Se celebra en el
corriente año un
importante
evento para
nosotros los
espíritas: se
trata de la
conmemoración de
los 155 años de
la doctrina. Por
lo tanto, el
Espiritismo aún
es novicio, por
así decir, en
comparación con
otras religiones
y doctrinas
milenarias, a
pesar de la
relación entre
vivos y muertos
ser tan antigua
como la propia
humanidad. Pero
antes de abordar
algo sobre ese
importante marco
es preciso
recordar que el
año de 1853 “...
Europa entera
tenía las
atenciones
generales
convergidas para
el fenómeno de
las llamadas
‘mesas girantes
y
danzantes’...”.
La prensa de la
época daba
amplia cobertura
al extraño
fenómeno. Más
aún,
ilustraciones
relativas a
aquel periodo
retratan “...
los salones del
alta
aristocracia
parisiense
con... señores
respetables,
señoras y
señoritas
elegantes...”
reunidos en
torno a mesas
redondas, con
las manos
espalmadas un
poco por encima
de ellas
formando una
corriente por el
contacto de los
dedos meñiques
de todos con el
objetivo de
hacerlas mover.
Curiosamente,
los asuntos que
monopolizaban
las
conversaciones
tanto en los más
elegantes
boulevard como
en los ambientes
más humildes
eran (1) las
mesas parlantes
y la (2) guerra
de Rusia contra
Turquía.
A finales de
1854, el Sr.
Fortier,
magnetizador con
quién Hippolyte
León Denizard
Rivail – que más
tarde vendría a
adoptar el
pseudónimo de
Allan Kardec –
mantenía
relaciones de
amistad, le
comunicó la
extraña novedad
sobre la cual
“... las mesas
también
‘hablaban’...”
cuando
preguntadas, tal
cuál si fueran
seres
inteligentes.
Esclareció
adicionalmente
que las mesas “…por
uno de sus pies,
dictaba hasta
magníficas
composiciones
literarias y
musicales”.
Rivail, por su
parte, oyó
atentamente el
relato y
respondió como
investigador
dotado de una
sólida formación
académica: “Sólo
creeré cuando lo
viera y cuando
me prueben que
una mesa tiene
cerebro para
pensar, nervios
para sentir y
que pueda
hacerse
sonámbula. Hasta
allá, permita
que yo no vea en
el caso más un
cuento de
mentira”. De
todos modo, él
se propuso
examinar los
hechos
relacionados a
la tales “mesas
parlantes” con
criterios
racionales y la
mayor exención
posible, además
de
deliberadamente
evitar que
eventuales
prejuicios
religiosos
pudieran, de
alguna forma,
guiar sus
conclusiones.
Posteriormente,
dijo él que:
“Habiendo
adquirido, en el
estudio de las
ciencias
exactas, el
hábito de las
cosas positivas,
sondee,
investigué esta
nueva ciencia
(el Espiritismo)
en sus más
íntimos
dobleces; busqué
explicarme todo,
porque no
acostumbro a
aceptar idea
alguna, sin
conocer el cómo
y el por qué”.
La 1ª edición de
El Libro de
los Espíritus
(LE)
tenía 501
preguntas
En mayo de 1855,
Kardec fue
invitado a
asistir a una
reunión en la
casa de la Sra.
Plainemaison y
allá presenció,
pela 1ª vez, el
intrigante
fenómeno de las
mesas que “giraban,
saltaban y
corrían en
condiciones
tales que no
dejaban margen a
cualquier duda”.
Además de eso,
constató in loco
las respuestas
inteligentes
que la mesa
producía por
medio de golpes,
así como tuvo el
deseo de asistir
“a algunos
ensayos de
escritura
mediúmnica en
una lamina, con
el auxilio del
primitivo
proceso de la
cesta de pico”.
Dotado de
elevada acuidad
mental, Kardec
rápidamente
percibió –
declararía él
más tarde – que
en aquellas
supuestas
futilidades y
pasatiempos
había algo muy
serio, es decir,
la revelación de
una nueva ley
que él asumió la
incumbencia de
investigar
profundamente.
