Fernando, muy alterado,
estaba siempre creando
problema para todo el
mundo. Le gustaba hacer
bromas de mal gusto
creando situaciones
desagradables para los
compañeros: colocaba
tarro de tinta abierto
en la mochila de uno,
llenaba la bolsa del
otro con basura,
amarraba los cordones de
los tenis de alguien
distraído para verlo
levantarse y caer, y
mucho más.
La profesora lo
castigaba y después
siempre lo alertaba:
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— Fernando, tus
compañeros han sido
pacientes, sin embargo
todo tiene un fin. ¡Un
día tú vas a quedar mal!
|
— ¡Profesora, pero yo no
hice por las malas!
Estaba sólo jugando! —
él se disculpaba, riendo.
Y así, siempre había
reclamación de alguien,
quejándose de algo que
él había hecho.
Cierto día, como chovió
por la noche, el barro
cubría el suelo. ¡Entonces,
Fernando tuvo una idea!
Tenía una compañera,
Sílvia, que él admiraba
porque era bonita, buena
y estudiosa. Decidió
hacer una broma con ella.
De imaginação fértil,
cogió una hoja de papel
de regalo y, con una
pequeña pala, que los
alumnos usaban para el
jardín, colocó una buena
porción de barro en un
plástico, después lo
envolvió bien,
amarrándolo con uma
bella cinta, como si
fuera un presente.
Más tarde, buscó a
Silvia y la encontró en
el terreno donde los
alumnos aprendían a
cultivar plantas. Él
extendió para ella el
paquete y dijo muy
serio:
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— Sílvia, siempre quise
darte un regalo. ¡Aquí
está. Espero que te
guste!...
Ella sonrió con ternura,
y agradeció:
|
— ¡Gracias, Fernando!
¡Tú eres muy amable!... |
De corazón generoso,
Sílvia miró alrededor
buscando algo para
retribuir la gentileza
de él. En ese instante,
ella vio una linda flor
que había abierto en
aquella mañana en el
pedazo de suelo que ella
cultivava. Era una
especie que a ella le
gustaba mucho y que hubo
plantado con cariño.
Entonces, extendiendo la
mano, cogió la flor y
ser la ofreció a
Fernando:
— En retribución, endoso
esta flor. ¡Es sólo lo
que puedo darte, pero es
de corazón!
El niño, sin gesto,
cogió la linda flor que
Sílvia le ofrecía.
Después, ella deshizo el
lazo de cinta y abrió el
|
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paquete que había
recibido. ¡Sorpresa vio
que era un montón de
barro! |
Com todo, sin demostrar
extrañeza, ella y dijo:
— Gracias, Fernando.
Tenga seguridad que tu
regalo me será bastante
útil en el cultivo de
las plantas. Veo que la
tierra es buena, y
ciertamente las semillas
crecerán fuertes y
saludables.
El chico se quedó rojo
de vergüenza delante de
la actitud de la amiga.
Él estaba acostumbrado a
ver a las personas
reaccionar de otra
forma, y con eso él daba
buenas carcajadas. Pero
aquella niña lo había
dejado impresionado.
— Desculpa por la broma
— dijo Fernando,
alejándose con la cabeza
baja.
Llegando a su casa, la
madre le notó los ojos
rojos y no dijo nada.
Fernando fue para el
cuarto y allá quedó
quieto. Al ver que él no
salía ni aún para la
cena, la madre abrió la
puerta despacito, entró
y se sentó cerca de él
en la cama.
— ¿Quieres desahogarte,
hijo mío?
Fernando enjugó los ojos
y contó a la madre lo
que había ocurrido, no
olvidando nada. La
señora lo oyó, sin
interrumpir. Al
terminar, Fernando
confesó:
— Madre, yo nunca sentí
tanta vergüenza en toda
mi vida! Estaba
acostumbrado a ver en
los compañeros una
reacción diferente,
generalmente de rabia,
de indignación... ¡Pero
Sílvia me trató de forma
tan diferente, con tanta
gentileza, que me hizo
sentir una basura!
— ¿Sabes por qué, hijo
mío? ¡Es que cada uno
sólo consigue dar lo que
tiene dentro de sí! ¡A
ti te gusta jugar con
las personas, quedando
satisfecho cuando las
ves irritadas,
¡enfadadas! Tú amiga
tiene otra manera de
ser: ¡está acostumbrada
a pasar alegría,
bienestar, optimismo! Y
ella te dio a ti lo
mejor que tenía en su
corazón.
— ¡Es verdad! En ningún
momento ella mostró
disgusto,
insatisfacción. ¡Al
contrario, aún valoró el
puñado de barro que le
di!
— Así actúan las
personas que buscan lo
mejor en todas las
cosas, en las personas y
en las situaciones.
¡Ciertamente ella debe
ser muy feliz!
Fernando pensó un poco y
decidió:
— ¡Mamá, yo quiero
cambiar! Sé que a las
personas no les gusto
por todo lo que hago.
Quiero gustarles. Puedo
invitar a mi amiga para
tomar la merienda aquí
en casa mañana? ¡Si ella
aceptar, evidentemente!
— ¡Claro hijo mío! Ella
aceptará. Estoy ansiosa
por conocer a esa niña
que hizo que tú
reflexionaras en tu vida
y desear cambiar. Voy a
hacer una tartao
deliciosa para esperarla.
En la tarde del día
siguiente, Fernando
llegó acompañado de
Sílvia y la presentó a
su madre. Conversaron
bastante mientras
tomaban la merienda,
hasta que la madre de
Fernando preguntó:
— Sílvia, mí hijo quedó
muy impresionado con tu
reacción de la broma de
mal gusto. Y yo me quedé
curiosa por conocerte.
Finalmente, tú tienes
sólo once años, y
pareces ser bastante
madura para tu edad. ¿Siempre
fuiste así?
La niña pensó un poco y
respondió:
— ¡No, yo era diferente!
Desde que aprendí, con
Jesús, que debemos hacer
a los otros lo que nos
gustaría que ellos nos
hicieran, eso fue
suficiente para que yo
cambiara mi vida. Como
yo quería la amistad de
las personas, necesitaba
dar amistad. ¡Fue lo que
yo hice!
Fernando y la madre
oyeron admirados. La
señora, mentalmente,
elevó su pensamiento a
lo Alto, agradecida por
la presencia tan
oportuna de la niña, que
vino a recordarles la
enseñanza de Jesús.
Fernando y la madre
oyeron admirados.
Las palabras del
Maestro, tan simples y a
la vez tan profundas,
serían suficientes para
cambiar el mundo, y
ciertamente su hijo
Fernando cambiaría
también, auxiliado por
la amiga Sílvia!
MEIMEI
(Recebida por Célia X.
de Camargo, em
Rolândia-PR, em
23/7/2012.)
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