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Janjão era un niño que
no se preocupaba con
nada. Quería encontrar
todo pronto al llegar a
casa. Jamás había
pensado de dónde había
venido su alimento, las
ropas, el calzado, el
material escolar, los
libros y los juguetes
que ganaba. Por eso,
Janjão se hallaba con
derecho a todo, pues
jamás le faltaba nada.
Cierto día, sin embargo,
Martin, el padre de
Janjão, quedó enfermo y
fue para la cama, sin
condición de trabajar. Como consecuencia, su
salario disminuyó
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bastante, pues él ganaba
mediante lo que producía.
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Así, la situación de la
familia cambió bastante
y comenzó a faltar hasta
lo necesario.
Janjão, que siempre
había tenido todo y
nunca se hubo preocupado
con nada, comenzó a
estar irritado cuando
pedía alguna cosa y su
madre, con tristeza,
respondía que no tenía.
—
¿No tienes chocolate? ¡Pues
compra, mamá! — afirmaba
él, arrogante.
—
No tenemos dinero, hijo
mío. Cuando tu padre
vuelva al trabajo, yo
compro.
—
¡Quiero una ropa nueva y
tenis nuevos! ¡Ah! ¡Y
hoy quiero también
comprar perritos
caliente y palomitas! —
exigía él.
—
Janjão, yo ya te
expliqué que tú tendrás
todo lo que quieras
cuando tu padre quede
bueno.
—
¡Que mentira! ¡Ahora me
niegan todo lo que deseo!
La madrecita amorosa,
llena de piedad,
respondió con carinho:
—
Hijo mío, todo lo que
recibimos viene de la
Bondad Divina. Si Dios
nos mandó la enfermedad
de tu padre, es señal
que necesitamos
enfrentar esa dificultad
con coraje y buen ánimo.
Todo tiene una razón de
ser, y la situación que
enfrentamos debe ser
para nuestro aprendizaje
y crecimiento
espiritual.
—
¡Ahora esa! — exclamó el
niño inconformado —
¿Quieres decir que Dios
desea que yo no tenga lo
que quiero?
—
Hijo, tal vez nuestro
Padre Celestial quiera
mostrarte la necesidad
de cambiar, de tener
disciplina y humildad,
valorando lo que posees.
Janjão salió nervioso,
golpeando la puerta:
—
¡Pues yo no lo acepto!
¡No acepto!...
La madre bajó la cabeza,
triste, por el
comportamiento del hijo
que mostraba rebeldía
delante de la vida y,
sobre todo, de Dios.
Janjão salió lanzando
chispas de rabia para
todos lados. Caminó sin
destino, hasta que
encontró a una chica que
estaba sentada en la
calzada. Viéndola
tristona también, él se
aproximó sintiendo
voluntad de hablar con
alguien. Se sentó al
lado de ella y dijo:
—
Por lo que parece, tú
también estás molesta,
como yo. Con seguridad,
tampoco puedes tener lo
que desea, ¿no es?
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La chica se volvió para
él, y sus ojos estaban
húmedos al responder:
—
Estoy triste porque mi
madre está enferma y no
puede trabajar más. Mi
hermanito siente hambre
y no tengo dinero para
comprar nada. Ni la
leche que el necesita.
—
¡Ah! Pero con certeza su
padre está trabajando,
¿no es?
—
Mi padre falleció hace
seis meses. Después,
tuvimos que entregar la
casa, por falta de
dinero para pagar el
alquiler, pues sólo mi
madre trabajaba. Ahora,
estamos viviendo en una
barraca, que una persona
nos prestó por caridad.
Para ayudar, hago
pequeños servicios:
barro casa, lavo patios,
cuido de niños y, con
eso, recibo algunas
monedas que ayudan a
comprar un pan, un litro
de leche o algo que
estemos necesitando.
Al oír el relato de
Dora, que era más
pequeña que él, Janjão
pasó a reflexionar sobre
su propia vida y se
arrepintió de lo que
había dicho a la madre.
Reconoció que,
realmente, tenía todo lo
que necesitaba para
vivir. Todo lo que
reclamaba era superfluo.
Nada le faltaba.
Y la chica concluyó:
—
Sin embargo, a mí me
gustaría poder hacer
más. Mi familia es todo
para mí y tengo miedo de
quedarme sola.
Avergonzado, Janjão
invitó a Dora para ir
hasta su casa. La
presentó a su madre y
dijo:
—
¡Mamá! Te pido disculpas
por todo lo que he dicho.
Sé que estamos en
dificultades, ¿pero
tendrías un litro de
leche para dar a la
Dora? No te preocupes
conmigo. Puedo
perfectamente pasar sin
la leche.
La madre se conmovió con
la actitud generosa del
hijo, ahora tan
diferente de cuando
había salido de casa
golpeando la puerta.
Después de entregar la
leche a la niña, él
anotó la dirección de
ella y se despidió,
afirmando:
—
Mañana iré hasta tu
casa. No te preocupes,
Dorinha. Todo va a salir
bien. ¡Confía en Dios!
Él sabe lo que hace.
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Cuando quedaron solos,
Janjão llevó a la madre
hasta el cuarto donde su
padre estaba acostado.
Al verlo, el padre quedó
sorprendido y muy
contento. Llegando cerca
del lecho, el niño dijo:
—
Papá, perdón. Tú estás
enfermo y no ayudé en
nada. Sólo protesté e
hice exigencias. Ahora,
voy a ayudarte en
aquello que
necesites y
también a
|
mamá. Podéis
contar conmigo.
Somos una
familia y
necesitamos
estar unidos.
Finalmente, no
sabemos hasta
cuando estaremos
juntos, ¿no es? |
Janjão y el padre
intercambiaron un abrazo
emocionado, al cual se
juntó la madre,
satisfecha y agradecida
por aquel momento de
bendiciones.
—
Mamá, tú tenías razón. A
veces, Dios permite que
atravesemos situaciones
difíciles para abrir
nuestros ojos y hacer
que aprendamos a valorar
lo que tenemos, sin
exigir lo que no
necesitamos.
En aquel instante, la
madre elevó el
pensamiento a lo Alto
agradeciendo el auxilio
divino.
Meimei
(Mensagem recebida por
Célia X. de Camargo, em
Rolândia-PR, em
4/6/2012.)
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