Puesto esto, fue
observando,
comparando y
juzgando los
hechos – siempre
con alto grado
de meticulosidad
y persistencia
–, que Kardec
concluyó que la
causa
inteligente
subyacente a
aquellos
fenómenos venía
de los propios
Espíritus de
aquellos que
habían muerto.
De ese modo, él
dedujo las leyes
inherentes a las
manifestaciones,
además de ellas
extraer
importantísimas
conclusiones
filosóficas y
doctrinarias que
destacan
aspectos
esenciales como
esperanza,
consuelo y
solidaridad,
entre otras
cosas.
“Más tarde –
escribió él –
cuando vi que
aquello
constituía un
todo y ganaba
las proporciones
de una doctrina,
tuve la idea de
publicar las
enseñanzas
recibidas, para
instrucción de
toda la gente”.
Por otro lado,
sus biógrafos
esclarecen que,
asistido directa
e indirectamente
por una pléyade
de Espíritus
superiores
liderados por el
Espíritu de la
Verdad, Kardec
desarrollaba y
perfeccionaba su
trabajo. Así, el
18 de abril de
1857 era
publicada la 1ª
edición del
Libro de los
Espíritus (LE)
con 501
preguntas.
Puesto esto,
Kardec ha sido
recordado por el
trabajo que
emprendió, entre
otras cosas,
como “... el
creador de una
sociología del
mundo
espiritual”
(Marlene Noble)
o “como el buen
sentido
encarnado”
(Camille
Flammarion) o
aún “como el
codificador del
Espiritismo” por
los compañeros.
Son justos
reconocimientos
y homenajes, sin
embargo, cabe
también no
olvidar que
Kardec fue el
portavoz
(compilador) de
una revelación
con profundas
implicaciones
para la
evolución humana
aún no
suficientemente
aquilatadas. Es
importante
resaltar que en
marzo de 1860
fue publicada la
2ª edición,
substancialmente
ampliada con
1019 preguntas,
4 partes, además
de decenas de
notas abarcando
tópicos
científicos,
filosóficos y
religiosos.
La encarnación
es el camino
natural
para
alcanzar la
perfección
El LE nos trae
importantes
revelaciones
celestiales y
leyes
universales que
nos cabe conocer
y aplicar para
mejor dirigir
nuestras vidas
con miras a que,
por medio de esa
obra, quedamos
sabiendo, por
ejemplo, que
“Dios existe”
(cuestión 14), o
sea, el Creador
no es un
producto de la
abstracción
humana o una
idea vana
y sin sentido.
De hecho, basta
que miremos para
cualquier
dirección o
ángulo y si
tuviéramos la
mente y la
sensibilidad
abiertas –
percibiremos con
facilidad su
“mano” en todo,
incluso en el
caos.
Para comprender
ciertas cosas
nos es necesario
ciertas
facultades que
aún no poseemos
(cuestión 18).
Somos criaturas
muy atrasadas y,
en esa
condición, no
sabemos todo. Se
sabe de Dios
como hemos de
aprender y a
desarrollar en
nosotros mismos
hasta llegar a
la angelitud.
Además, los
mundos
son habitados –
la ufología en
la actualidad,
de hecho,
comprueba por
medio de pruebas
robustas e
irrefutables esa
tesis
eminentemente
espírita – y
nosotros humanos
estamos muy
lejos de ser los
primeros en
inteligencia,
bondad y
perfección
(cuestión 55).
Que el principio
vital lleva a la
animalización de
la materia
(cuestión 62) o,
en otras
palabras, es la
fuerza que anima
los cuerpos
orgánicos
(cuestión 67a).
