Continuamos con el
Estudio Metódico del
Pentateuco
Kardeciano, que
focalizará las cinco
principales obras de
la Doctrina
Espírita, en el
orden en que fueron
inicialmente
publicadas por Allan
Kardec, el
Codificador del
Espiritismo.
Las
respuestas a las
preguntas
presentadas,
fundamentadas en la
76ª edición
publicada por la
FEB, basadas en la
traducción de
Guillon Ribeiro, se
encuentran al final
del texto.
Preguntas para
debatir
A. Si
el deseo de poseer
es una aspiración
natural, ¿cuál es el
carácter de la
propiedad legítima?
B.
¿Cuál es el
verdadero sentido de
la palabra caridad,
tal como la entendía
Jesús?
C.
¿Qué se debe pensar
de la limosna?
D.
¿Cuál es el papel de
la educación en la
reforma moral del
individuo y de la
sociedad?
E.
¿Cuáles son la más
meritoria de las
virtudes y la señal
más característica
de la imperfección?
Texto para la
lectura
525.
Es natural el deseo
de poseer, pero
cuando el hombre
desea poseer sólo
para sí mismo y para
su satisfacción
personal, es
egoísmo. Hay hombres
insaciables que
acumulan bienes sin
provecho para nadie,
o sólo para saciar
sus pasiones. ¿Crees
que Dios ve eso con
buenos ojos? Aquél
que, por el
contrario, junta por
medio de su trabajo
con miras a socorrer
a sus semejantes,
practica la ley del
amor y la caridad, y
Dios bendice su
trabajo. (L.E., 883)
526.
Cierto es que nadie
puede dedicar a sus
enemigos un amor
tierno y apasionado.
No fue eso lo que
Jesús quiso decir.
Amar a los enemigos
es perdonarles y
retribuirles bien
por mal. Los que así
proceden se vuelven
superiores a sus
enemigos, mientras
que los que buscan
tomar venganza, se
colocan por debajo
de ellos.
(L.E.,
887)
527.
Condenándose a la
mendicidad, el
hombre se degrada
física y moralmente:
se embrutece. Una
sociedad que se base
en la ley de Dios y
en la justicia, debe
proveer a la vida
del débil, sin
humillarle. Debe
asegurar la
subsistencia de los
que no pueden
trabajar, sin dejar
su vida a merced
de la casualidad
y de la buena
voluntad de algunos.
(L.E., 888)
528.
No se reprueba la
limosna: lo que
merece reprobación
es la manera como
habitualmente es
dada. El hombre de
bien, que comprende
la caridad según
Jesús, va al
encuentro del
desdichado, sin
esperar que éste le
tienda la mano. La
verdadera caridad es
siempre bondadosa y
benévola: está tanto
en el acto, como en
la manera en que es
practicado. Doble
valor tiene un
servicio prestado
con delicadeza. Si
se hiciera con
altanería, puede que
la necesidad obligue
a quien lo recibe a
aceptarlo, pero su
corazón poco se
conmoverá. (L.E.,
888-a)
529.
Recordad también que
a los ojos de Dios,
la ostentación quita
mérito al beneficio.
Dijo Jesús: “No sepa
vuestra mano
izquierda lo que
hace vuestra
derecha”. De esa
manera, os enseñó a
no manchar la
caridad con el
orgullo. (L.E.,
888-a)
530.
Se debe distinguir
la limosna
propiamente dicha de
la beneficencia. No
siempre el que pide
es el más
necesitado. El temor
a una humillación
detiene al verdadero
pobre, que muchas
veces sufre sin
quejarse. A éste es
a quien el hombre
verdaderamente
humanitario sabe ir
a buscar sin
ostentación. (L.E.,
888-a)
531.
Amaos los unos a
los otros, es toda
la ley, la ley
divina, por medio de
la cual gobierna
Dios los mundos. El
amor es la ley de
atracción para los
seres vivientes y
organizados. La
atracción es la ley
del amor para la
materia inorgánica.
(L.E.,
888-a)
532.
