La
educación intelectual,
disociada de la
educación moral, será
incapaz de vencer a los
males morales que
afligen a la Humanidad
El día 1º de enero de
1862, en su residencia
en Hauteville-House,
Guernesey, el escritor
francés Victor Hugo
(1802-1885), escribió en
el preámbulo de su
magnífica obra “Los
Miserables”, lo
siguiente: “Mientras
exista, fundamentada en
las leyes y en las
costumbres, una condena
social que cree
artificialmente,
en plena civilización,
verdaderos infiernos,
amplianda con una
fatalidad humana el
destino, que es divino;
mientras los tres
problemas de este siglo,
la degradación del
hombre en el
proletariado, el
debilitamiento de la
mujer por el hambre y la
atrofia del niño por la
oscuridad de la noche,
no sean resueltos;
mientras, en
ciertas regiones, a
asfixia social sea
posible; en otros
términos, y bajo un
punto de vista aún más
englobado, mientras haya
sobre la Tierra
ignorancia y miseria,
los libros de la
naturaleza de este
podrán no ser inútiles”.
El romance supradicho –
“Les Misérables”, en
francés – narra la
situación política y
social de Francia en la
época de la
“Insurrección
Democrática” o
“Revolución de 1830”, en
el reinado de Luis
Felipe I, de Francia,
contando la historia del
personaje principal de
la trama, Jean Valjean,
cuyo calvário tuvo
inicio en 1795, cuando
fue prendido y
condenado, inicialmente
a cinco años de prisión,
cumplidos a partir de
1796, por robar sólo un
pan. Sus repetidos
intentos de fuga lo
llevan a una condena
final de diecinueve años
de pena, parte de ellos
cumplidos en las
galeras.
Hacemos esa referencia
para intentar, a ejemplo
de tantos otros,
entender las causas de
la violencia,
principalmente de la
“violencia urbana”, que
se instaló en nuestro
País – para quedar sólo
en el – a partir de un
momento no identificado
en el calendario de los
acontecimientos más
recientes, pues a mi
ver no tenemos un punto
de referencia del
“cuándo” esa onda
comenzó a derramarse
sobre las playas de
nuestro dia a día,
incluyéndonos en el
indeseable grupo de las
sociedades más violentas
del Planeta.
Conforme Valvim M.
Dutra, en su libro
“Renace Brasil”,
inspirado en la ética
bíblica, la violencia
puede ser clasificada en
tres grupos
distinguidos, a saber:
a) violencia urbana – la
que es practicada en las
calles, tales como
asaltos, robos,
secuestros, asesinatos,
extermínios, etc.; b)
violencia doméstica o
familiar –
es aquella practicada en
el ambiente del propio
hogar, y c) violencia
contra la mujer –
aquella en que el
agresor es el marido,
novio o ex-compañero.
Aquel autor esposa la
tesis de que las
injusticias y los
enfrentamientos son las
fuentes generadoras de
los deseos de venganza
que se concretan en las
agresiones, en los robos,
en los asaltos y en los
homicidios, y de que la
irreverencia y el
libertinaje incitan el
comportamiento vulgar y
la falta de respeto que
generalmente desaguan en
hechos
violentos. Los días
presentes se hizo
corriente el hecho
incluso de asesinatos
provocados por
situaciones banales,
como, por ejemplo,
negarle un cigarrillo a
un desconocido o
replicar una pequeña
ofensa con una palabrota.
“Educar a los niños
para que no sea
necesario
castigar a los
adultos”
Valvim considera que los
más diferentes tipos de
falta de respeto, tales
como la falta de respeto
económico, la falta de
respeto social, la falta
de respeto conjugal, la
falta de respeto
familiar y la
mala-educación son los
principales móviles de
las presiones físicas o
morales. Así, conforme
él, el antídoto de esos
desvíos es simplemente
el
respeto. Actuándose con
el máximo de respeto con
quien quiera que sea y
en cualquier situaciones,
se conjura la violencia.