Por otro lado,
el periespíritu
sirve de
envoltorio al
Espíritu
propiamente
dicho, así como
el periesperma
que envuelve el
germen de un
fruto (cuestión
93). Que Dios
nos creó
Espíritus
simple e
ignorantes y
cada uno de
nosotros debe
esforzarse para
llegar a la
perfección por
medio del
conocimiento de
la verdad y por
la experiencia
del
enfrentamiento
de las pruebas
(cuestión 115).
Finalmente, ya
dijo Jesús con
propiedad: “Conoceréis
la verdad y la
verdad os
liberará”
(João 8: 32).
Que poseemos la
extraordinaria
condición de
disfrutar del
libre albedrío
(cuestión 121),
pues no somos –
gracias a la
misericordia
divina – seres
autómatas o
robotizados. A
nosotros es dada
la oportunidad
de escoger y
decidir
consonante
nuestra
voluntad, aunque
acompañada de
las
responsabilidades
y deberes
subyacentes a
tal condición.
En el LE somos
esclarecidos que
Dios establece
la encarnación
como el camino
natural para
alcanzar la
perfección
(cuestión 132).
Somos también
informados de
que mientras
menos
imperfectos,
tantos menos
padecimientos
habremos de
sufrir. O sea,
“Aquel que no es
envidioso, ni
celoso,
ni avaro, ni
ambicioso no
sufrirá las
torturas que
originan de esos
defectos”
(cuestión 133a).
Que el alma pasa
por muchas
existencias
corporales
(cuestión 166)
hasta conseguir
depurarse
completamente.
Los
conocimientos
adquiridos en
cada
existencia
no se pierden
Y desde que el
Espíritu “... si
halle limpio de
todas las
impurezas, no
tiene más
necesidad de las
pruebas en la
vida corporal”
(cuestión 168),
haciéndose, por
lo tanto,
Espíritu
bien-aventurado
o Espíritu puro
(cuestión 170).
Que vivimos
nuestras
diversas
existencias en
diferentes
mundos (cuestión
172). Además,
los Espíritus
encarnan tanto
como hombres
como mujeres, ya
que necesitan
progresar en
todo (cuestión
202). De hecho,
si quedáramos
circunscritos a
sólo un género
tendríamos una
percepción muy
limitada de las
cosas, además,
los Espíritus –
con la evolución
– van perdiendo
tales
características
diferenciales.
Que los
conocimientos
adquiridos en
cada existencia
no se pierden.
En la materia
nosotros los
olvidamos
momentáneamente,
pero liberados
de ella los
recuperamos
íntegramente
(cuestión 218a).
Pero, el LE
resalta que el
Espíritu puede
perder
temporalmente
sus capacidades
intelectivas al
reencarnar en
otro
cuerpo desde que
las haya
empleado para el
mal (cuestión
220). Entonces,
se concluye que
personas
portadoras de
Síndrome de
Down, Autismo,
entre otras
deficiencias
físicas
altamente
limitadoras,
están expiando
sus faltas de
antaño.
Cuando en la
erraticidad,
antes de
comenzar nueva
encarnación, por
lo normal,
escogemos el
género de
pruebas que
enfrentaremos
por intermedio
de nuestro libre
albedrío
(cuestión 258).
Que la unión del
alma al cuerpo
se inicia en la
concepción y se
completa en el
nacimiento
(cuestión 344).
Que el aborto
provocado
constituye una
grave
trasgresión a la
ley de Dios
(cuestión 358)
y, por
extensión, la
eutanasia. El LE
nos informa
igualmente que
la superioridad
moral no siempre
guarda exacta
relación con la
superioridad
intelectual y
los grandes
genios están
sujetos a
enfrentar
dolorosos
procesos
expiatorios
(cuestión 373a).
Que tendríamos
gravísimos
inconvenientes
si nos
acordáramos de
lo que fuimos e
hicimos
anteriormente en
otras
encarnaciones.
Ciertamente, “en
ciertos casos,
nos humillaría
sobremanera”
(cuestión 394).
