Em cierta ocasión una
familia necesitó
transferirse para otra
ciudad por necesidad de
trabajo del jefe de la
casa. Lina, de nueve
años, no le gustó, y los
días que antecedieron al
cambio ella lloraba y
protestaba, alegando:
— ¡No quiero cambiar!
¡No me va a gustar esa
otra ciudad! Aquí tengo
amigos en la escuela, en
la vecindad y jugamos
bastante! ¡Voy a echar
en falta a mi profesora
y de todo lo que voy a
dejar! ¡Por favor, papá!
¡No hagas eso conmigo!...
Y los padres, con el
corazón amargado,
hablaron com la hija
afirmando:
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— ¡Hijita, allá también
hay personas buenas y tú
harás nuevas amistades!
— ¡No quiero! ¡No voy! —
contrariada la chica,
rebelde.
La madre suspiraba, con
pena por la hija que
|
estaba sufriendo tanto.
Pero el padre, con
firmeza replicó
abrazándola con cariño: |
— Lina, hija mía, ese
cambio será mejor para
nosotros. ¡Tendré un
cargo de más
responsabilidad en la
empresa y ganaré más,
pudiendo dar a la
familia una vida buena!
Una semana después, era
el día de la mudanza. El
camión llegó y la casa
luego quedo vacía.
La nueva ciudad era
bonita, llena de árboles
y muy simpática; la
casa, mayor que la
antigua; la escuela era
linda y la sala con
muchos alumnos que
buscaban ayudar a Lina
en su adaptación. Sin
embargo, la niña
insistía en no
interesarse por nada.
Cuando uno de los
compañeros preguntaba
como era la ciudad de
donde ella venía, sus
ojos brillaban y decía:
— ¡Donde yo nací, era
muy mejor del que aquí!
¡Allá, yo tenía muchos
amigos! ¡Yo paseaba
bastante y jugaba todos
los días con mis vecinos
después de las clases!
¡Las personas eran muy
simpáticas!
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— Pero aquí también tú
harás amigos. ¡Sólo
necesitas tener un poco
de paciencia para
conocer a las personas y
ellas te conozcan a ti!
— afirmó Geraldinho,
compañero y vecino.
— No creo. Aún porque no
tengo interés en
|
conocer a nadie!
— ella respondió,
de manera
antipática. |
Pasado algunos días,
Lina comenzó a estar
cada vez más triste,
llorando por los
rincones. La madre,
percibiendo la tristeza
de la hija, preguntó,
abrazándola
cariñosamente:
— Lina, ¿qué está
ocurriendo? ¡Llegas de
la escuela y vas para el
cuarto, no juegas más
como antes! Tú siempre
fuiste una niña alegre!
¿Tienes algún problema?
La niña comenzó a llorar
y, entre sollozos,
respondió:
— Es que no tengo
amigos, mamá. Ni en la
escuela ni aquí en la
vecindad.
— ¿Por qué? ¡Tú siempre
fuiste alegre y hacías
amistades con facilidad!...
— ¡No sé, mamá! – y se
puso a llorar aún más
sentidamente.
Preocupada, la madre fue
a la escuela y pidió
hablar com la profesora
Marta. Después de los
saludos, la profesora
preguntó a la madre
afligida:
— ¿Lina comentó algo con
usted, Lúcia?
— No, Marta. Y es
exactamente por eso que
vine a la escuela. Lina
está triste y alega no
tener amigos, lo que
extrañé. Ella siempre
fue alegre y hacía
amistades con facilidad.
¡Está pasando algo que
yo no sepa?
— Pretendía buscarla,
Lúcia. Los alumnos
protestan que Lina no
quiere hacer amistad con
nadie; rechaza esta
ciudad y valora la
antigua, de donde vino.
Dimos un tiempo creyendo
que eso iba a pasar,
pero nada cambió. ¡Los
compañeros de Lina, sin
embargo, se cansaron de
la actitud de ella y no
la buscan más. Ya
intenté de todo y no sé
qué hacer más!...
respondió la profesora,
preocupada.
— Entiendo, Marta. Puede
dejar. Voy a hablar con
Lina.
Volviendo para la casa,
Lúcia llamó a la hija
para la merienda. Cuando
Lina se sentó a la mesa,
le presentó dos vasos.
En uno había un líquido
oscuro; en el otro,
leche con alguna cosa.
La niña se extrañó. La
madre cogió primero el
de líquido oscuro y
ordenó:
— Prueba.
Lina llevó el vaso a la
boca y sintió un olor
desagradável. Probó e
hizo una mueca.
— ¿Qué es eso, mamá?!...
— Es vinagre, usado con
salsa. Ahora prueba el
|
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otro. |
|
La niña experimentó y
sonrió contenta:
— ¡Ah! Menos mal. Es
leche con poco café,
bien dulce, como a mí me
gusta. ¿Más por qué
hiciste eso, mamá?
— Para que tú sientas la
diferencia entre los dos
vasos. Así también,
nuestras relaciones con
las personas. Si somos
ácidos, amargados, a
ellas no les gusta y se
alejan de nosotros. Si
nosotros somos dulces,
simpáticos, alegres,
ellas tienen ganas de
andar con con nosotros,
de ser nuestros amigos.
La niña, que era muy
inteligente y experta,
entendió lo que la madre
quiso demostrale.
— ¿Yo era bien diferente
allá donde nosotros
vivíamos, no es, mamá?
— Es verdad, hija mía.
Allá a ti te gustaban
las personas, dabas lo
mejor para ellas, que
también respondían
ofreciéndote lo que
tenían de bueno. Es así
que hacemos amistades.
Cambiar la situación
sólo depende de ti, Lina.
— Tienes razón, mamá.
Cuando llegamos aquí, yo
estaba molesta y no
acepté la amistad que
los compañeros y vecinos
me ofrecían. Ahora estoy
echando en falta. Pero
yo ya sé lo que voy a
hacer! — dijo Lina
sonriendo.
La niña fue hasta la
cocina, colocó un pedazo
de tarta en un plato y,
cubriéndolo con un paño,
salió corriendo por la
puerta. En la casa
vecina, golpeó y, cuando
un chico la atendió,
ella dijo con ojos
brillantes y una bella
sonrisa:
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— Geraldinho, traje para
ti un pedazo de tarta
que mamá hizo. ¡Es una
delicia! ¡Prueba!...
El niño miró y también
sonrió, espantado y,
agradeciendo la
gentileza, invitó:
|
— Entra, Lina! ¡Parece
delicioso! Voy a
probarlo ahora mismo. ¡Después
vamos a jugar? |
— ¡Vamos! ¡Será muy
bueno jugar contigo!
En el interior,
retirando la acidez que
había conservando
durante meses, Lina
quedo feliz, sabiendo
que aquella amistad era
la primera de muchas
otras que vendrían.
MEIMEI
(Recebida por Célia
Xavier de Camargo, em
Rolândia-PR, em
7/5/2012.)
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