Marco era un niño de
vida muy pobre y que le
gustaba ayudar a las
otras personas.
Era humilde, bueno y
solicito para con todos.
Dentro de sus
posibilidades, siempre
tenía una palabra amiga,
un consejo o una sonrisa
para dar.
Así, no había quién no
le gustara en la escuela,
en la vecindad o en las
calles por donde él
pasara.
Cierto día, su padre,
obrero de una gran
empresa, entró en casa,
cansado, pero satisfecho,
y contó a la familia:
— Tanto los compañeros
insistieron que hoy
decidí intentar la
suerte participando de
una loteria.
La madre, prudente,
indagó preocupada:
— ¿Pero ese dinero no
nos hará falta, Eurico?
— No, Flor. La cuantía
es pequeña y me fue
adelantada por uno de
los compañeros de la
empresa, para devolverle
el pago.
Marco quedó con los ojos
brillando y preguntó
cuánto el padre
recibiría el dinero, si
ganara. Eurico,
emocionado, respondió:
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— ¡Mucho, mi hijo, tanto
dinero que ni es posible
imaginar!...
— ¿Daría para comprar
ropa nueva?
— Claro que sí, Marco.
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— ¡Ah!... ¿Y aquella
bicicleta que yo tanto
quería?
— También. ¡Podemos
comprarla, sí!
Y el niño, al ver que el
padre concordaba con
todo, continuó
preguntando:
— ¿Y un ordenador? ¿Una
casa nueva? ¿Un coche?
— Sí, hijo mío. Si
ganáramos el premio de
la loteria, podremos
comprar todo eso y mucho
más! — respondió el
padre.
El chico quedaba cada
vez más entusiasmado.
¡La vida de ellos
cambiaría por completo!
Dejarían el barracón en
la favela y pasarían a
vivir en un barrio
bueno, en la ciudad.
Marco no conseguía parar
de pensar en el ticket
de loteria.
En la escuela, él pasó a
buscar al grupo de los
chicos más ricos,
hablándoles de su
riqueza, como si ella ya
existiera, y de como su
vida iba a cambiar de
allí en delante.
Al ser buscado por uno
de los compañeros más
pobres, que quería jugar
con él, Marco se alejaba
afirmando tener cosas
más urgentes que hacer.
Si um vecino lo buscaba
pidiendo ayuda para la
madre que estaba
enferma, Marco
respondia:
— Nada tengo para dar.
Además de eso, ahora
estoy muy ocupado.
En pocos días, todos se
alejaron de él. Los
amigos pobres, porque él
no les daba más
atención, ni siquiera
para jugar. Los amigos
ricos, porque no
aguantaban la
conversación de Marco,
siempre hablando de lo
que iba a tener o de
todo lo que iría a
comprar.
Esa situación, sin
embargo, no duro mucho.
Cierta tarde, Eurico
volvió para casa com la
cabeza baja. La esposa
preguntó qué había
ocurrido y él respondió:
— El resultado de la
loteria salió hoy.
¡Perdimos!
— ¿Cómo es así, padre? —
replicó el niño, incapaz
de creer.
Eurico miró al hijo y a
la mujer, respiró hondo
y respondió emocionado:
— Gracias a Dios, no
fuimos agraciados. En
verdad, yo estaba
preocupado con los
cambios que iban a
ocurrir en nuestras
vidas. Notaba como tú,
Flor, estabas
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cambiada,
soñadora. Veía la
alteración en nuestro
hijo, que de niño bueno,
amigo y gentil con
todos, se volvió
orgulloso e insensible.
Los vecinos, compañeros
y amigos, ya me llamaban
¡Rico!... Por todo eso,
estoy feliz y aliviado
cuando no fuimos
agraciados. |
La madre y el chico
bajaron la cabeza,
decepcionados. Sin
embargo, en el fondo,
sabían que el padre
tenía la razón. Ahora,
todo volvería a ser como
siempre fue.
Marco dio un suspiro,
después concordó con el
padre:
— Tienes razón, padre.
En el fondo, yo no
estaba contento. La
esperanza de cambiar de
vida, el deseo de ser
rico, hizo que yo
cambiara por dentro,
alejando a mis amigos y
compañeros. ¡Estoy
arrepentido, pero ahora
a nadie más le gusto!
— Hijo, sé humilde y ve
a buscarlos. Si ellos
son realmente tus amigos
te perdonarán.
Armándose de coraje,
Marco salió de casa y se
sentó sobre una piedra.
De repente, surgió un
amigo y, viéndolo
triste, se aproximó.
— ¿Qué ocurrió, Marco? —
preguntó, sentandose a
su lado.
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— Ocurrió, Zezinho, que
no valoré la amistad de
vosotros, y ahora estoy
arrepentido.
— Ahora, tú te alejaste
de nosotros, pero
continuamos siendo tus
amigos. ¡Ven conmigo!
Mi madre echa en falta
las conversaciones que
tenía contigo.
Marco sonrió y
levantándose animado,
dando um
|
abrazo al
amigo. |
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— Gracias, Zezinho.
Después, acompañó a
Zezinho, el amigo
generoso que lo
perdonaba, agradeciendo
a Jesús por la nueva
oportunidad que le
estaba siendo dada.
MEIMEI
(Recebida por Célia X.
de Camargo, em
Rolândia-PR, em
2/7/2012.)
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