La
transformación
se sigue a la
adquisición de
la creencia
Leemos en la
edición de Enero
del periódico
O Imortal el
texto siguiente,
que no sólo
apoyamos, pero
publicamos
también como
nuestro
editorial de
esta semana:
“Siempre
que somos mira
de una
ingratitud o de
un acto
cualquiera de
animosidad, la
dificultad en
aceptar el hecho
aumenta mucho
cuando vemos en
el otro lado la
persona de
alguien que
conoce la
doctrina
espirita y se
dice adepto de
ella.
Nos preguntamos,
entonces, con
cierta
frecuencia: -
¿Por qué es tan
difícil a un
individuo
asimilar los
principios
espiritas y
agregarlos a los
actos comunes de
su vida?
Esa dificultad
fue objeto en la
obra de Kardec
de oportuno
esclarecimiento,
transmitido por
un guía
espiritual que
actuó junto de
una médium en
socorro a un
Espíritu de
nombre Xumène.
He aquí las
palabras que el
instructor
espiritual
dirigió a la
médium:
‘Hija, tendrás
mucho trabajo
con este
Espíritu
endurecido, pero
el mayor mérito
no resulta de
salvar a los no
perdidos.
Coraje,
perseverancia, y
triunfarás a fin
y al cabo. No
hay culpados que
no puedan
regenerarse por
medio de la
persuasión y del
ejemplo, visto
que como los
Espíritus, por
más perversos
que sean, acaban
por corregirse
con el tiempo.
El hecho de
muchas veces ser
imposible
regenerarlos
prontamente, no
resulta en la
inutilidad de
tales esfuerzos.
Mismo a
disgusto, las
ideas sugeridas
a tales
Espíritus nos
hacen
reflexionar. Son
como semillas
que, temprano o
tarde, tuviesen
que fructificar.
No se rompe la
piedra con el
primer
mazazo.
‘Esto que te
digo puede
aplicarse
también a los
encarnados y tú
debes comprender
la razón porque
el Espiritismo
no hace
inmediatamente
hombres
perfectos, mismo
entre los
adeptos más
creyentes. La
creencia es el
primer paso;
viniendo en
seguida la fe y
la
transformación a
su turno; pero,
además de eso,
la fuerza es que
muchos vienen
vigorizarse en
el mundo
espiritual.
Entre los
Espíritus
endurecidos, no
hay sólo
perversos y
malos. Grande es
el número de los
que, sin hacer
el mal,
estacionan por
orgullo,
indiferencia o
apatía. Estos,
ni por eso, son
menos infelices,
pues tanto más
los aflige la
inercia cuanto
más se ven
privados de las
mundanas
compensaciones.
Intolerables,
por cierto, se
les torna la
perspectiva del
infinito, sin
embargo, ellos
no tienen ni
fuerza ni
voluntad para
romper con esa
situación.’
(El Cielo y el
Infierno,
cap.VII,
Espíritus
endurecidos –
Xumène.)
Las palabras
arriba pueden
ayudarnos a
comprender la
cuestión
inicialmente
propuesta.
La creencia –
dice el
instructor
espiritual – es
el primer paso.
La fe vendrá
después. Pero la
transformación,
ese hecho que va
a caracterizar
el verdadero
espirita, podrá
venir bien más
tarde y, tal
vez, puede ser
que, antes de
eso, el
individuo venga
a “vigorizarse
en el mundo
espiritual”, es
decir, tenga de
pasar por el
proceso del
desencarne y por
el balance
inherente a esa
etapa
fundamental en
la vida de todos
nosotros.
La dificultad de
transformación
no es, pues,
algo inherente a
la doctrina
espirita o a su
incapacidad de
renovar las
criaturas, pero
dice respecto
tan solamente al
grado evolutivo
de las personas
que, en algún
momento de la
existencia, se
encuentran con
la verdad.
Los hechos
revelan que la
acción
transformadora
del Espiritismo
puede darse a lo
largo de una
misma
existencia, sin
necesidad de que
la persona, para
transformarse,
tenga que
atravesar los
umbrales de la
muerte.
Hilário Silva
nos cuenta a
respecto de un
caso muy
curioso, por él
intitulado La
confesión del
portero, que
el lector puede
leer en el libro
Almas en
Desfile, 2ª
parte, cap. 21,
psicografado por
Francisco
Cândido Xavier.
La historia
envuelve un
hombre que buscó
en el
Espiritismo la
paz que él había
perdido desde
que, cinco años
antes, encontró
un cadáver de un
amigo –
Fulgêncio de
Abreu – en el
rincón de un bar
que ambos
frecuentaban. El
cuerpo estaba de
espaldas en el
suelo. El
muchacho fuera
asfixiado por
una débil cuerda
después de haber
recibido fuerte
golpe en el
cráneo.
Acusado por el
crimen que no
cometió,
sufriera él
pesadas
humillaciones en
la policía,
pero, mismo en
libertad, no
conseguía sacar
de la mente el
cuadro del amigo
muerto. En toda
parte, veía la
frente, los
labios, los ojos
desmesuradamente
bien abiertos,
el collar de
sangre… Más
tarde, se
descubrió, que
el homicidio
envolvía un caso
de mujer, pero
la vida de él
continuó un
caos, porque no
comía, no dormía
y permanecía
agarrado a la
impresión del
lamentable
episodio.
Conducido por un
amigo a una Casa
Espirita, las
cosas fueron,
poco a poco,
normalizándose.
Las reuniones de
estudio, las
conferencias,
los pases, el
auxilio al
prójimo le
restituyeron la
paz y lo
tornaron una
nueva persona,
un hombre
transformado,
dedicado al
trabajo y
espirita
convicto.
Cuanto al autor
de la muerte de
Fulgêncio, el
conocimiento del
Espiritismo
ejerció también
importante
papel, que no
relataremos aquí
para no sacar
del lector el
delicioso placer
de saber de ese
desenlace yendo
directamente a
la fuente.”
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