José y Helena formaban
una pareja alegre y
simpática que soñaba
tener muchos hijos.
Tal vez para
satisfacerles el deseo,
el Señor les mandó, de
una sólo vez, dos niños,
que recibieron los
nombres de Roberto y
Alberto, y que se se
volvieron el centro de
las atenciones de toda
la família.
Sin embargo, Beto y
Neto, como pasaron a ser
llamados, inmediatamente
mostraron a todos que,
si eran idénticos en la
apariencia, eran bien
diferentes
espiritualmente.
Mientras Beto era
nervioso, no dormía bien
y lloraba mucho, Neto
era sereno, dormía bien
y estaba siempre
sorriendo, de buen
humor.
Los gemélos crecieron y
sus padres buscaban
educarlos de la mejor
manera posible,
mostrándoles como
deberían actuar ante las
otras personas, los
animales, las plantas y
todo lo que formaba
parte de nuestro mundo.
Cierto día, el padre
llamó a los dos hijos, y
los llevó para el jardín.
Después, les mostró dos
terrenos limpios, y les
dijo:
— Beto y Neto, vosotros
ya tenéis ocho años, y
decidí dar un terreno
para cada uno cuidar.
Podéis escoger.
Beto, más rápido,
respondió:
— ¡Este de aquí es el
mío! — escogiendo lo que
juzgaba era el mejor.
Neto, siempre sensato,
aceptó, quedándose con
el otro. Después
preguntó al padre:
— ¿Papá, que haremos con
el terreno?
— Vosotros vais a cuidar
de él de la mejor
manera, escogiendo las
plantas que deseéis. Mi
única exigencia es que,
tras plantadas, cuidéis
bien de las plantitas
que irán a nacer.
Recordad: ¡la
responsabilidad es de
vosotros!
Neto adoró la idea del
padre y golpeaba las
palmas, satisfecho por
la oportunidad de poder
trabajar con cambiar y
simientes. Ya Beto,
irritado, protesto:
— ¡¿Padre, pero voy a
tener que quedarmne aquí
cuidando de plantas?!...
¡Quiero hacer otras
cosas! ¡Salir,
divertirme, jugar com el
balón, jugar!
— Hijo mío — respondió
el padre paciente —, yo
quiero ver cómo vosotros
salís de la tarea que os
doy. ¡Es una orden!
Además de eso, vosotros
no necesitaréis quedaros
todo el tiempo cuidando
del jardín. Gastaréis
máximo uma hora por dia
y no creo que ella os
hará falta. ¡Entonces,
manos a la obra!
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El padre se volvió y
caminó para dentro de
casa, dejando a los
hijos solos en el
jardín.
A La hora del almuerzo,
apareció Neto con las
manos sucias de tierra,
todo feliz por la
oportunidad de plantar,
encaminándose para tomar
un baño. Al ver que Beto
no aparecía, el padre
fue hasta el jardín a
ver lo que estaba
haciendo. Lo encontró
dormido en una red entre
dos árboles. Sin decir
nada, el padre lo
desperto:
|
— Hijo mío, es la hora
del almuerzo.
El chico se irguió,
frotó los ojos y
desperezándose, mientras
se disculpaba:
— Yo estaba cansado,
papá.
Así el tiempo fue
pasando. Como el padre
no controlaba ni
vigilaba la tarea que
dio a los hijos, ambos
fueron haciendo conforme
lo deseaban.
|
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Al vencer el plazo dado,
el padre fue a verificar
como estaban las
plantaciones.
El terreno de Neto era
una belleza. Él había
plantado pequeñas flores
que ahora florecían en
tonalidades diversas,
adornando aquel tramo
del jardín.
El terreno de Beto era
un horror. Las
plantitas, marchitas,
indicaban falta de água
y de cuidados; y hojas
muertas caían por el
suelo seco.
— ¿Qué ocurrió con tú
jardín, Beto? — indagó
el padre.
El niño, avergonzado, se
justificó:
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— ¡Ah, padre! La tierra
de mi terreno es mala. ¡Tiene
sol todo el tiempo y,
por eso, las plantitas
quedaron feas! El
terreno de Neto está en
la sombra y eso ayuda
bastante. ¡Además de eso,
la tierra de mi hermano
es buena!...
Oyendo lo que el hijo
decía, el padre estaba
indignado:
— ¡Beto, tú escogiste tu
terreno! Neto cogió el
otro que tú |
no quisiste.
¡Además de eso, hijo, el
hecho de tener un
terreno que tenga
bastante sol, es
fundamental para el
plantio; además de eso,
tú tenías agua a
voluntad en el pozo
próximo! |
Después, preguntó a Neto
cómo había conseguido
flores tan bellas.
— Como no pude contar
mucho con la luz del
sol, fui a buscar
orientación en una
tienda y ellos me
vendieron semillas que
brotan y florecen a la
sombra. En cuanto al
agua, yo cogía con una
regadera del pozo y, así,
todos los días yo regava
las plantitas, que
crecieron fuertes y
bonitas. Dio trabajo,
pero mereció la pena!
Beto estaba avergonzado.
Com la cabeza baja,
lamentaba no haberse
esforzado bastante para
cumplir la tarea que el
padre le diera.
El padre, lleno de
piedad por la situación
del hijo que no había
sabido aprovechar la
oportunidad que le hubo
sido concedida, pero
justo, dijo:
— Beto, como tú no
valoraste la oportunidad
de la tarea que te di,
voy a entregar la
responsabilidad de
cuidar del terreno que
era tuyo para tu hermano
Neto, que supo trabajar
el terreno, resolver las
dificultades y
entregarme el jardín
florido y vistoso.
El padre paró de hablar
por algunos instantes,
miro para el hijo, y
prosiguió:
— Que esto te sirva de
lección, Beto. Aquí, fue
una tarea concedida por
tu padre y que, por
amarte mucho, te dará
otras oportunidades de
vencer. Pero, en la
vida, cuando tu crezcas,
percibirás que no
siempre las cosas y
situaciones serán tan
fáciles con un jardín.
Nuestras decisiones, en
el mundo, podrán causar
problemas graves,
situaciones insuperables,
que podríamos haber
solucionado haciendo lo
mejor.
— Tienes razón, papá. Sé
que me equivoque. Pero
prometo esforzarme más,
la próxima vez.
MEIMEI
(Recebida por Célia X.
de Camargo, em
Rolândia-PR, em
23/7/2012.)
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