tu elección.
No creáis sin
embargo, que todo lo
que sucede esté
escrito. Un
acontecimiento
cualquiera puede ser
la consecuencia de
un acto que
practicaste por tu
libre voluntad, de
tal manera que, si
no lo hubieses
realizado, el
acontecimiento no se
habría dado. (…)
Sólo los grandes
dolores, los hechos
importantes y
capaces de influir
en lo moral, los
prevé Dios porque
son útiles a tu
purificación y a tu
instrucción.
(L.E., 859-a)
504.
El hombre puede, por
su voluntad y por
sus actos, hacer que
no ocurran
acontecimientos que
deberían suceder, si
ese aparente cambio
tuviera lugar en la
secuencia de la vida
que él eligió. Para
hacer el bien, como
es su deber –pues
eso constituye el
único objetivo de la
vida- le es
permitido impedir el
mal, sobre todo
aquél que pueda
contribuir a la
producción de un mal
mayor.
(L.E., 860)
505.
Al escoger su
existencia, el
Espíritu no sabe que
llegará a ser un
asesino. Al elegir
una vida de luchas,
sabe que tendrá
oportunidad de matar
a uno de sus
semejantes, pero no
sabe si lo hará,
puesto que al crimen
precederá casi
siempre de su parte,
la deliberación de
ejecutarlo. Ahora
bien, aquél que
delibera sobre algo
es siempre libre de
hacerlo o no. Si
supiese previamente
que como hombre
cometería un crimen,
el Espíritu estaría
predestinado a ello.
Pero sabed que no
hay nadie
predestinado al
crimen y que todo
crimen, como
cualquier otro acto,
es siempre resultado
de la voluntad y del
libre albedrío.
(L.E., 861)
506.
Además, siempre
confundís dos cosas
muy distintas: Los
sucesos materiales
de la vida y los
actos de la vida
moral. La fatalidad
que algunas veces se
presenta, sólo
existe en relación a
los acontecimientos
materiales cuya
causa reside fuera
de vosotros y que
son independientes
de vuestra voluntad.
En cuanto a los
actos de la vida
moral, éstos emanan
siempre del hombre
mismo que, por
consiguiente, tiene
siempre la libertad
de elegir. En lo que
respecta pues a esos
actos, nunca
hay fatalidad.
(L.E., 861)
507.
Son los hombres y no
Dios quienes crean
las costumbres
sociales. Si ellos
se someten a éstas,
es porque les
conviene. Esa
sumisión por lo
tanto, representa un
acto de libre
albedrío, puesto que
si lo quisiesen,
podrían liberarse de
semejante yugo. ¿Por
qué se quejan,
entonces? Carecen de
razón al acusar a
las costumbres
sociales. Deben
culpar de todo al
tonto amor propio
del que viven llenos
y que los hace
preferir morir de
hambre a
infringirlas. Nadie
les toma en cuenta
ese sacrificio hecho
a favor de la
opinión pública,
mientras que Dios sí
les tomará en cuenta
el sacrificio que
hagan de su vanidad.
(L.E., 863)
Respuestas a las
preguntas propuestas
A.
¿Existe fatalidad en
los acontecimientos
de la vida? Si es
así ¿estarían
determinados
previamente los
actos de nuestra
existencia?
La
fatalidad, tal como
es comúnmente
entendida, supone la
decisión previa e
irrevocable de todos
los sucesos de la
vida, cualquiera que
sea su importancia.
Si tal fuese el
orden de las cosas,
el hombre sería una
máquina sin
voluntad. ¿De qué le
serviría la
inteligencia si
estuviese dominado
invariablemente en
todos sus actos por
la fuerza del
destino? Semejante
doctrina, si fuera
verdadera, supondría
la destrucción de
toda libertad moral;
ya no existiría para
el hombre la
responsabilidad y en
consecuencia ni el
bien ni el mal, ni
delitos o virtudes.
Sin embargo, la
fatalidad no es una
palabra vana. Existe
en la posición que
el hombre ocupa en
la Tierra y en las
funciones que allí
desempeña, como
consecuencia del
género de vida que
su Espíritu eligió
como prueba,
expiación o misión.
Sufre fatalmente
todas las
vicisitudes de esa
existencia y todas
las tendencias
buenas o malas que
le son inherentes.
Pero allí termina la
fatalidad, pues de
su voluntad depende
ceder o no a esas
tendencias. Los
pormenores de los
acontecimientos
quedan subordinados
a las circunstancias
que él mismo crea
por sus actos,
siendo que en esas
circunstancias los
Espíritus pueden
influir por medio de
los pensamientos que
le sugieren.
