En una linda hacienda,
los animales vivían
felices, conviviendo en
armonía.
Las gallinas, los patos
y los pavos picoteaban
en el terreno, mientras
las ovejas, los
carneros, los bueyes,
las vacas, los caballos
y las yeguas,
aprovechaban el sol para
pastar en un bello
campo, donde encontraban
comida a voluntad y agua
en un rincón cristalino.
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Cierto día, una de las
ovejas oyó al capataz
decir a uno de los
empleados:
— Luego el becerrito de
la vaca Manchada será
vendido. Ya vino un
comprador que va a pagar
un alto precio por él.
La oveja no perdió
tiempo y fue a contar a
su amiga Manchada:
|
— Manchada, ¿sabes de tu
becerrito, el Bello?
|
— Sí. ¿Qué tiene él? —
indagó Manchada,
rumiando.
— ¡Va a ser vendido! Oí
una conversación entre
el capataz y un
empleado.
Manchada casi se ahogó
con lo que estaba
comiendo:
— ¡No puede ser! ¡El
patrón es bueno y no
iría a separarme de mi
Bello!
Manchada quedó muy
triste con la noticia.
Se aproximó a su cría y
no salió más de cerca de
ella. Cuando el empleado
que cuidaba de los
animales llegó a la
cuadra, vio a Manchada
junto a Bello.
Él quiso retirar el
becerrito cerca de la
madre, pero Manchada se
levantó
|
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y lo amenazaba
mugiendo, con
cara de pocos
amigos. |
El empleado fue a avisar
al patrón que Manchada
estaba muy extraña. El
dueño de la hacienda
indagó si había ocurrido
alguna cosa y él
respondió:
— No, patrón. Esa
reacción de Manchada
comenzó hoy, ¡no sé por
qué!
Intrigado, el patrón
decidió ir hasta las
cuadras para verificar
por sí mismo. Susie, su
hija pequeña, que le
gustaban mucho los
animales, decidió
acompañar al padre.
Llegando allá, fueron
hasta donde Manchada
andaba con su cría.
El patrono se aproximó e
intentó poner la mano en
Bello, pero Manchada se
puso a mugir, bajando la
cabeza como si fuera a
atacarlo. Intrigado, él
se alejó con cuidado.
Ni la pequeña Susie, de
quién Manchada le
gustaba y que le hacía
siempre una caricia
especial, pudo
aproximarse. La niña se
alejó, asustada.
— ¡Papá! ¿Qué será que
está ocurriendo con
nuestra Manchada? ¡Ella
nunca fue así!
— Es verdad, hija mía.
¡No te aproximes más a
ella! ¡No sabemos lo que
puede hacer!
La chica se sentó en un
banco y se quedó
observando a la vaquita.
Notó que ella no salía
de al lado del
becerrito, preocupada
con él y comentó con el
padre:
— ¿Papá, ocurrió algo
con Bello? ¡Malhada
está defendiendo a su
becerro!
El padre pensó un poco y
respondió:
— No, hijita. No ocurrió
nada.
Él paró de hablar y
quedó pensando, después
comentó:
— La única cosa es que
recibí una excelente
oferta por Bello, y
pienso en venderlo.
¡Pero ciertamente no
será por eso que la
Manchada está
enfadada!...
Susie miró a la vaca
mientras el padre estaba
hablando y vio la
reacción de ella, que se
aproximó más del
becerrito como si
hubiera entendido la
conversación y quisiera
protegerlo.
— Papá, creo que tú te
engañas. De alguna
forma, Manchada supo que
quieren separarla de
Bello.
¿Quieres verlo?
Y llegando cerca de la
vaca, la niña dijo:
— Manchada, queda
tranquila. Nadie va a
separarte de Bello,
¿entendiste?
Queda tranquila. No
permitiré que mi padre
haga eso.
Hablando así, la niña se
aproximó a Manchada y
pasó la mano por su
cabeza con cariño. La
vaquita volvió los ojos
para Susie y ella
percibió que Manchada
estaba más calmada.
— ¿No te dije, papá?
Ahora ven, aproxímate a
ella y confirma lo que
yo dije.
El padre, perplejo, sin
poder creer en lo que
estaba ocurriendo,
conversó con Manchada
explicándole que no
vendería a Bello, que no
la separaría de su
becerrito. La vaca ahora
estaba serena, como si
todo estuviera resuelto.
Enseguida, Manchada se
levantó y, alejándose de
la cría, fue hasta el
pasto, poniéndose a
comer. Ciertamente
andaba con hambre, pues
no se había alejado de
su becerrito en todo ese
tiempo.
— ¿Estás viendo, papá?
Los animales entienden
todo lo que la gente
siente y habla. Por eso
debemos respetarlos.
¡Ellos son seres de Dios
en evolución, como
nosotros, y son nuestros
hermanos! — explicó
Susie sonriendo,
satisfecha con el
resultado.
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— ¡¿Donde aprendiste
eso, hija?!... — indagó
el padre, perplejo.
— En la Escuela de
Evangelización en el
Centro Espírita, adónde
voy con mamá.
— ¡Ah! Creo que voy a
tener que meditar la
manera de lidiar con mis
animales. Prometo
estudiar el asunto, hija
mía.
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La niña miró
para el padre y
completó: |
— Papá, no sólo con los
animales. ¡Con
las plantas también!
— ¡¿Quieres decir que
las plantas también
tienen sensibilidad?!...
— sorprendido, preguntó
el padre, abrazando a su
pequeña:
— ¡Claro, papá!
— ¡Está bien, hijita!
Reconozco que tú eres
muy lista para tu edad.
Tú y tu madre aún van a
hacerme frecuentar esa
Casa Espírita y estudiar
de nuevo. ¡Puedes
apostar!
En el fondo, él estaba
contento. Ver a su
pequeña Susie tan
inteligente y tan
experta lo había llevado
a reflexionar en asuntos
por los cuales nunca se
había interesado hasta
aquel momento.
MEIMEI
(Recebida por Célia X.
de Camargo, em
Rolândia-PR, em 9 de
abril de 2012.)
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