No olvidéis nunca
que el Espíritu,
cualquiera que sea
su grado de
adelanto, esté
encarnado o en la
erraticidad, está
siempre colocado
entre uno superior
que le quía y
perfecciona, y uno
inferior hacia el
cual tiene que
cumplir esos mismos
deberes. Sed pues
caritativos,
practicando no sólo
la caridad que os
hace dar fríamente
el óbolo que sacáis
del bolsillo al que
osa pedíroslo, sino
la que os lleve al
encuentro de las
miserias ocultas.
Sed indulgentes con
los defectos de
vuestros semejantes.
En vez de sentir por
ellos desprecio por
su ignorancia y sus
vicios, instruid a
los ignorantes y
moralizad a los
viciosos. Sed
amables y benévolos
con todo el que os
sea inferior. Lo
mismo con los seres
más ínfimos de la
creación y habréis
obedecido la ley de
Dios. (L.E., 888-a)
533.
Hay sin duda,
hombres que se ven
condenados a
mendigar por su
propia culpa; pero
si una buena
educación moral les
hubiese enseñado a
practicar la ley de
Dios, no habrían
caído en los excesos
que causaron su
perdición. De ello,
sobre todo, depende
la mejora de este
planeta.
(L.E., 889)
534.
El amor materno es,
al mismo tiempo, una
virtud y un
sentimiento
instintivo. La
Naturaleza dio a la
madre el amor a sus
hijos en el interés
de su conservación.
En el animal ese
amor se limita a las
necesidades
materiales y luego
cesa. En el hombre
persiste toda la
vida e implica una
devoción y una
abnegación que son
virtudes. Incluso,
sobrevive a la
muerte y acompaña al
hijo hasta más allá
de la tumba. (L.E.,
890)
535.
El odio que algunas
madres tienen por
sus hijos
constituye, a veces,
una prueba que el
Espíritu del hijo
eligió, o una
expiación, en caso
él haya sido un mal
padre, o una madre
perversa, o un mal
hijo en otra
existencia. Claro
que en esos casos la
mala madre es un mal
Espíritu que trata
de crear obstáculos
para que su hijo
sucumba. Pero esa
violación de las
leyes de la
Naturaleza no queda
impune, y el
Espíritu del hijo
será más tarde
recompensado por los
obstáculos sobre los
que haya triunfado.
(L.E., 891)
536.
Aún cuando los hijos
causen disgustos a
los padres, no
existe disculpa para
la falta de ternura
de los padres a los
hijos, porque esto
representa un
encargo que les es
confiado y su misión
consiste en
esforzarse para
encaminar a los
hijos en el bien.
Además, esos
disgustos son, a
menudo, la
consecuencia de un
mal hábito que los
padres dejaron que
sus hijos
adquirieran desde la
cuna. Cosechan
entonces lo que
sembraron. (L.E.,
892)
537.
Hay personas que
hacen el bien
espontáneamente: eso
es una señal del
progreso que han
realizado. Lucharon
en el pasado y
triunfaron. Por eso,
los buenos
sentimientos no les
cuestan ningún
esfuerzo y sus
acciones les parecen
muy sencillas. El
bien se convirtió en
hábito para ellos.
Se les debe honrar
como se acostumbra
homenajear a los
viejos guerreros que
conquistaron sus
altos puestos.
(L.E., 894)
538.
Las personas
pródigas ¿tienen
algún mérito por su
desprendimiento? Sí.
Tienen el mérito del
desinterés, pero no
el del bien que
podrían hacer. El
desinterés es una
virtud, pero la
prodigalidad
irreflexiva
constituye siempre
una falta de juicio.
La fortuna, del
mismo modo que no es
dada a algunos para
ser encerrada en una
caja fuerte, tampoco
es dada a otros para
ser desparramada al
viento. Representa
un depósito del que
todos tendrán que
rendir cuentas
porque tendrán que
responder de todo el
bien que podían
hacer y no hicieron,
de todas las
lágrimas que
hubieran podido
enjugar con el
dinero que dieron a
los que no lo
necesitaban.
(L.E., 896)
539.