Existe la fatalidad,
por lo tanto, en los
acontecimientos que
se presentan, por
ser éstos
consecuencia de la
elección que el
Espíritu hizo de su
existencia como
hombre. Puede dejar
de haber fatalidad
en el resultado de
tales
acontecimientos,
puesto que es
posible para el
hombre modificar su
curso por su
prudencia. Nunca hay
fatalidad en los
actos de la vida
moral.
(El
Libro de los
Espíritus, preguntas
851, 861 y 866. Ver
también el ítem
872.)
B.
¿Es fatal la hora de
la muerte? Si así
fuera, ¿por qué
debemos tomar
precauciones para no
morir?
Sólo
es fatal, en el
verdadero sentido de
la palabra, el
instante de la
muerte. Llegado ese
momento, de una
forma o de otra, no
podemos sustraernos
a él. En lo que
concierne a la
muerte, por lo
tanto, el hombre se
encuentra sometido a
la inexorable ley de
la fatalidad, puesto
que no puede escapar
a la sentencia que
le señala el término
de la existencia, ni
al género de muerte
que habrá de cortar
ese hilo.
Del
hecho de ser
infalible la hora de
la muerte no se debe
deducir, sin
embargo, que sean
inútiles las
precauciones que
adoptemos para
evitarla, puesto que
las precauciones que
tomamos nos son
sugeridas con el
propósito de evitar
la muerte que nos
amenaza. Son uno de
los medios empleados
para que ésta no
suceda.
(Obra
citada, preguntas
853, 853-a, 854, 855
y 859.)
C.
¿De dónde proviene
el presentimiento
que algunas personas
tienen del momento
de la muerte?
Ese
presentimiento viene
de sus Espíritus
protectores, que de
esta manera les
advierten para que
estén preparadas
para partir, o que
fortalezcan su
coraje en los
momentos en que más
lo necesitan. Puede
venirles también de
la intuición que
tienen de la
existencia que
eligieron, o de la
misión que aceptaron
y que saben que
deben cumplir. (Obra
citada, preguntas
857 y
856.)
D.
Hay personas que
nunca tienen éxito
en nada, y hasta
parece que son
perseguidas por un
mal genio en sus
empresas. Y existen
otras que parecen
favorecidas por la
suerte. ¿A qué se
atribuye esto?
Ese
hecho viene
generalmente del
género de la
existencia elegida.
Esas personas
quisieron ser
probadas mediante
una vida de
decepciones, a fin
de ejercitar la
paciencia y la
resignación. Es
necesario considerar
también que el hecho
muchas veces es el
resultado del camino
equivocado que tales
personas han tomado,
en discrepancia con
su inteligencia y
sus aptitudes. Tiene
grandes
probabilidades de
ahogarse quien
pretende atravesar
un río a nado, sin
saber nadar. Lo
mismo sucede
relativamente en la
mayoría de los
acontecimientos de
la vida. El hombre
tendría éxito casi
siempre si sólo
emprendiera lo que
estuviese en
relación con sus
facultades. Los que
le pierden son su
amor propio y su
ambición que le
desvían de su senda
y le hacen
considerar como
vocación aquello que
no pasa de ser el
deseo de satisfacer
ciertas pasiones.
Fracasa por su
culpa. Pero en vez
de culparse a sí
mismo, prefiere
quejarse de su mala
estrella. Por
ejemplo, uno que
podría ser un buen
obrero y ganarse la
vida honestamente,
se mete a ser un mal
poeta y muere de
hambre. Para todos
habría un lugar en
este mundo, si cada
uno se supiese
ubicar en el lugar
que le corresponde.
En lo
relacionado a las
personas que parecen
favorecidas por la
suerte, puesto que
todo les sale bien,
eso sucede porque
generalmente esas
personas saben
conducirse mejor en
sus empresas. Pero
puede ser también
una clase de prueba.
El éxito las
embriaga; se fían de
su destino y muchas
veces pagan más
tarde ese éxito,
mediante reveses
crueles que la
prudencia hubiera
podido evitar.
(Obra
citada, preguntas
862 a 864.)
E.
¿Cómo se explica que
la suerte favorezca
a algunas personas,
como en el juego?
Algunos Espíritus
eligen
anticipadamente
ciertos tipos de
placer. La buena
suerte que les
favorece es una
tentación. Aquél que
gana como hombre,
pierde como
Espíritu. Es una
prueba para su
orgullo y para su
codicia.
(Obra
citada, pregunta
865.) |