Continuamos con el
Estudio Metódico del
Pentateuco Kardeciano,
que focalizará las cinco
principales obras de la
Doctrina Espírita, en el
orden en que fueron
inicialmente publicadas
por Allan Kardec, el
Codificador del
Espiritismo.
Las
respuestas a las
preguntas presentadas,
fundamentadas en la 76ª
edición publicada por la
FEB, basadas en la
traducción de Guillon
Ribeiro, se encuentran
al final del texto.
Preguntas para debatir
A. ¿Puede
el hombre, él solo,
vencer las malas
inclinaciones que lo
dominan?
B. ¿Cuál
de todos los vicios es
el que más aflige a la
Humanidad?
C. ¿Qué
se necesita hacer para
destruir el egoísmo?
D. Según
el Espiritismo, ¿qué es
un hombre de bien?
E. ¿Cuál
es el medio práctico más
eficaz que el hombre
tiene para mejorar en
esta vida y resistir a
la atracción del mal?
Texto para la lectura
553.
Muchas personas dicen:
Quiero, pero la
voluntad sólo está en
sus labios. Quieren pero
están muy satisfechas de
que no suceda lo que
quieren. Cuando el
hombre cree que no puede
vencer sus pasiones, es
porque su Espíritu se
complace en ellas como
consecuencia de su
inferioridad. Aquél que
trata de reprimirlas
comprende su naturaleza
espiritual. Vencerlas
significa para él una
victoria del Espíritu
sobre la materia.
(L.E., 911)
554. El
medio más eficaz de
combatir el predominio
de la naturaleza
corporal en uno mismo,
es practicar la
abnegación.
(L.E.,
912)
555. A
medida que los hombres
se instruyen sobre las
cosas espirituales, dan
menos valor a las cosas
materiales. Además, para
extirpar el egoísmo
completamente del
corazón humano, es
necesario que se
reformen las
instituciones humanas
que lo mantienen y
fomentan. Esto depende
de la educación. (L.E.,
914)
556. El
egoísmo crece con la
civilización y parece
que ésta lo estimula y
mantiene. Cuanto mayor
es el mal, más horrible
se vuelve. Era necesario
que el egoísmo produjese
mucho mal para que se
comprendiese la
necesidad de extirparlo.
Cuando los hombres se
hayan despojado del
egoísmo, vivirán como
hermanos sin hacerse
ningún mal y ayudándose
recíprocamente,
impulsados por el
sentimiento mutuo de la
solidaridad.
Entonces, el fuerte será
el apoyo y no el opresor
del débil, y ya no se
verán hombres a quienes
les falte lo
indispensable, porque
todos practicarán la ley
de justicia. Ese es el
reino del bien, que los
Espíritus están
encargados de preparar.
(L.E., 916)
Respuestas a las
preguntas propuestas
A. ¿Puede
el hombre, él solo,
vencer las malas
inclinaciones que lo
dominan?
Sí, y a
menudo, haciendo
esfuerzos
insignificantes. Lo que
le falta es voluntad.
(El Libro
de los Espíritus,
preguntas 909 a 912.)
B. ¿Cuál
de todos los vicios es
el que más aflige a la
Humanidad?
El
egoísmo.
De él
deriva todo el mal.
Estudiemos todos los
vicios y encontraremos
que en el fondo de todos
está la presencia del
egoísmo.
(Obra
citada, preguntas 913 y
917.)
C. ¿Qué
se necesita hacer para
destruir el egoísmo?
El
egoísmo se debilitará en
proporción al predominio
de la vida moral sobre
la vida material y,
sobre todo, con la
comprensión que el
Espiritismo nos permite
de nuestro estado
futuro. El egoísmo se
basa en la importancia
de la personalidad.
Ahora bien, el
Espiritismo bien
comprendido nos muestra
las cosas desde tan alto
que el sentimiento de la
personalidad desaparece,
en cierto modo, ante la
inmensidad. Destruyendo
esa importancia, o por
lo menos reduciéndola a
sus legítimas
proporciones,
necesariamente combate
el egoísmo, una tarea
que compete a la
educación; no esa
educación que tiende a
hacer hombres instruidos
sino la que tiende a
hacer hombres de bien.
