En la época en que Jesús
estaba peregrinando por
el planeta, había un
hombre que era
despreciado por los
otros judíos por ser
jefe de los publicanos.
El publicano es un
cobrador de impuestos.
Impuesto es una
contribución en dinero
que el gobierno cobra a
los ciudadanos para
hacer frente a las
dispensas públicas, es
decir, para construcción
de caminos, de escuelas,
de puentes, y todo lo
demás que sea para uso
de todos los ciudadanos
y que los habitantes
necesitan.
Como Roma había
conquistado a Judea y
mandaba en todo,
entonces ese jefe de los
publicanos, que se
llamaba Zaqueo, recibía
el impuesto debido de
las personas del pueblo
y los enviaba a los
romanos, después de
pagar a sus auxiliares y
quedar con una parte
para sí mismo.
Zaqueo era muy rico:
vivía en una bella casa
y tenía muchos bienes,
pero a pesar de eso él
era un hombre bueno.
Cuidaba bien de su
familia, ayudaba a los
pobres y trataba todos
con igualdad.
Íntimamente, sin
embargo, Zaqueo sentía
necesidad de mejorar aún
más. Ansiaba por algo
diferente de aquello que
aprendía con el
judaísmo, la religión de
su pueblo. Su corazón
“sabía” que existían
ideas más elevadas y él
soñaba por conocerlas.
Cuando dormía, él tenía
lindos sueños. Se veía
en lugares bonitos, con
personas iluminadas y
todas sonreían, hablaban
con él, y no se sentía
despreciado por nadie.
Así, cuando Zaqueo oyó
hablar de un profeta que
andaba curando a las
personas y hablando de
un Reino de paz y de
amor, sintió inmensa
voluntad de conocerlo.
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Ese profeta se llamaba
Jesús. Al oír la noticia
que corría de boca en
boca en medio del
pueblo, hablando que
Jesús iba a pasar por
Jericó, su ciudad,
¡Zaqueo quedó feliz! |
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Al llegar próximo al
lugar por donde Jesús
tendría que pasar,
Zaqueo encontró una
multitud que ya
aguardaba al profeta, y
quedó desesperado.
Se arregló como convenía
para hablar con un
profeta tan importante y
se puso a camino para
esperarlo.
¡Siendo muy bajito,
Zaqueo no conseguiría
ver nada!
— ¡No puedo perder esta
oportunidad! ¿Cómo voy a
hacer para ver a Jesús?
— pensaba él.
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De repente, él vio un
árbol y decidió: |
— ¡Ya sé! ¡Voy a subir a
aquel árbol y, así, en
lo alto, conseguiré ver
al Profeta!
Y como pensó, así hizo.
Subió al sicómoro
(1), que, aunque
no fuera un árbol muy
grande, era lo
suficiente para que él
pudiera, allá arriba,
ver todo lo que ocurría
a su alrededor.
De repente, Zaqueo vio,
por el gran movimiento
de personas, que el
profeta ya estaba
aproximándose. Al pasar
cerca de Zaqueo, el
profeta paró, miró para
arriba y, viendo a
Zaqueo encima del árbol,
le dijo:
— ¡Zaqueo! ¡Desciende
deprisa, porque necesito
que tú me hospedes hoy
en su casa!
¡Zaqueo abrió los ojos
sin poder creer en lo
que estaba oyendo!
¡Jesús lo conocía, sabía
hasta su nombre! ¡Y, más
que eso! ¡El profeta
daría a él, Zaqueo, la
honra de recibirlo en su
casa!...
Inmediatamente él
descendió, lleno de
alegría,
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y acompañó a
Jesús hasta su
residencia.
Al ver eso, las personas
murmuraban diciendo: |
— ¡El profeta fue a
hospedarse en casa de un
hombre de mala vida,
indigno de recibirlo!
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Oyendo eso, Zaqueo se
puso delante del Señor y
le dijo:
— ¡Señor! Doy la mitad
de mis bienes a los
pobres y, si alguien
tiene algo que reclamar
de mí, sea en lo que
fuera, le daré cuatro
veces más.
Oyendo eso Jesús, que
sabía lo que había en el
corazón de él, le dijo:
— Esta casa recibió hoy
la salvación, porque
también este es hijo del
Padre, ya que yo vine
para buscar y salvar lo
que estaba perdido.
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Y las personas fueron
obligadas a bajar las
cabezas y callarse
delante de las palabras
de Jesús. En el fondo,
todos se consideraban
mejores que aquel
publicano, porque ellos
eran pobres y Zaqueo era
rico. |
Delante de las palabras
de Jesús, sin embargo,
íntimamente percibieron
que en verdad el
sentimiento que los
movía era envidia por la
posición de Zaqueo.
Entendieron también que,
por todos ser hijos de
Dios, todos tendrían
igualmente la
oportunidad de la
salvación, esto es, de
poderse volver personas
mejores y más dignas del
amor del Padre.
Es que en el Reino de
los Cielos lo que cuenta
realmente es la
verdadera riqueza, que
es la de el corazón.
A partir de ese día,
Zaqueo se hizo un
seguidor dedicado a su
Maestro Jesús,
aprendiendo sus
enseñanzas, de quienes
jamás se apartó hasta
hoy, siguiéndole los
ejemplos y amando a
todos sus hermanos,
especialmente los más
necesitados.
MEIMEI
(Recebida por Célia X.
de Camargo, em
Rolândia-PR, em
9/4/2012.)
(1)
Sicómoro es una higuera
africana y mediterránea,
de higos comestibles y
madera de
calidad.
(2)
Las ilustraciones de
esta historia fueron
retiradas de la web de
Hube Visto Stefanello, a
quien agradecemos.
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