Un ejemplo de lo
que no debemos
hacer
En el inicio del
año, como la
prensa brasileña
divulgó con
natural alarde,
ocurrió en la
ciudad de
Maringá-PR un
hecho deplorable
y doblemente
lamentable:
primero porque
tuvo como
protagonistas un
grupo de
jóvenes;
segundo, porque
tales jóvenes
pertenecen a
familias
socialmente bien
situadas, lo que
aleja, desde
luego, la idea
de que serían
individuos
movidos por un
acto de
desespero.
Nos referimos a
la prisión en
flagrante de 11
candidatos a la
prueba de acceso
a la
Universidad
acusados de
tentativa de
fraude en la
selectividad
para ingreso en
el curso de
Medicina del
Centro
Universitario de
Maringá
(Cesumar). El
hecho se dio en
Enero de este
año.
Según el
noticiario, los
teléfonos
móviles
aprehendidos con
ellos habían
recibido, por
mensajes de
texto, las
respuestas
completas de la
prueba. Además
de los móviles,
los envueltos
utilizaban
puntos
electrónicos
para recibir las
respuestas. La
confirmación se
dio después que
fueron sometidos
al aparato de
detección de
metales.
En el mensaje de
texto que
contenía las
respuestas
existían
códigos. “Una de
las candidatas
explicó los
códigos. Ella
dijo que cada
número
significaba una
letra”, explicó
a la prensa el
comisario
Leandro Roque
Munin.
Hecha la
denuncia,
algunos de los
11 envueltos
revelaron a la
Policía que
pagarían R$ 10
mil por las
respuestas, en
cuanto otros
dijeron que el
precio sería de
R$ 30 mil y que
la deuda sería
saldada después,
en caso de la
aprobación en la
Selectividad.
Cuando se dice
que el progreso
intelectual no
es seguido de
inmediato de la
misma manera que
el avance en el
campo moral, he
aquí algo que
todos saben,
independientemente
de la creencia
que defiendan, y
el hecho
ocurrido en
Maringá es, en
ese sentido, más
una prueba de
eso.
El uso de la
tecnología
avanzada para la
transmisión de
la información,
la ayuda de
alguien que
conocía el
asunto y la
propia decisión
de los
interesados en
buscar el camino
del fraude para
que pudiesen
tornarse
médicos, he aquí
pormenores
reveladores de
una pobreza
moral que causa
lástima y no
sólo
indignación.
Se agrega a eso
la propia
participación de
los padres de
los
defraudadores,
una vez que
sabemos que en
la edad en que
un joven busca
el ingreso en la
facultad es muy
difícil que él
pueda disponer,
sin ayuda de los
padres, de los
valores arriba
mencionados.
Estamos en una
época en que ya
era tiempo que
todos entiendan
que, en la
carretera de la
vida, existen,
como enseña el
Evangelio, dos
sendas: la senda
de la perdición
y la senda de la
rectitud.
La primera es
atractiva,
repleta de
facilidades, de
astucias e
ilusiones. La
segunda es
difícil, llena
de desafíos y de
dificultades.
Buscar el
ingreso en una
facultad por el
camino del
fraude,
perjudicando los
otros candidatos
que se
esforzaron, que
se dedicaron al
estudio, no es,
convengamos, el
camino que una
persona sensata
debe seguir,
porque todo lo
que hacemos en
nuestra vida
genera
consecuencias,
tanto para el
bien cuanto para
el mal.
Para toda acción
corresponde una
reacción, quien
matar por la
espada morirá
bajo la espada,
quien con hierro
hiere con hierro
será herido, la
siembra es libre
pero la cosecha
es
obligatoria, a
cada uno según
sus obras. Esas
reglas tan
conocidas,
estatuidas por
Dios, es que
dirigen con
sabiduría el
rumbo, las
localizaciones,
las alternativas
de la vida, que
parecen tan
confusas e
improvisadas,
pero que
obedecen a una
programación
meticulosa y a
un orden que no
pueden ser
comprendidas por
los
materialistas y
por aquellos que
piensan que
dinero es todo.
Escribió Paulo a
los Galatas: “No
erréis: Dios no
se deja
escarnecer;
porque todo lo
que el hombre
sembrar, eso
también segará.
Porque lo que
siembra en su
carne, de la
carne segará la
corrupción; pero
lo que siembra
en el Espíritu,
del Espíritu
segará la vida
eterna.”
(Galatas,
6:7-8.)
Que el
lamentable
episodio
ocurrido en
Maringá sea para
todos nosotros y
para nuestros
hijos ejemplo de
lo que no
debemos hacer,
si quisiéramos
realmente llegar
a la meta para
la cual Dios nos
creó.
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