El bien debe ser
hecho por caridad,
es decir, con
desinterés.
Indudablemente, no
constituye un mal
esperar algo mejor
en el futuro en
función del bien que
practicamos; pero
aquél que hace el
bien, sin una idea
preconcebida, por el
solo placer de ser
agradable a Dios y a
su prójimo que
sufre, ya se
encuentra en un
cierto grado de
progreso que le
permitirá alcanzar
la felicidad mucho
más pronto que su
hermano el cual, más
positivo, hace el
bien por interés.
(L.E., 897 y 897-a)
540.
Procede como egoísta
todo aquél que
calcula lo que cada
una de sus buenas
acciones le pueda
rendir en la vida
futura. Sin embargo,
no hay ningún
egoísmo en el hombre
que quiera mejorar
para aproximarse a
Dios, pues ése es el
fin al que todos
debemos tender.
(L.E., 897-b)
541.
Sin duda, es útil
que nos esforcemos
en adquirir
conocimientos
científicos.
Primero, ello nos
pone en condiciones
de ayudar a nuestros
hermanos; luego,
nuestro Espíritu se
elevará más rápido,
si ya hubiera
progresado en
inteligencia. En los
intervalos de las
encarnaciones,
aprenderemos en una
hora lo que en la
Tierra exigiría años
de aprendizaje.
Ningún conocimiento
es inútil; todos
contribuyen más o
menos al progreso
porque el Espíritu,
para ser prefecto,
debe saberlo todo y
porque el progreso
ha de cumplirse en
todos los sentidos,
todas las ideas
adquiridas ayudan al
desarrollo del
Espíritu.
(L.E., 898)
542.
De dos hombres ricos
que emplean sus
riquezas
exclusivamente en
satisfacciones
personales, es más
culpable aquél que
conoció los
sufrimientos, porque
sabe lo que es
sufrir. Conoce el
dolor, al que no
busca aliviar, pero
como sucede con
frecuencia, ya no lo
recuerda. (L.E.,
899)
543.
Aquél que acumula
bienes
incesantemente sin
hacer el bien a
nadie, ¿encontrará
disculpa en la
circunstancia de
acumular con el
objetivo de legar
una mayor suma a sus
herederos? No; se
trata de un
compromiso con la
mala conciencia.
(L.E.,
900)
544.
De dos avaros, uno
que se priva a sí
mismo de lo
necesario y muere en
la miseria sobre su
tesoro, y otro que
sólo es avaro para
los demás y pródigo
consigo mismo, es
más culpable el que
goza, porque es más
egoísta que avaro.
El primero ya
recibió parte de su
castigo. (L.E., 901)
545.
El deseo de obtener
riquezas con el
objetivo de hacer el
bien es un
sentimiento loable,
si es realmente
puro. Pero tal
deseo, ¿será siempre
desinteresado? ¿No
ocultará ningún
objetivo de orden
personal? (L.E.,
902)
546.
Incurre en una gran
culpa el hombre que
estudia los defectos
ajenos para
criticarlos y
divulgarlos, porque
eso es faltar a la
caridad. Pero si lo
hace para sacar de
allí algún
beneficio, para
evitarlos, ese
estudio podrá serle
de alguna utilidad.
Es importante no
olvidar, sin
embargo, que la
indulgencia para con
los defectos de los
demás es una de las
virtudes
comprendidas en la
caridad. Antes de
censurar las
imperfecciones de
los demás, ved si no
podrán decir lo
mismo de vosotros.
Tratad pues de
poseer las
cualidades opuestas
a los defectos que
criticáis en vuestro
semejante. Ese es el
medio de tornaos
superiores a él. Si
le censuráis la
avaricia, sed
generosos; si es el
orgullo, sed
humildes y modestos;
si es la dureza, sed
tiernos; si es la
mezquindad, sed
magnánimos. En una
palabra, haced de
manera que no se os
puedan aplicar las
palabras de Jesús:
Ve la paja en el
ojo de su vecino y
no ve la viga en el
suyo. (L.E.,
903)
547.