Con relación a
las vicisitudes
de la vida
corpórea, estas
constituyen
expiación de las
faltas cometidas
en el pasado,
bien
como pruebas
redentoras. En
ese sentido,
“nos depuramos y
elevándonos si
las soportamos
resignados y sin
murmurar”
(cuestión 399).
Por lo tanto, no
basta sufrir; es
imperioso
aceptar esa
experiencia con
humildad y
paciencia para
que ella tenga
efecto, es
decir, como se
fuera un
medicamento
necesario a la
cura.
Felizmente,
no hay faltas
que la
experiencia
expiatoria no
pueda redimir
(Introducción,
VI). Además, “la
naturaleza de
esas vicisitudes
y de las pruebas
que sufrimos
también nos
puede esclarecer
acerca de lo que
fuimos y de lo
que hicimos...”
(cuestión 399).
La moral implica
fundamentalmente
en
obrar volcados al bien
Que los buenos
Espíritus tienen
afinidad con las
personas
volcadas al
bien, a la
corrección de
carácter o
susceptibles de
progresar; en
contrapartida,
los Espíritus
inferiores se
aproximan y
establecen una
trama con las
que buscan las
adicciones o son
muy imperfectas
(cuestión 484).
Que cada uno de
nosotros tiene
un ángel
de guardia (un
Espíritu
protector) que
por nosotros
vela como el
padre por el
hijo. Se alegran
cuando nos ven
en el buen
camino, pero
sufren cuando
les despreciamos
las
inspiraciones e
intuiciones
benéficas
(LE-495).
El LE nos revela
también que la
ley de Dios está
esculpida en la
conciencia de
cada uno
(cuestión 621).
Así, el
aparentemente
frío e
indiferente
genocida del
presente, por
ejemplo, un día
tendrá su
conciencia
despertada. Que
en todos los
tiempos Dios nos
envió Espíritus
superiores que
encarnaron con
la misión
de ayudar al
progreso de la
humanidad
(cuestión 622).
Por otro lado,
la moral implica
fundamentalmente
en actuar
volcados al
bien, pues se
apoya en la
observancia de
la ley de Dios.
A propósito, la
criatura “...
procede bien
cuando todo hace
por el bien de
todos...”
(cuestión 629).
Que la plegaria
hace mejor a la
criatura humana;
esto, de hecho,
es un socorro
que jamás Dios
le rechaza
cuando el pedido
es impregnado
con sinceridad
de propósitos o
intenciones
(cuestión 660).
Todo aquel que
detenta el
poder, por su
parte, es
responsable por
el exceso de
trabajo – y, así
pues,
humillaciones,
presiones
o persecuciones
– que se imponga
a los que le
están debajo
jerárquicamente
porque, al así
hacerlo,
trasgrede la ley
de Dios
(cuestión 684).
El LE informa de
algo fundamental
para ampliar
nuestra
comprensión de
las tragedias
humanas. O sea,
que los flagelos
destructores son
medios empleados
por Dios para
hacer a las
criaturas
progresar más
rápidamente
(cuestión 737).
Más aún, “los
flagelos son
pruebas que dan
al hombre
ocasión de
ejercitar su
inteligencia, de
demostrar su
paciencia y
resignación ante
la voluntad de
Dios y que le
ofrecen deseo de
manifestar sus
sentimientos de
abnegación, de
desinterés y de
amor al prójimo,
si no lo domina
el egoísmo”
(cuestión 740).
Que la moral y
la inteligencia
son dos
dimensiones del
Espíritu que
necesitan de
tiempo para
equilibrarse
(cuestión 780).
Que no tenemos
el poder de
paralizar el
progreso; sin
embargo, podemos
eventualmente
perjudicarlo por
medio de nuestro
libre albedrío
(cuestión 781).
El LE nos deja
entrever que la
desigualdad
desaparecerá en
el mundo cuando
el egoísmo y
orgullo no
encuentren más
espacio en el
corazón humano
(cuestión 806).
