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Espiritismo para los niños - Célia X. de Camargo - Português Inglês 
Año 5 254 – 1 de Abril de 2012    

 
                                                            
Traducción
Isabel Porras Gonzáles - isy@divulgacion.org

 

El sueño de Raúl

 

En cierta región muy pobre y sequía, había una casa de campo donde vivía un labrador con la esposa y el hijo. En la casa de campo, sólo había la choza y una pequeña huerta, de donde él sacaba el sustento de la familia. El resto de las verduras y legumbres cogidas eran vendidas en la villa o intercambiada por aquello que les era más necesario.

Acomodado, José estaba satisfecho. Nada les faltaba. Sin embargo, el pequeño Raul, creciendo, fue a estudiar a la escuela del Villarejo. Viendo la diferencia entre las otras propiedades vecinas y la casa de campo en que vivían, cierto día él dijo:

— Padre, ¿por qué nosotros no plantamos algunos árboles? Todo aquí en la casa de campo es desierto. ¡Por lo menos tendríamos la sombra de los árboles para refrescarnos del calor del sol!

— ¡Tontería, hijo mío! ¿Para qué? Un árbol lleva mucho tiempo para crecer y dar sombra. Yo no tengo tiempo para eso — respondió el padre.

— Pero, si no plantamos, ellos nunca crecerán, padre. ¡Además de eso, podemos plantar árboles fructíferos y, cuando ellos comiencen a producir, podemos vender los frutos! — insistió el niño.

José dio vueltas al sombreo en la mano, pensativo, y replico:

— No vale la pena, hijo. ¡Llevará mucho tiempo!... 

El chico, sin embargo, quedó con la idea en la cabeza. Al día siguiente, en la vuelta para casa después de las aulas, él vio al borde de la carretera una semilla de árbol. Con delicadeza, usó las manos para retirar la tierra en torno a la planta, protegiéndole las raíces frágiles. Después, con cuidado, llevó la semilla hasta la casa de campo y, escogiendo un lugar apartado de la casa, de modo a que el padre no lo viese, allí plantó su semillita.

¡Raul sentía mucho cariño por ella!. ¡Era su primer árbol!

Después de ese día, él regaba la semilla todas las mañanas. Verla crecer era una alegría. Y Raul continuó plantando las semillas de árboles que encontraba al borde del camino.  

Los amigos de él, al saber que él estaba buscando semillas de árboles fructíferos, al día siguiente comenzaron a traerlas.

Uno de ellos dijo:

— ¡Raul, encontré en casa esta semilla de naranja y la traje para ti!

— ¡Mira que linda semilla de mango! ¡Al verla, me acordé de ti! — afirmó otro.

— Mira, Raul! Mi madre te mandó de regalo esta manzano! — mostró otro. 

Todo satisfecho, él agradeció a los amigos:

— ¡Muchas gracias! ¡Con esas semillas que vosotros me trajisteis voy a comenzar mi vergel!

Y así, al poco, Raul fue viendo sus árboles aumentando en número y tamaño. Luego, él tenía un pequeño bosque y, un poco alejado, en un lugar especial, el pomar.

José había percibido el movimiento del hijo, pero no dio atención, pensando: Es cosa de niño. ¡Luego pasa!

Sin embargo, a medida que Raul crecía, sus árboles crecían también. Después de algún tiempo, estaban fuertes y altos, buscando el cielo. Pero el padre, obstinado, nunca se interesó. 

Un día, después del servicio, José decidió ir a ver de cerca el trabajo del hijo y quedó sorprendido.

Al llegar próximo al bosque ya sintió un aire diferente, más leve y más fresco. Lentamente él anduvo bajo los árboles, unos mayores, otros más pequeños, cuyas ramas casi no permitían la entrada del sol. El suelo, antes seco y desnudo, ahora se mostraba cubierto por la vegetación, dejando sólo un pequeño camino, por donde el pasaba.
 

Admirado, veía el coloreado de las flores, les sentía el perfume y oía el canto de los pájaros, alegrando la tarde. De súbito, oyó alguien que llegaba. No necesitaba verlo para saber que era Raul. José andaba con los ojos húmedos de emoción:

— ¡Tú trabajaste bastante, hijo mío, pero tu bosque es lindo!

Raul, ahora un muchachito de trece años, alto y flaco, sonrió.

— Eso no es nada, padre. ¡Ven a ver nuestro vergel!

Y llevó al padre hasta donde estaban los árboles fructíferos. Sorprendido, José vio naranjas, manzanos, mangos, semillas exóticas, limoneros y mucho más. ¡Todas ellos grandes y en la época de dar frutos; algunos hasta ya estaban cargaditos!

Con los ojos brillantes de entusiasmo, José miraba todo aquello. Después, se volcó para Raul y reconoció:

— ¡Tú tenías toda la razón, hijo! Yo es que, ciego e ignorante, no conseguía admitir que estuviera equivocado. Pero, ¿cómo conseguiste todo esto? ¡Aquí hay especies que yo ni conozco!...  

El hijo sonrió satisfecho, afirmando:

— ¡Padre, ese trabajo tiene la colaboración de mucha gente! Mis amigos ayudaron y sus madres también, las profesoras y hasta personas desconocidas que, al saber lo que yo estaba haciendo, colaboraron con semillas diferentes. Además de mi madre, que ayudó plantando y cuidando de las flores. ¡Y yo estoy agradecido a todas esas personas!

El padre se mostró sorprendido al saber que la esposa había ayudado sin que él lo supiera.

Después, quedando pensativo por algunos segundos, acabó por reconocer:

— Pero tienes una cosa que todas esas personas no podrían darte, hijo mío.

— ¿Qué, padre?

— Perseverancia. Si no fuera por tu voluntad de trabajar, persistiendo en tu propósito de realización, nada de esto existiría.

Emocionados, ellos cambiaron un abrazo cariñoso. Enjugando las lágrimas, Raúl dijo:

— Padre, yo tenía el sueño de mejorar nuestra casa de campo, haciéndolo un lugar más agradable para vivir. Quería que el señor creyera que, con nuestro esfuerzo, podríamos vivir mejor y sentirnos más felices. Pero, lo que yo más deseaba era que el señor se enorgulleciera de mí. Ahora, tenemos que pensar cómo vender las frutas que comenzamos a producir. También podemos aumentar la huerta y…

Así conversando, caminaron abrazados de vuelta para casa. La madre, al verlos llegar, fue al encuentro de ellos. José, más maleable, ya tenía planes en la cabeza: llenar la casa de flores, hacer un jardín y plantar algunos árboles. ¡Todo quedaría más bonito y agradable! Madre e hijo cambiaron una sonrisa, íntimamente agradeciendo a Dios por los cambios que pusiera en sus vidas, a través del sueño de un niño.     

 

                                                                  MEIMEI


(Recebida por Célia X. de Camargo, em Rolândia-PR, em 12/3/2012.)



                                                                                   



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Revista Semanal de Divulgación Espirita