Caminando por la calle
con movimiento, Clarinha
pensaba en cómo hacer
para conseguir conseguir
algún alimento para
llevar para casa.
Estaba cansada y sin
ánimo. Nadie la había
ayudado. Ya era tarde.
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Se acordó de la
madrecita enferma que no
podía trabajar y
sustentar la casa. El
padre había
desencarnado.
Clarinha hacía días sin
ir a la escuela. Como
estaban las dos solas,
tenía que hacer compañía
a la madre. Necesitaba
atenderla en sus
necesidades, darle agua,
hacer un té,
suministrarle el
medicamento.
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Ese día, estaban sin
nada en casa. No tenían
qué comer y hasta el
medicamento se había
acabado. Clarinha
necesitaba buscarlo en
la farmacia.
Tras mucho pensar,
Clarinha decidió que
iría a la calle a pedir
ayuda a las personas.
Había mucha gente
generosa que no dejaría
de socorrerla en esa
emergencia.
Se acordó de una señora
conocida, muy buena, tan
pobre como ellas, que
tal vez pudiera hacer
compañía a su madre.
Acomodó las mantas de la
madre y la avisó de que
tendría que salir un
poco.
— Ve, mi hija. No se
quedes por mi causa. Tú
no has salido de casa y
eso me preocupa.
Doña María residía allí
cerca. Clarinha fue
orando para que la
señora estuviera en
casa. La señora abrió la
puerta, sonriente.
Clarinha le explicó la
situación y preguntó:
— ¿La señora podría
hacer compañía a mamá
por algunas horas?
¡Necesito salir y no
puedo dejarla sola!
— A buen seguro,
Clarinha. Iré
inmediatamente. Puedes
hacer lo que necesitas
sin prisa. Me quedaré
con tu madre el tiempo
que sea necesario.
Agradeciendo a la
señora, Clarinha tomó
rumbo a la ciudad. A
pesar de no estar
acostumbrada a mendigar,
la niña estaba resuelta
a solicitar la ayuda de
las personas. Pero, no
era fácil. Llena de
vergüenza, llenándose de
coraje, Clarinha comenzó
a abordar a los
transeúntes:
— ¡Una ayuda, por favor!
Pero todos pasaban
corriendo, apresurados,
sin tiempo para parar;
muchos respondían
apenas, dejándola más
avergonzada aún; otros
la trataban con
desprecio, algunos con
indiferencia y, aún
otros, ni la veían.
Con el corazón amargado,
Clarinha retenía la
voluntad de llorar.
Miraba A madres que
pasaban con sus hijos,
bien vestidos, alegres,
satisfechos. Los niños
tenían dulces en las
manos o chupaban helados
que parecían deliciosos,
y Clarinha sentía un
dolor muy grande en su
interior.
Ella nunca había podido
pasear así con su madre,
siempre trabajando para
comprar lo necesario
para casa. Ahora, ni
eso. No tenían qué comer
y hasta el pan les
faltaba.
Las horas habían pasado
y la niña estaba
exhausta y hambrienta.
Clarinha resolvió volver
para casa.
Pasó por la farmacia,
cogió el medicamento de
la madre, que el
farmacéutico le vendió
fiado, y tomó el rumbo a
casa.
En el camino, Clarinha
suplicaba ayuda a Jesús.
La Navidad estaba
aproximándose y la
ciudad se mostraba tan
bonita, llena de adornos
coloreados y luces, sin
embargo se sentía
triste.
“¡Ayúdanos, querido
Jesús! ¡El señor que
también era tan pobre,
que nació en un establo
y tuvo por cuna un
pesebre, socórrenos! No
pido por mí, sino por mi
madrecita que está
enferma. Que ella sane y
pueda volver a trabajar
y a sonreír. Que por lo
menos para ella no falte
el alimento, para que se
levante de la cama y
pueda andar.”
Como ya estaba oscuro y
la calle desierta,
Clarinha dejó que las
lágrimas corrieran por
su rostro, lavándole el
alma. Al llegar a casa,
sintió un olorcito bueno
de comida. Se extrañó.
Estaba todo arreglado y
limpio. Corrió para el
cuarto, preocupada por
haber dejado a la madre
tanto tiempo. Doña María
había acabado de dar la
cena a la enferma, que
mostraba un aire alegre
y risueño. Clarinha se
disculpó:
— ¡Doña María! Tardé
demasiado y abusé de su
bondad. Discúlpeme.
Con una sonrisa larga y
satisfecha, la señora
respondió:
— No te preocupes, hija
mía. Me encantó pasar la
tarde aquí con tu madre.
Dimos buenas risotadas
recordando hechos del
pasado. ¿Y tú, como te
fue? ¿Conseguiste hacer
lo que necesitabas?
— No, doña María. No
conseguí hacer lo que
planeé. Sólo traje el
medicamento de mamá.
¿Pero, como fue que la
señora hizo esta sopa?
¡No teníamos nada en
casa!
La señora, vivida y
experimentada, que había
entendido el drama de la
familia y la
preocupación de la niña,
sonriente la
tranquilizó:
— Clarinha, yo soy muy
pobre, sin embargo tengo
buenos amigos. Mandé
recado a algunas
personas e
inmediatamente el
resultado comenzó a
surgir. ¡Ven a ver!
Doña María llevó a
Clarinha para la cocina
y, en un rincón, había
una gran caja con
alimentos: arroz,
alubias, aceite, harina,
sal, café, macarrones y
mucho más. ¡La niña vio,
con sorpresa, que tenían
hasta bizcochos!
No conteniendo las
lágrimas, Clarinha
abrazó a la amiga,
agradecida por las
dádivas. La señora
respondió, conmovida:
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— Agradécelo a Jesús,
Clarinha. Fue él que
puso amor en el corazón
de las personas que nos
ayudaron.
Abrazando a la señora,
la niña estuvo de
acuerdo:
— Sé que fue Jesús, doña
María. Él atendió a mis
plegarias. Sin embargo,
fue a través de sus
manos que él nos
socorrió.
Gracias.
Todo cambió en aquella
casa tras ese día. Los
amigos de doña Maria
pasaron a visitarlas y
se hicieron sus amigos
también.
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El día de Navidad, la
madre de Clarinha ya
estaba curada y
trabajando. Todo había
vuelto a la normalidad.
Reunieron a todas las
familias y decidieron
hacer una gran fiesta
para conmemorar el
nacimiento de Jesús. Y,
como no podría dejar de
ser, homenajearon el
aniversario, ayudando a
otras personas
necesitadas que, en el
momento, pasaban por
dificultades.
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Y Clarinha entendió que
todo en la vida tiene
que tener amor. Que,
amando a las personas,
no quedamos solos. Que,
saliendo de dentro de
nosotros mismos y
pasando a dividir
nuestros problemas,
recibimos ayuda, tanto
como llegará el momento
en que podremos también
socorrer con amor a
otros, en una gran
corriente de fraternidad
y donación al prójimo. |
MEIMEI
(Recebida por Célia
Xavier de Camargo, em
Rolândia-PR, em 29 de
novembro de 2005.)
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