De esa forma, es útil
que los diferentes
estamentos
gubernamentales y los
tres poderes
constituidos de la
Nación estimulen entre
sus conciudadanos
relacionamentos anclados
en la Justicia, en la
Ética y en la bondad de
las acciones, cohibiendo
la corrupción y
castigando ejemplarmente
corruptos y corruptores,
adoptando providencias
para minimizar el
desempleo, la pobreza,
las desigualdades
sociales y la
ineficiencia pública.
Añade que el exceso de
“libertades” observado
tanto en el sistema
educativo, como y
principalmente em los
programas televisivos,
necesita ser revisados.
Los adolescentes deben
ser orientados con más
realismo y no con
derechos insensatos,
provocadores de la
rebeldía, de la
prepotencia y de la
falta de respetoo. La
vulgaridad, las escenas
de violencia y tantos
otros ejemplos de desvío
de conducta practicados
por personajes
fictícios o reales y
exhibidos principalmente
por nuestros principales
canales de la
“televisión abierta”
corroen los valores
morales y contribuyen
significativamente para
que nuestra juventud,
estimulada por esos
ejemplos, se haga
irresponsable,
imprudente, irrespetuosa
y, sobre todo,
inconsequente.
Hemos de ser acordes con
las afirmaciones del
autor de “Renace
Brasil”. Aducimos que la
violencia es sólo uno de
los frutos de la mala
educación o de la
ausencia o ineficiencia
de esa misma educación.
“Educad los niños para
que no sea necesario
castigar a los adultos.”
Este proverbio milenario
del filósofo griego
Pitágoras encierra la
importancia de la
educación para la
formación moral e
intelectual de la
Humanidad.
De la introducción de la
obra “El Problema del
Ser, del Destino y del
Dolor”, escrita en 1908
por el francés Leon
Denis (1846-1927),
discípulo de Allan
Kardec (1804-1869) y que
entregó las potencias de
su alma a la causa del
estudio y de la
divulgación de la
Doctrina Espírita,
extraemos algunos tramos
que dicen verdades
incontestables
y que bien se prestan al
tema objeto del que
ahora tratamos, porque
son tan actuales como si
hubieran sido escritas
en este inicio del siglo
XXI.
Acerca de la deficiencia
de la enseñanza y de la
educación en Francia de
su época (y que es el
espejo de Brasil de hoy)
y de la necesidad de la
espiritualización del
hombre para
contraponerse a los
males morales que
corroen la Humanidad, él
así se expresa: “...
la enseñanza
suministrado por las
instituciones humanas en
general - religiones,
escuelas, universidades
– si nos enseñan muchas
cosas superfluas, en
compensación no nos
enseñan casi nada de lo
que más tenemos
necesidad de conocer
para nuestra conducta:
la dirección de la
existencia terrestre y
la preparación para el
más allá”.
La enseñanza clásica
busca adornar la
inteligencia, pero no
enseña a amar
(...) En los medios
universitarios, una
completa incertidumbre
aún reina sobre la
solución del problema má
importante con que el
hombre se enfrenta en el
transcurrir de su pasaje
por la Tierra. Esa
incertidumbre se refleja
en toda la enseñanza.
Una buena parte de los
profesores y pedagogos
aleja sistemáticamente
de sus lecciones todo lo
que se refiere al
problema de la vida, a
las cuestiones de su
objetivo y finalidad.
En rigor, en la
universidad, así como en
la Iglesia, modernamente
el alma encuentra
solamente obscuridad y
contradicción en todo lo
que dice respecto al
problema de su
naturaleza y de su
futuro. Es a ese estado
de cosas que es preciso
atribuir, en gran
medida, los males de
nuestro tiempo: la
incoherencia de las
ideas, el desorden de la
conciencia, la anarquia
moral y social.
La educación dispensada
a las generaciones es
complicada: no les
esclarece el camino de
la vida y no las
estimula para las luchas
de la existência.