La culpa de aquél
que indaga las
llagas de la
sociedad y las
expone en público,
depende del
sentimiento que le
anime. Si el
escritor únicamente
busca producir
escándalo, sólo se
proporciona una
satisfacción
personal y podrá ser
castigado por ello.
No siempre es útil
juzgar la pureza de
las intenciones del
escritor. Si escribe
cosas buenas,
aprovechadlas. Si
procede mal, es una
cuestión de
conciencia que le
atañe a él
exclusivamente.
Además, si se empeña
en probar su
sinceridad, que
apoye lo que dice
con ejemplos
propios.
(L.E.,
904)
548.
Algunos autores han
publicado bellísimas
obras de gran moral,
que ayudan al
progreso de la
Humanidad, pero de
las cuales ellos no
sacaron ningún
provecho. ¿Les será
tomado en cuenta,
como Espíritus, el
bien que sus obras
han hecho? No; la
moral sin acciones
es lo mismo que la
semilla sin fruto.
¿De que os sirve la
semilla si no hacéis
que dé los frutos
que os alimenten?
Grave es la culpa de
esos hombres, porque
disponían de
inteligencia para
comprender. Al no
practicar las
máximas que ofrecían
a los demás,
renunciaron a
cosechar los frutos.
(L.E., 905)
549.
Ya que el hombre
puede tener
conciencia del mal
que hace, igualmente
debe tenerla del
bien, a fin de saber
si obró bien o mal.
Al pesar todos sus
actos en la balanza
de la ley de Dios, y
sobre todo en la de
la ley de justicia,
amor y caridad,
podrá decirse a sí
mismo si sus obras
son buenas o malas.
No se puede, por lo
tanto, censurarle
por reconocer que ha
triunfado sobre sus
malas inclinaciones
y por sentirse
satisfecho, mientras
que no se envanezca
de esto, porque
entonces caería en
otra falta.
(L.E., 906)
550.
El principio que da
origen a las
pasiones no es malo.
La pasión está en el
exceso que hace
crecer la voluntad;
el principio que le
da origen fue puesto
en el hombre para el
bien, puesto que las
pasiones pueden
llevarlo a la
realización de
grandes cosas. El
abuso que de ellas
se hace es lo que
causa el mal.
(L.E.,
907)
551.
Las pasiones son
como un caballo, que
sólo es útil cuando
está gobernado y se
vuelve peligroso
cuando él pasa a
gobernar. Una pasión
se vuelve peligrosa
a partir del momento
en que dejáis de
poder gobernarla y
da por resultado un
perjuicio cualquiera
para vosotros mismos
o para los demás.
(L.E., 908)
552.
La pasión
propiamente dicha es
la exageración de
una necesidad o de
un sentimiento. Está
en el exceso y no en
la causa, y ese
exceso se vuelve un
mal cuando tiene
como consecuencia un
perjuicio
cualquiera. Toda
pasión que aproxima
al hombre a la
naturaleza animal,
lo aleja de la
naturaleza
espiritual. (L.E.,
908, comentario de
Kardec)
Respuestas a las
preguntas propuestas
A. Si
el deseo de poseer
es una aspiración
natural, ¿cuál es el
carácter de la
propiedad legítima?
Sólo
es propiedad
legítima aquella que
fue adquirida sin
perjuicio de otros.
(El
Libro de los
Espíritus, preguntas
883, 884 y 885.)
B.
¿Cuál es el
verdadero sentido de
la palabra caridad,
tal como la entendía
Jesús?
Benevolencia para
con todos,
indulgencia para las
imperfecciones de
los demás, perdón de
las ofensas. La
caridad según Jesús,
no se limita a la
limosna y abarca
todas las relaciones
en que nos
encontramos con
nuestros semejantes,
sean ellos nuestros
inferiores, iguales
o superiores. Nos
ordena la
indulgencia, porque
de la indulgencia
necesitamos nosotros
mismos, y nos
prohíbe humillar a
los desafortunados,
contrariamente a lo
que se acostumbra
hacer.
