La idea relativa
a las cuitas
eternas es un
equívoco
La doctrina de
las cuitas
eternas,
enseñada por la
Iglesia, es
tratada de forma
objetiva en las
cuestiones 1.006
a 1.009 d’ El
Libro de los
Espíritus,
de Allan Kardec.
El Espiritismo,
como sabemos, no
admite tal
doctrina, y los
motivos están
puestos en las
mencionadas
cuestiones.
La tesis de la
eternidad de las
penas reservadas
a aquellos que
infringen las
leyes del bien y
del amor, tanto
cuanto la
existencia del
infierno, no
resisten a un
análisis
objetivo. El
raciocinio
lógico nos
conduce a la
siguiente
premisa: Si el
Espíritu sufre
en función del
mal que
practicó, su
infelicidad debe
ser proporcional
a la falta
cometida.
Efectivamente,
respondiendo a
la pregunta
“Podrán durar
eternamente los
sufrimientos del
Espíritu?”, San
Luís (Espíritu)
afirmó:
“Podrían, si él
pudiese ser
eternamente
malo, eso es, si
jamás si
arrepintiese y
mejorase,
sufriría
eternamente.
Pero Dios no
creó seres
teniendo por
destino para que
permanezcan
vueltos
perpetuamente al
mal. Apenas los
creó a todos
sencillos e
ignorantes,
teniendo todos,
no obstante, que
progresar en
tiempo más o
menos largo,
conforme el
transcurrir de
la voluntad de
cada uno. Más o
menos tardía
puede ser la
voluntad, de la
misma manera que
hay niños más o
menos precoces,
sin embargo,
temprano o
tarde, ella
aparece, bajo el
efecto de la
irresistible
necesidad que el
Espíritu siente
de salir de la
inferioridad y
de tornarse
feliz.
Eminentemente
sabia y
magnánima es,
pues, la ley que
rige la duración
de las penas,
por cuanto
subordina esa
duración a los
esfuerzos del
Espíritu. Jamás
lo priva de su
libre albedrío:
si de éste hace
él mal uso,
sufre las
consecuencias.”
(El Libro de
los Espíritus,
cuestión 1.006.)
Debemos
considerar
también que la
condenación
perpetua no se
coadunaría con
la idea
cristiana de la
sublimidad de la
justicia y de la
misericordia
divina. Jesús
dio testimonio
de la bondad y
del amor de
Dios, al afirmar
que el Padre
celeste no
quiere que
perezca un sólo
de sus hijos.
La razón nos
indica que Dios
es, como enseña
el Espiritismo,
un ser infinito
en sus
perfecciones,
pues es
filosóficamente
imposible
concebir el
Creador de otra
manera, puesto
que, si Él no
presentase
infinita
perfección,
podríamos
concebir otro
ser que le fuese
superior.
Siendo, pues,
infinitamente
sabio, justo y
misericordioso,
no podemos creer
que tenga creado
personas para
que sean
eternamente
desgraciadas en
virtud de una
falta o un error
pasajero,
derivado
evidentemente de
su propia
imperfección.
La doctrina de
las cuitas
eternas
consustanciada
en la teología
católica surgió
de las ideas
primitivas que
concibieron la
existencia de un
Dios colérico y
vengativo, a
quien el hombre
atribuyó
características
puramente
humanas. El
fuego eterno es
una figura de
que se utilizó
para
materializar la
idea del
infierno, con el
objetivo de
resaltar la
crueldad de la
pena, en la
presuposición de
que el fuego es
el suplicio más
atroz y que
produce el
tormento más
efectivo.
Esas ideas
sirvieron, en
cierto periodo
de la historia
de la Humanidad,
para controlar
las pasiones de
criaturas aún
imperfectas,
pero no sirven
al hombre de la
actualidad, que
en ellas no
consigue
vislumbrar
sentido lógico.
Jesús se valió
de las figuras
del infierno y
del fuego eterno
para ponerse al
alcance de la
comprensión de
los hombres de
su época.
Las imágenes
fuertes que
utilizó eran,
entonces,
necesarias para
impresionar la
imaginación de
individuos, que
poco entendían
de las cosas del
Espíritu y cuya
realidad estaba
más cerca de la
materia y de los
fenómenos que
les
impresionaban
los sentidos
físicos. Pero
también fue Él
quien enfatizó
la idea de que
Dios es Padre
misericordioso y
bueno y afirmó
que, de las
ovejas que el
Padre le confió,
ninguna se
perdería.
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