De vuelta para casa
después del
entrenamiento, Mauro se
había sumergido en una
profunda revuelta.
A él le gustaba mucho
jugar baloncesto, pero
los compañeros no lo
valoraban. Soñaba ser un
excelente jugador, ser
aclamado en los barrios,
conocido y admirado por
todos. Sin embargo, los
compañeros del equipo no
confiaban en él por
tener sólo trece años.
Llegando a su casa, tiró
la mochila sobre un
sillón y se dirigió a la
cocina, donde la madre
andaba con la comida
lista.
La familia ya estaba
reunida. Se sentó, de
mal humor, sin decir
nada. Las hermanas,
gemelas, de dieciséis
años, miraron a Mauro,
después para el padre,
extrañando el
comportamiento del
hermano. Julio, sin
embargo, de cinco años,
con su voz infantil
preguntó:
— ¿Que bicho te picó hoy,
Maurinho? — repitiendo
una frase que la madre
usaba cuando alguno de
los hijos estaba
irritado.
Los demás hallaron
gracia, pero Mauro
enrojeció de rabia:
— ¡No me canses, enano!
Sino yo...
— Relájate, Maurinho.
Vamos a comer en paz —
interfirió el padre,
calmándolo.
La madre terminó de
colocar los platos en la
mesa y se sentó también.
Una de las hermanas hizo
una pequeña oración de
agradecimiento a Dios
por el día y por el
alimento.
Mauro bajó la cabeza y
comió en silencio. Al
terminar, pidió permiso
y se levantó. La madre
miró para él, pues era
hábito esperar que los
demás acabaran de comer.
Pero el padre hizo una
señal para la esposa,
como si dijera: “Déjalo
ir. Él no está bien.”
 |
El muchachito fue para
su cuarto y allá quedó
obstinado. Terminada la
comida, el padre fue
hasta el cuarto del hijo.
Lo encontró en el lecho,
con la cabeza cubierta.
Tranquilo, sentándose a
la vera de la cama, él
dijo:
— Hijo mío, ocurrió algo
hoy que te enfada. Si yo
puedo ayudarte, estaré
muy contento.
Delante de las palabras
tiernas del padre, el
chico descubrió el
rostro, lleno de
lágrimas y se desahogó:
— ¿Sabes lo que ocurre,
padre? ¡Mis compañeros
del equipo no confían en
mí! ¡No creen que puedo
realizar lances
importantes en el juego
y casi no me pasan el
balón!... ¡Y yo quiero
ser un gran jugador! ¡No
aguanto más!...
|
El padre pensó un poco,
y enseguida consideró: |
— Maurinho, hay una
enseñanza de Jesús que
dice: “Quién quiera ser
el mayor en el Reino de
los Cielos que sea el
servidor de todos.”
— ¡Ah, padre!... ¿Tú
vienes con esa
conversación ahora?...
El padre sonrió,
comprensivo:
— ¡Es serio, hijo mío!
Esa lección de Jesús
sirve no sólo para
quienquiera alcanzar el
Reino de Dios, sino
también para nuestra
vida aquí en la Tierra.
¡Mira! Para alcanzar lo
que deseamos, tenemos
que mostrar nuestra
capacidad. Nadie nace un
gran jugador. Se vuelve
bueno con el
entrenamiento y con las
experiencias vividas.
Así, las personas
reconocen que tú eres
bueno en aquello que
haces, ¿entendiste?
— Tú quieres decir que,
antes, debo mostrar eso
a través de mi trabajo.
— ¡Exactamente! El
reconocimiento es sólo
una consecuencia. Cada
jugador necesita hacer
su parte. Sólo así el
equipo será realmente un
equipo.
— ¿Y como voy a hacer
eso, padre?
— Piensa y descubrirás —
dijo el padre,
levantándose y dejando
el cuarto.
Maurinho pensó... pensó...
y entendió. Fue a dormir
lleno de esperanza. Al
día siguiente habría
entrenamiento de nuevo.
A la hora marcada él fue
para el barrio. Como él
había dicho que no
quería jugar más, los
demás extrañaron su
presencia.
— ¿Qué estás haciendo
aquí, Maurinho? —
preguntó uno de ellos.
Humildemente Maurinho se
aproximó a los
compañeros con una
sonrisa y pidió:
— ¿Vosotros podríais
darme una nueva
oportunidad?
Los demás estuvieron de
acuerdo contentos, pues
sin él quedarían con un
jugador menos.
Comenzado el juego,
Maurinho se mostró bien
diferente. No estaba
exigiendo que le pasaran
el balón y, cuando eso
ocurría, él daba el pase
para el compañero que
estuviera en posición de
hacer cesta, cediendo a
favor del otro y
mejorando el rendimiento
del equipo. Así, ganaron
el juego.
Maurinho notó que ahora
los compañeros lo
miraban de manera más
amigable.
Por la noche, cuando el
padre llegó del trabajo,
encontró al hijo todo
feliz.
— Y qué, hijo mío, ¿cómo
fue tu día? |
 |
— ¡Fue bueno, papá!
Entendí la lección y
creo que Jesús tiene
toda la razón. ¡Salió
bien! Siendo el servidor
de todos, la gente crece
y el equipo mejora. La
parte de cada jugador es
pequeña, pero
fundamental. ¡Ahora
somos un equipo! Gracias!
Intercambiaron un abrazo
cariñoso y, cuando la
madre llamó, avisando
que la mesa estaba
puesta, fueron a cena en
un ambiente de paz y
alegría. Maurinho quiso
hacer la oración:
— ¡Jesús querido! Tus
lecciones son
orientaciones para
nuestra vida en
cualquier tiempo y a
cualquier hora. ¡Gracias
por el día y por la
familia que tenemos!
Mauro creció, se hizo un
hombre conocido y
admirado por cuantos se
relacionaban con él. La
pasión por el baloncesto
pasó, sin embargo a
través de los años
mantuvo siempre una
postura digna y
respetable, que bien
demostraba su amor por
Jesús. Seguidor del
Evangelio, él se
mostraba humilde,
simpático, servicial y
gentil con todos. Y
nunca dejo de valorar,
en cualquier actividad,
la importancia del
equipo.
MEIMEI
(Recebida por Célia
Xavier de Camargo, em
Rolândia-PR,
13/02/2012.)
|