Cierta familia vivía en
un elegante barrio
residencial. La casa era
adecuada a las
necesidades de la
familia, pues la pareja
tenía dos hijos, Alberto
y Marina, de siete y
ocho años y todos vivían
alegres y satisfechos.
Un día Júlia recibió la
noticia de que su padre
estaba enfermo.
Preocupada, conversó con
la familia y resolvió ir
hasta la ciudad donde
ellos vivían para
enterarse de la salud de
él. Llegando allá, al
ver la situación, tomó
una decisión:
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— ¡Vosotros venid
conmigo! ¡No puedo
dejaros aquí solos!
— ¡Hija! ¡No queremos
darte trabajo a ti! ¡Si
fuésemos para tu casa,
vamos a incomodar a la
familia! ¡Podemos
quedarnos aquí mismo! —
el padre protestó.
— ¡Padre! ¡Vosotros no
vais a incomodar a
nadie!
|
Además de eso,
podréis quedaros
el tiempo que
queráis. ¡Cuando
estés mejor y
sientas
nostalgia de la
casa, vosotros
volvéis! |
Decidido así, arreglaron
la maleta y, a la mañana
siguiente, salieron
inmediatamente temprano.
Avisados, Conrado y los
dos niños quedaron
eufóricos. ¡Así, cuando
llegaron, fue una
alegría! Intercambiaron
abrazos y besos
cariñosos. Después Júlia
avisó a los hijos de que
ellos tendrían que ceder
el cuarto mayor, que era
de Tiago, para los
abuelos.
— ¿Y dónde yo voy a
dormir mamá? — protestó
el chico.
— ¡En el cuarto de
Marina! Voy a arreglar
todo bien, hijo. Además
de eso, es sólo por
algunos días.
Los niños no quedaron
contentos. Tiago porque
había perdido su
espacio, y Marina porque
tendría que dividir su
cuarto con Tiago, pero
se conformaron. Sin
embargo, los días
pasaban y todo
continuaba del mismo
modo. Toda la rutina de
la casa fue alterada con
la presencia de los
abuelos.
Los chicos comenzaron a
estar irritados,
insatisfechos con la
situación. Siempre que
protestaban, la madre
prometía dar una
solución, sin embargo
todo continuaba del
mismo modo, y el
ambiente fue quedando
cada vez peor.
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Cierto día, al
atardecer, los niños
hablaban en el jardín y
no percibieron que los
abuelos tomaban un baño
de sol en la terraza.
Tiago protestaba:
— ¡No aguanto más! No
tengo más espacio para
colocar mis cosas. Todo
está cambiado.
|
¡Mamá sólo ve
las necesidades
de los padres de
ella! ¡Para
nosotros, nada! |
— Tienes razón, Tiago.
Me Gusta mucho nuestros
abuelos, ¡pero toda vez
que quiero ver dibujos,
ellos están viendo
televisión! ¡Mamá no
llama más para nosotros!
—
decía Marina
Oyendo eso, los abuelos
bajaron la cabeza,
molestos. Intercambiaron
una mirada y se dieron
las manos. ¡Ellos
tampoco estaban
satisfechos con la
situación! Sentían que
estaban molestando la
vida de la familia y no
querían.
Se acordaban de la
casita de ellos con
nostalgia. ¡Allá, ellos
tenían libertad para
hacer lo que quisieran!
En aquella noche, ellos
hablaron y decidieron
qué hacer.
En la mañana siguiente,
Júlia despertó a los
hijos y después fue
hasta el cuarto de los
padres, para ver cómo
ellos habían pasado a la
noche. Abrió la puerta y
se extrañó: no había
nadie. ¡El cuarto estaba
todo arreglado, la cama
en orden, sin embargo el
armario estaba vacío!
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Júlia salió del cuarto
llorando. Conrado estaba
tomando café, y los
niños arreglándose para
ir a la escuela. Al ver
Júlia llorando, él
indagó preocupado:
— ¿Qué pasó, querida?
— Mis padres no están en
el cuarto y en ningún
lugar de esta casa.
¡Ellos se fueron,
Conrado! — respondió
ella, afligida.
El marido abrazó a la
esposa, consolándola.
Los chicos
|
llegaron y
extrañaron al
ver a la madre
llorando. El
padre explicó a
los hijos lo que
la madre
descubrió.
Después, buscando
mantener la tranquila de
los demás, consideró: |
— ¡Tal vez ellos sólo se
hayan levantado más
pronto y salido para dar
una vuelta por el
barrio! Finalmente, no
existe ningún motivo
para que ellos se hayan
ido sin hablar con
nosotros, ¿no es,
querida?
En ese momento, Tiago y
Marina intercambiaron
una mirada que no pasó
desapercibida al padre.
Los niños bajaron la
cabeza, sintiéndose
culpables por lo que
habían dicho la tarde
anterior y contaron:
— ¡Papá! Ayer por la
tarde, Marina y yo
estábamos en el jardín y
creo que hablamos cosas
que no deberíamos haber
dicho. A nosotros nos
gusta el abuelo y la
abuela, pero esta casa
estaba patas arriba
después que ellos
vinieron a vivir aquí
con nosotros! ¡Nadie
está feliz!...
Júlia paró de llorar,
mirando a los hijos.
Solamente ahora veía el
problema de ellos y lo
que estaban sintiendo.
Por otro lado, tal vez
sus padres tampoco
estuvieran satisfechos
con la situación.
Siempre habían sido
dueños de su voluntad y
ahora eran obligados a
depender del yerno y de
la hija.
— Tal vez si hubiéramos
hecho todo diferente! —
murmuró.
— ¡Pero aún podemos
hacerlo, querida! Si
ellos se fueron, deben
estar en la Estación de
Autobuses — sugirió
Conrado.
Animada, toda la familia
fue detrás de la pareja.
Luego al llegar vieron a
los dos sentados
aguardando el autobús
que los llevaría de
vuelta para casa. Al ver
la familia, el padre se
disculpó por haber
salido sin avisar:
— Agradecemos por la
acogida y todo lo que
hicisteis por nosotros.
Sin embargo, echamos en
falta de nuestra casita.
¡Estamos incomodando la
vida de vosotros y no es
justo!
Los niños abrazaron a
los abuelos pidiendo que
ellos los disculpasen
por las palabras sin
pensar, afirmando que
ellos querían que
volvieran a vivir con
ellos.
— ¡Volved! ¡Papá, mamá!
Vamos a volver y hablar.
Todo puede ser resuelto
— suplicó Júlia.
La pareja aceptó volver.
Hablaron, y aceptaron la
sugerencia de Conrado:
— Nuestro terreno es
grande. Propongo
construir una casa para
vosotros en el fondo.
Así, tendréis los
cuidados de que
necesitáis y toda la
privacidad que desean.
Nuestra casa volverá a
lo normal y estaremos
siempre en contacto con
vosotros. ¿Qué pensáis?
Todos estaban encantados
con la idea. Así, en
pocos meses, la casa
estaba lista y la
mudanza de los abuelos
llegó. Fue con alegría
que todos ayudaron a
arreglar la casita,
dejando todo del modo
como a los abuelos les
gustaba. Los chicos
estaban satisfechos, y
Albertinho exclamó:
— ¿Viste, abuela?
¡Cuando existe amor todo
se resuelve! ¡Y ahora
tenemos otra casa para
visitar!
MEIMEI
(Recebida por Célia X.
de Camargo, em
Rolândia-PR, em
23/4/2012.)
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