Pablo de Tarso y
las
tribulaciones
Nos causó
sorpresa la
carta de un
lector de esta
revista,
publicada en la
pasada edición,
en la cual él
dijo extrañar el
porqué de tanto
sufrimiento y de
tanto trabajo
para que alguien
llegue a la
purificación
espiritual.
En respuesta le
fue dicho que en
un planeta como
el nuestro,
cuyos habitantes
están aún
sometidos al
régimen de
pruebas y/o
expiaciones, es
natural que
encontremos en
todos los
lugares el
sufrimiento, el
dolor y la
dificultad; no
obstante, nada
de eso es
realmente
indispensable en
la caminata que
nos llevará a la
perfección.
Las pruebas, los
desafíos, los
obstáculos
existirán
siempre, porque
hacen parte del
proceso
evolutivo; pero
el dolor y el
sufrimiento
surgen en
nuestra vida
como medidas
correctivas cuyo
objetivo es
avisarnos de que
nos encontramos
en un rumbo
equivocado que
no nos llevará a
la meta para la
cual fuimos
creados.
En su epístola a
los Romanos,
Pablo escribió:
“También nos
gloriamos en las
tribulaciones”
(Romanos, 5:3).
Esa frase del
Apóstol de los
gentiles mereció
de Emmanuel
interesantes
consideraciones
que el lector
puede leer en el
cap. 142 del
libro Viña de
Luz, obra
psicografada por
el médium
Francisco
Cándido Xavier.
Muchas personas
se acuerdan de
Pablo fijándose
tan solamente en
su encuentro con
Jesús, a las
puertas de
Damasco, pero se
olvidan del
esfuerzo
hercúleo que él
tuvo que hacer
para vencer las
vicisitudes y
tentaciones
innumeras y, por
fin, regresar
redimido a las
esferas más
altas de la
vida.
En las cartas
paulinas
encontramos
innumeras
referencias
hechas por el
gran apóstol a
las luchas y a
las
dilaceraciones
del camino, en
las cuales se
evidencian las
estaciones
educativas y
restauradoras,
entre la primera
claridad de la
fe y el supremo
testimonio.
Prisión, azotes,
pedradas,
desesperanzas,
trabajo áspero y
continua
renuncia – he
aquí los
recursos que
otorgaron al
notable
predicador el
pasaporte para
una etapa
evolutiva.
La tribulación
produce
fortaleza y
paciencia.
Nadie encuentra
el tesoro de la
experiencia en
el pantano de la
ociosidad.
Es necesario
despertar a cada
día, siguiéndole
el curso
brillante del
trabajo, en las
oportunidades de
las tareas que
él nos muestra.
La existencia
terrestre es el
camino necesario
para la luz
eterna.
Las cuatro
últimas frases
arriba son de
Emmanuel, que
también nos
advierte, con
toda claridad,
que proseguir
con Cristo es
acompañarle y
seguirle las
huellas,
evitando desvíos
insidiosos, y
que la grande
tarea de
preparación hay
que iniciarse en
la maravillosa y
desconocida
“tierra de
nosotros
mismos”.
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