El hombre es
casi siempre el
obrero de su
infelicidad
Algo muy mal
comprendido por
la humanidad, la
fatalidad, es
también
claramente
elucidada por el
LE.
Esencialmente,
la fatalidad
consiste en la
elección que el
Espíritu hace,
antes de
reencarnar, en
someterse a
determinada
prueba a lo
largo de la
existencia
corporal para
sufrir (cuestión
851). Siendo
así, muchas
tragedias y
eventos
catastróficos
que pueblan
nuestro día a
día – en los
cuales a veces
decenas y
centenas de
personas
sucumben
fatalmente –
están incluidos
en esa
categoría.
Que hay
virtud
siempre que la
criatura resiste
a los
llamamientos del
mal. Además, la
sublimidad de la
virtud está
asentada en el
sacrificio del
interés personal
buscando el bien
del prójimo sin
otras
intenciones. La
virtud más
loable es la
caridad
(cuestión 893).
Con acierto, los
Espíritus
argumentan que
nos falta
voluntad
en la mayoría de
las veces – y
empeño para
vencer nuestras
malas
inclinaciones
(cuestión 909).
En ese sentido,
el egoísmo es la
matriz de todas
las adicciones,
mientras la
caridad es la de
todas las
virtudes. Por
eso, nuestros
esfuerzos deben
ser en el
sentido de
eliminar los
aspectos
viciosos que
yacen en
nosotros y
desarrollar los
virtuosos de
modo a alcanzar
la felicidad
(cuestión 917).
La criatura
humana no puede
pretender
disfrutar de
completa
felicidad en la
Tierra (cuestión
920). La
condición
evolutiva de esa
morada de Dios
no faculta tal
posibilidad, por
lo menos por
ahora. Es duro
para nosotros
admitir, pero
“el hombre es
casi siempre el
obrero de su
propia
infelicidad”
(cuestión 921).
Pero es muy
reconfortante y
consolador saber
que la perdida
de un ente
querido, cogido
por el fenómeno
de la muerte, es
un hasta pronto.
(ver cuestión
935)
En un gesto de
profunda
humildad Kardec
reconoció que “El
Espiritismo no
es obra de un
hombre. Nadie
puede inculcarse
como su creador,
pues tan antiguo
es el como la
creación”
(Conclusión,
Tópico VI). Y
que, finalmente,
“... el
Espiritismo no
trae moral
diferente de la
de Jesús”
(Conclusión,
Tópico VIII). En
relación a
ese aspecto cabe
mencionar que El
Libro de los
Espíritus vino
en el momento
oportuno a
cumplir la
profecía de
Jesús registrada
en Juan (14: 26)
– o sea: “Pero
aquel
Consolador, el
Espíritu Santo,
que el Padre
enviará en mi
nombre, ese os
enseñará todas
las cosas, y os
hará recordar de
todo cuanto os
he dicho”.
Por ese breve
resumen, se
concluye que el
Espiritismo, por
el ángulo
científico, está
estribado en
bases
epistemológicas
prácticamente
inexploradas
aún, mientras
que por el lado
filosófico-ético-moral
representa un
farol – operado
por el propio
Jesús – a
iluminar las
conciencias en
la dirección de
realizaciones y
conquistas
sublimes.
Pero caben a
nosotros humanos
el buen sentido
y el empeño
indispensable de
conformarnos y
de adaptarnos a
tales designios.
Por fin, el
Espiritismo trae
y continuará
trayendo luz,
esclarecimiento
y bálsamo para
la humanidad.
Bibliografia:
KARDEC, A. O
Livro dos
Espíritos. 58ª
edição. Rio de
Janeiro: FEB,
1983.
NOBRE, M. 150
anos de
pioneirismo
científico.
Reformador, ano
125, n. 2137, p.
14-15, abril
2007.
WANTUIL, Z.;
THIESEN, F.
Allan Kardec. 3ª
edição. Vol. II.
Rio de Janeiro:
FEB, 1984.
|