La enseñanza clásica
habilita a cultivar, a
adornar la inteligencia,
pero no enseña a actuar,
a amar, a dedicarse ni a
alcanzar una concepción
del destino que
desarrolle las energías
profundas del yo y
oriente nuestros
impulsos, nuestros
esfuerzos, para un
objetivo elevado. Sin
embargo, esa concepción
es indispensable a todo
ser,
a toda sociedad, porque
es el sustentáculo, la
consolación suprema en
las horas difíciles, la
fuente de las virtudes
actuantes y de las altas
inspiraciones.No se
puede confesar más
francamente: la
filosofía de la escuela,
después de tantos siglos
de estudio y trabajo,
aún es sólo una doctrina
sin luz, sin calor, sin
vida. El alma de
nuestros hijos, sacudida
entre sistemas diversos
y contradictorios – el
positivismo de Augusto
Comte, el naturalismo de
Hegel, el materialismo
de Stuart Mill, el
ecletismo de Cousin,
etc. –, flota incierta,
sin ideal, sin un
objetivo preciso.
De ahí el desánimo
precoz y el pesimismo
desanimador,
enfermedades de las
sociedades decadentes,
amenazas terribles para
el futuro, a las cuales
se añade el excepticismo
amargo y burlon de
tantos jóvenes que creen
sólo en el dinero y
honran sólo el éxito.
El ilustre profesor
Raoul Pictet señala ese
estado de espíritu en la
introducción de su
última obra sobre las
ciencias psíquicas.
Él habla del efecto
desastroso producido por
las teorías
materialistas sobre la
mentalidad de sus
alumnos y concluye así:
‘ Esos pobres jóvenes
admiten que todo lo que
pasa en el mundo es
efecto necesario y fatal
de condiciones
primárias, en que la
voluntad no interviene.
Consideran que su propia
existencia es,
forzosamente, juguete de
la fatalidad inevitable,
a la cual están
conectados, de pies y
manos atados. Esos
jóvenes paran de luchar
inmediatamente que
encuentran las primeras
dificultades. No creen
más en sí mismos. Se
hacen tumbas vivas,
donde guardan,
confusamente, sus
esperanzas, sus
esfuerzos, sus deseos,
fosa común
de todo lo que les hizo
latir el corazón hasta
el día del
envenenamiento. He visto
esos cadáveres delante
de sus carteras y en el
laboratorio, y me han
causado pena’.
El origen de todos
nuestros males está en
nuestra inferioridad
moral
Todo eso no es solamente
aplicable a una parte de
nuestra juventud, sino
también a muchos hombres
de nuestro tiempo y de
nuestra generación, en
los cuales podemos
constatar un síntoma de
cansancio moral y de
abatimento.
F. Myers también lo
reconoce:
‘Hay como una inquietud,
un descontento, una
falta de confianza en el
verdadero valor de la
vida. El pesimismo es la
enfermedad moral de
nuestro tiempo’.
(...) Es preciso
preparar los espíritus
para las necesidades,
los combates de la vida
actual y de las vidas
futuras; es preciso,
sobre todo, enseñar al
ser humano a conocerse,
a desarrollar, en vista
de sus objetivos, las
fuerzas latentes que en
él duermen.
La perturbación y la
inseguridad que
verificamos en la
enseñanza repercuten y
se encuentran, como
décimos, en todo orden
social.
Por todas partes, hay un
estado de crisis
inquietante. Bajo la
superficie brillante de
una civilización
refinada, se esconde un
malestar profundo. La
irritación crece en las
clases sociales. El
conflicto de intereses,
la lucha por la vida se
hacen, día a día, más
ásperos. El sentimiento
del deber se ha
debilitado en la
conciencia popular hasta
tal punto que muchos
hombres ni aún saben
donde está el deber,
ellos se esconden y
alejan de sí toda
responsabilidad.(...)
Ninguna obra humana
puede ser grande y
duradera si no se
inspira, en la teoría y
en la práctica, en sus
principios y en sus
aplicaciones, en las
leyes eternas del
Universo. Todo lo que es
concebido y edificado
fuera de las leyes
superiores se construye
en la arena y se hunde.
(...) El origen de todos
nuestros males está en
nuestra falta de saber y
en nuestra inferioridad
moral. Toda sociedad
permanecerá débil y
dividida mientras la
desconfianza, la duda,
el egoísmo, la envidia y
el odio la dominan. No
se transforma una
sociedad por medio de
las leyes. Las leyes y
las instituciones no
serían nada sin las
costumbres, sin las
crencias elevadas.