La educación
convenientemente
entendida, constituye la
llave del progreso
moral. Cuando se conozca
el arte de manejar los
caracteres, así como se
conoce el arte de
manejar las
inteligencias, se
logrará corregirlos, del
mismo modo que se
enderezan las plantan
nuevas. Pero ese arte
exige mucho tacto, mucha
experiencia y profunda
observación.
(Obra
citada, preguntas 914 a
917.)
D. Según
el Espiritismo, ¿qué es
un hombre de bien?
El hombre
de bien es el que
practica la ley de
justicia, amor y
caridad, en su mayor
pureza. Si interroga su
propia conciencia sobre
los actos que realizó,
se preguntará si no
trasgredió esa ley, si
no hizo mal, si hizo
todo el bien que pudo,
si nadie tiene motivos
para quejarse de él, en
fin, si hizo a los demás
lo que hubiera querido
que hiciesen por él.
Poseído del sentimiento
de caridad y de amor al
prójimo, hace el bien
por el bien, sin esperar
ninguna retribución, y
sacrifica sus intereses
en favor de la justicia.
Es bueno, humanitario y
benévolo para con todos,
porque ve hermanos en
todos los hombres, sin
distinción de razas ni
creencias. Si Dios le
otorgó el poder y la
riqueza, considera esas
cosas como un depósito,
que debe usar para el
bien. No se envanece de
ellas, porque sabe que
Dios, que se las dio,
también las puede
quitar. Si el orden
social colocó bajo su
dependencia a otros
hombres, los trata con
bondad y complacencia,
porque son sus iguales
ante Dios. Usa su
autoridad para elevarles
la moral y no para
aplastarlos con su
orgullo. Es indulgente
con las debilidades
ajenas, porque sabe que
también necesita de la
indulgencia de los demás
y recuerda las palabras
de Cristo: Arroje la
primera piedra aquél que
esté libre de pecado. No
es vengativo. A ejemplo
de Jesús, perdona las
ofensas, y recuerda sólo
los beneficios, porque
sabe que se le perdonará
tal como él haya
perdonado. Respeta, en
fin, en sus semejantes
todos los derechos que
las leyes de la
Naturaleza le conceden,
como quisiera que los
mismos derechos le sean
respetados.
(Obra
citada, pregunta 918.)
E. ¿Cuál
es el medio práctico más
eficaz que el hombre
tiene para mejorar en
esta vida y resistir a
la atracción del mal?
Un sabio
de la antigüedad os lo
dijo: Conócete a ti
mismo. El conocimiento
de sí mismo es la llave
del progreso espiritual.
Pero alguien preguntará:
¿Cómo juzgarse a sí
mismo? ¿No está allí la
ilusión del amor propio
para atenuar las faltas
y hacer que las
disculpemos? El avaro se
considera sólo un
ahorrador y previsor; el
orgulloso juzga que en
él sólo hay dignidad.
Esto es real, pero
existe un medio de
verificación que no
puede engañarnos. Cuando
estuviéramos indecisos
sobre el valor de alguna
de nuestras acciones,
pensemos cómo la
calificaríamos si la
realizara otra persona.
Si la censuramos en otra
persona, no podrá ser
legítima cuando fuéramos
su autor, pues Dios no
usa dos medidas para
aplicar su justicia.
Tratemos también de
saber lo que nuestros
semejantes piensan de
ella, y no despreciemos
la opinión de nuestros
enemigos, porque ellos
no tienen ningún interés
en enmascarar la verdad
y Dios muchas veces los
coloca a nuestro lado
como un espejo, a fin de
que seamos advertidos
con más franqueza de lo
que haría un amigo. Por
lo tanto, escudriñe en
su conciencia aquél que
sienta el deseo serio de
mejorar, a fin de
extirpar de ella las
malas inclinaciones,
como arranca de su
jardín las malas
hierbas; que haga el
balance moral cada día,
tal como lo hace el
comerciante para evaluar
sus pérdidas y sus
ganancias. Si puede
decir que su día fue
bueno, podrá dormir en
paz y esperar sin recelo
el despertar en la otra
vida.
(Obra
citada, preguntas 919 y
919-a.) |