Francisco, esperando con
mucho amor a los padres,
nació con un pequeño
problema: tenía una de
las piernas un poco
menor que la otra.
Viviendo en una ciudad
pequeña y sin recursos,
los padres quedaron
felices con el
nacimiento del bebé, sin
preocuparse con el
defecto, creyendo que se
resolvería con el
tiempo.
Los años fueron pasando
y Francisco se hacía
cada vez más experto y
activo, cercado por el
amor de la familia.
Ahora vivían en una
ciudad mayor y más
bonita, y él tenía
amigos, jugaba y se
divertía.
Cierto día, sin embargo,
Francisco jugaba en la
calzada con algunos
amigos, cuando se enfadó
con Marquinho, uno de
los chicos. Se agarraron
a los brazos y
puntapiés, rodando por
el suelo.
Un hombre que pasaba,
viendo la pelea,
consiguió separar a los
dos. Sin embargo,
Marquinho, lleno de
rabia se irguió del
suelo y, limpiando las
lágrimas del rostro,
gritó:
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— ¡Inválido! ¡Tú me la
pagas!...
Oyendo aquellas
palabras, Francisco
quedó rojo de rabia y
humillación. Aunque los
otros niños quisieron
continuar el juego, él
se negó, diciendo que
necesitaba volver para
casa.
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A partir de ese día,
Francisco se volvió
triste y callado. No
quería jugar más con los
amigos, no quería salir
para pasear, no quería
hacer nada.
La madre, preocupada al
ver el estado del hijo,
le preguntó:
— ¿Qué pasó, hijo mío?
¡Tu andas triste,
callado, no quieres ni
jugar más!...
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Bajando la cabeza,
Francisco se echó a
llorar: |
— ¿Mamá, por qué yo nací
así?
— ¿Así como, hijo mío? —
contestó la madre,
admirada.
— ¡Inválido, ahora con
eso! ¡Un chico me tachó
de inválido!...
La madrecita lo colocó
en el pecho y,
abrazándolo con amor, le
habló con ternura:
— Hijo mío, tú no eres
inválido. ¡Tienes un
defectito en la pierna
que apenas se nota!
¡Tanto es que tú nunca
te preocupaste con
el!... ¿Algún día ese
defecto te impidió
hacer alguna cosa?
— ¡No! — él respondió,
balanceando la cabeza.
— Entonces, hijo, Dios
sabe lo que hace. Además
de eso, tal vez nuestro
Padre Celestial haya
querido que tu tuvieras
cuidado. Es como si Él
dijera: — ¡Francisco,
mira lo que tú vas a
hacer con su pierna!
¡Todo lo que yo doy es
para haber buen uso!
¿Entendiste, hijo mío?
— Más o menos. ¿Es
porque yo puedo usarla
para el mal?
— Exactamente, hijo. Tú
puedes golpear a
alguien, puedes trillar
un camino malo,
complicando tu vida. Ese
problema en la pierna es
una marca que tú
trajiste del pasado,
es decir, de otra
existencia en que,
probablemente,
perjudicaste a alguien.
Cuando hacemos algo
negativo, creamos una
marca del cuerpo
espiritual y renacemos
con ella para intentar
notar nuestro error.
— Ah!... Entendí.
Quieres decir que yo
necesito tratar bien a
todo el mundo y no
pelear con nadie. ¿Pero
voy a continuar con ese
defecto la vida entera?
— ¿Quién sabe? Es
posible hasta que
busquemos un buen médico
que resuelva tu
problema. ¡Pero, la
verdad, hijo mío, es que
eso no representa nada!
Ven conmigo. Voy a
llevarte a hacer una
visita.
La madre llevó a
Francisco hasta una
entidad que cuidaba de
niños con dificultades
diversas. Había niños
ciegos, sordos, mudas,
paralíticas, sin brazos
o sin piernas, con
deficiencias mentales y
todo tipo de problemas.
Al verlas, el niño
sintió la compasión
crecer en su interior.
¡Conversó con las
personas que cuidaban de
ellos, con los niños que
podían hablar y percibió
que, a pesar de todo,
ellos eran alegres!
Dependiendo de las
posibilidades, ellos
jugaban, reían,
cantaban.
Francisco volvió para
casa sintiéndose
diferente.
— Gracias, mamá. Ahora
sé que no tengo problema
alguno. Yo tengo piernas
para andar, puedo ir a
la escuela, tengo manos
para coger lo que
quiera; puedo pensar y
aprender, andar en
bicicleta y un montón de
otras cosas.
Él paró de hablar,
sonrió y se lanzó al
pecho de la madre,
dándole un gran abrazo,
mientras decía:
— Agradezco a Dios por
todo lo que me dio.
¡Inclusive por la madre
que yo
tengo!
MEIMEI
(Recebida por Célia
Xavier de Camargo, em
Rolândia-PR, no dia
6/02/2012.)
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