(Obra
citada, preguntas
886 y 888).
C.
¿Qué se debe pensar
de la limosna?
Nada
hay contra la
limosna. Lo que
merece reprobación
no es la limosna,
sino la manera como
habitualmente se
entrega. El hombre
de bien que
comprende la caridad
según Jesús, va al
encuentro del
desdichado, sin
esperar que éste le
tienda la mano. La
verdadera caridad es
siempre bondadosa y
benévola; está tanto
en el acto como en
la manera en que es
practicado.
Se
debe también
distinguir a la
limosna propiamente
dicha de la
beneficencia. No
siempre el más
necesitado es quien
la pide. El temor de
una humillación
detiene al verdadero
pobre, que muchas
veces sufre sin
quejarse. A éste es
quien el hombre
verdaderamente
humanitario sabe ir
a buscar sin
ostentación. No
olvidemos que el
Espíritu, cualquiera
que sea el grado de
su adelantamiento y
su situación como
reencarnado o
desencarnado, está
siempre colocado
entre un superior
que le guía y
perfecciona y un
inferior para con el
cual tiene que
cumplir esos mismos
deberes. Seamos
pues, caritativos,
practicando no sólo
la caridad que nos
hace dar fríamente
el óbolo que sacamos
del bolsillo a aquél
que lo pide, sino
que nos lleve al
encuentro de las
miserias ocultas.
(Obra citada,
preguntas 888 y
889.)
D.
¿Cuál es el papel de
la educación en la
reforma moral del
individuo y de la
sociedad?
La
educación,
convenientemente
entendida,
constituye la llave
del progreso moral.
Cuando se conoce el
arte de manejar los
caracteres, como se
conoce el de manejar
las inteligencias,
se conseguirá
corregirlos, del
mismo modo que se
enderezan las
plantas nuevas.
El
egoísmo es la fuente
de todos los vicios,
como la caridad lo
es de todas las
virtudes. Destruir
una y desarrollar la
otra, tal debe ser
el objetivo de todos
los esfuerzos del
hombre, si quisiera
asegurar su
felicidad en este
mundo, tanto como el
futuro.
El
egoísmo se funda en
la importancia de la
personalidad.
Destruyendo esa
importancia o, por
lo menos,
reduciéndola a sus
legítimas
proporciones, se
reduce gradualmente
el sentimiento de
egoísmo. Ahora bien,
el Espiritismo bien
comprendido, muestra
las cosas desde tan
alto que el
sentimiento de la
personalidad
desaparece, de
cierta manera, ante
la inmensidad.
A
medida que los
hombres se instruyen
acerca de las cosas
espirituales, menos
valor dan a las
cosas materiales,
atenuando por
consiguiente la
fuerza del
sentimiento egoísta
en el mundo en que
vivimos. Ese
propósito incumbe a
la educación.
(Obra citada,
pregunta 889. Ver
también las
preguntas 685, 813,
914 y 917.)
E.
¿Cuáles son la más
meritoria de las
virtudes y la señal
más característica
de la imperfección?
Toda
virtud tiene su
mérito propio,
porque todas ellas
indican progreso en
la senda del bien.
Hay virtud siempre
que existe una
resistencia
voluntaria a la
atracción de las
malas inclinaciones.
Pero la sublimidad
de la virtud está en
el sacrificio del
interés personal por
el bien del prójimo,
sin otro pensamiento
escondido, y la más
meritoria es la que
se basa en la
caridad más
desinteresada.
Con
respecto a las
imperfecciones de
los hombres, su
señal más
característica es el
interés personal. El
verdadero
desinterés, según el
Espiritismo, es tan
raro en la Tierra
que cuando se
manifiesta, todos lo
admiran como si
fuera un fenómeno.
El apego a las cosas
materiales
constituye una señal
notoria de
inferioridad porque
cuanto más se aferra
el hombre a los
bienes de este
mundo, tanto menos
comprende su
destino. Al
contrario, por el
desinterés demuestra
que encara el futuro
desde una posición
más elevada.
(Obra citada,
preguntas 893 y
895.) |