(...) Para mejorar la
forma de una sociedad,
siendo ella el resultado
de las fuerzas
individuales, buenas o
malas, es preciso actuar
inicialmente sobre la
inteligencia y la
conciencia de los
individuos.
(...) No se busca otra
cosa a no ser conquistar
derechos.
Sin embargo, el gozo de
los derechos no puede
ser obtenido sin la
práctica de los deberes.
El derecho sin el deber,
que lo limita y lo
corrige, produce sólo
nuevas aflicciones,
nuevos sufrimientos.
(...) Ese es el estado
actual de la sociedad.
El peligro es inmenso y
si alguna gran
renovación
espiritualista y
científica no se
produjera,
el mundo acabaría en la
incoherencia y en la
confusión. Nuestros
hombres de gobierno ya
sienten lo que les
cuesta vivir en una
sociedad en que las
bases esenciales de la
Moral están sacudidas,
en que las leyes son
blandas, frágiles o
superficiales, en que
todo se confunde,
incluso la noción
elemental del Bien y del
Mal.
Los dirigentes de la
Humanidad tienen
um
deber inmediato que
cumplir
(...) La tarea a cumplir
es grande, y la
educación del hombre
debe ser totalmente
rehecha. Esa educación,
como vimos, ni la
universidad ni la
Iglesia están en
condiciones de
suministrar, una vez que
no poseen más las
síntesis necesarias para
esclarecer la marcha de
las nuevas generaciones.
Sólo una doctrina puede
ofrecer esa síntesis: la
del Espiritismo; ella ya
sube en el horizonte del
mundo intelectual y
parece iluminar el
futuro.
(...) La Educación,
sabemos, es el factor
más poderoso del
progreso; ella contiene
el origen del futuro.
Pero, para ser completa,
debe inspirarse en el
estudio de la vida bajo
sus dos formas
alternantes, visible e
invisible, en su
plenitud, en su
evolución creciente en
dirección a las cimas de
la naturaleza y del
pensamiento.
(...) Los maestros
dirigentes de la
Humanidad tienen un
deber inmediato que
cumplir. Es el de
recolocar el
Espiritualismo en la
base de la Educación, de
trabajar para rehacer al
hombre interior y la
salud moral.
(...) Mientras las
escuelas y las academias
no lo hayan introducido
en sus programas, nada
habrán hecho por la
educación definitiva de
la Humanidad.
(...) Nuestro deber es
el de trazar el camino a
la Humanidad futura de
la cual aún formaremos
parte integrante, como
nos enseña la comunión
de las almas, la
revelación de los
grandes instrutores
invisibles, de igual
manera que la Naturaleza
enseña, por sus miles de
voces y por la
renovación eterna de
todas las cosas, a
aquellos que saben
estudiarla y
comprenderla.
¡Vamos rumbo al futuro,
rumbo a la vida siempre
renaciente, por el
camino inmenso que nos
abre el Espiritismo!
Tradiciones, ciencias,
filosofías, religiones,
iluminaos con una llama
nueva; sacudíd vuestros
viejos sudários y las
cenizas que los cubren.
¡Escuchad las voces
reveladoras del túmulo,
ellas nos traen una
renovación del
pensamiento con los
secretos del más allá,
que el hombre tiene
necesidad de conocer
para mejor vivir, mejor
obrar y mejor morir!”
Conforme nos enseña
Allan Kardec (cuestión
872, parte 3ª, capítulo
X, del “El Libro de los
Espíritus”), la
Educación solamente
combatirá útilmente
nuestras malas
tendencias (entre ellas
la violencia) cuando se
basen en el estudio
profundo de la
naturaleza moral del
hombre. O sea, la
educación intelectual,
disociada de la
educación moral, será
incapaz de sola combatir
y vencer los males
morales que afligen a la
Humanidad.
Referências:
Os Miseráveis – Victor
Hugo.
Renasce Brasil – Valvim
M. Dutra.
O Problema do Ser, do
Destino e da Dor – Léon
Denis.
O Livro dos Espíritos –
Allan Kardec.
|