Continuamos con el
estudio metódico de “El
Libro de los Médiums”,
de Allan Kardec, la
segunda de las obras que
componen el Pentateuco
Kardeciano, cuya primera
edición fue publicada en
1861. Las respuestas a
las preguntas sugeridas
para debatir se
encuentran al final del
texto.
Preguntas para debatir
A. ¿Es
esencial la identidad de
los Espíritus
comunicantes para la
práctica espírita?
B.
¿Debemos, entonces,
examinar las
comunicaciones
recibidas?
C.
¿Podemos hacer preguntas
a los Espíritus?
D.
¿Podemos obtener de los
Espíritus consejos sobre
asuntos de nuestro
interés particular?
Texto para la lectura
259. La
pregunta de la identidad
es pues, casi
indiferente, cuando se
trata de instrucciones
generales, puesto que
los mejores Espíritus
pueden sustituirse
mutuamente, sin mayores
consecuencias. Los
Espíritus superiores
forman un todo colectivo
cuyas individualidades,
con raras excepciones,
nos son desconocidas. No
es su persona lo que nos
importa, sino la
enseñanza que nos
proporcionan. Ahora
bien, si esa enseñanza
es buena, poco importa
que el Espíritu se llame
Pedro o Pablo. Debe ser
juzgado por su calidad y
no por sus títulos.
(Ítem 256)
260. Otro
caso es el que sucede
con las comunicaciones
íntimas, porque allí es
el individuo el que nos
interesa. Es muy
razonable, por lo tanto,
que en esas
circunstancias
procuremos asegurarnos
que el Espíritu que se
comunica es realmente
quien así se denomina.
261. Un
medio empleado, a veces
con éxito, para
identificar a un
Espíritu que se
comunica, consiste en
hacerle afirmar en
nombre de Dios todo
poderoso, que es
realmente quien dice
ser. Sucede con
frecuencia que el
Espíritu que usa un
nombre usurpado
retrocede ante el
sacrilegio. Sin embargo,
hay Espíritus nada
escrupulosos que juran
todo lo que se les pide.
(Ítem 259)
262. Se
puede incluir entre las
pruebas de identidad la
semejanza de la
escritura y de la firma;
pero más allá de que no
es dado a todos los
médiums obtener ese
resultado, eso no
constituye una garantía
suficiente, pues hay
falsificadores en el
mundo de los Espíritus,
como los hay en éste. La
presunción de identidad
sólo adquiere valor por
las circunstancias que
la acompañen. La mejor
de todas las pruebas de
identidad está en el
lenguaje y en las
circunstancias
fortuitas. (Ítem 260)
263. Se
puede objetar que si un
Espíritu logra imitar
una firma, conseguirá
perfectamente imitar su
lenguaje. Esto es
cierto; hemos visto a
algunos tomar con
atrevimiento el nombre
de Cristo y, para hacer
creer en la
mistificación, simulaban
el estilo evangélico y
pronunciaban a diestra y
siniestra estas
palabras: En verdad,
en verdad os digo.
Pero estudiando el
dictado en su conjunto,
escudriñando en el fondo
de los pensamientos, el
alcance de las
expresiones, cuando a la
par de bellas máximas de
caridad se ven
recomendaciones pueriles
y ridículas, sería
necesario estar
fascinado para que
alguien se equivocase.
(Ítem 261)
264.
Ciertas partes de la
forma material del
lenguaje pueden ser
imitadas, pero no el
pensamiento. Jamás la
ignorancia imitará la
verdadera sabiduría;
jamás el vicio imitará
la verdadera virtud. En
algún punto siempre
aparecerá la punta de la
oreja. (Ítem 261)
265. He
ahí entonces, que el
médium y el
experimentador necesitan
de toda la perspicacia y
de toda la ponderación
para separar la verdad
de la mentira. Los
Espíritus perversos son
capaces de todas las
artimañas. Así, cuanto
más venerable fuera el
nombre con que el
Espíritu se presente,
tanta mayor desconfianza
debe inspirar. (Ítem
261)
266. Los
Espíritus deben ser
juzgados, al igual que
los hombres, por el
lenguaje que usan.
Supongamos que un hombre
reciba veinte cartas de
personas que no conoce;
por el estilo, por los
pensamientos, por una
inmensidad de indicios,
en fin, verificará si
aquellas personas son
instruidas o ignorantes,
corteses o mal educadas,
superficiales,
profundas, frívolas,
orgullosas, ligeras,
sentimentales, etc. Así
también sucede con los
Espíritus. Se puede
establecer como regla
invariable y sin
excepción que el
lenguaje de los
Espíritus está siempre
en relación con el grado
de elevación que ya haya
alcanzado. El
lenguaje revela siempre
su origen, ya sea por
los pensamientos que
expresa, o bien por la
forma. (Ítem 263)
267. La
bondad y la afabilidad
son atributos esenciales
de los Espíritus
depurados. No hay en
ellos odio, ni a los
hombres ni a los demás
Espíritus. Lamentan las
debilidades, critican
los errores pero siempre
con moderación, sin hiel
y sin animosidad. Si se
admite que los Espíritus
verdaderamente buenos
sólo pueden querer el
bien y dicen sólo cosas
buenas, concluimos que
todo lo que en el
lenguaje de los
Espíritus denote falta
de bondad y de
benignidad no puede
proceder de un Espíritu
bueno. (Ítem 264)
Respuestas a las
preguntas propuestas
A. ¿Es
esencial la identidad de
los Espíritus
comunicantes para la
práctica espírita?
La
identidad absoluta de
los Espíritus es, en
muchos casos, una
cuestión accesoria y sin
importancia, lo que no
sucede con la distinción
entre buenos y malos
Espíritus. Su
individualidad puede ser
irrelevante, pero nunca
su calidad. En todas las
comunicaciones
instructivas ése es el
punto en el cual debe
converger toda nuestra
atención, porque
únicamente esa
distinción es la que nos
dará la medida de la
confianza que podemos
atribuir al Espíritu que
se manifiesta,
cualquiera sea el nombre
bajo el cual se
presente. (El
Libro de los Médiums,
ítems 262 y 267.)
B.
¿Debemos, entonces,
examinar las
comunicaciones
recibidas?
Sí;
debemos someter todas
las comunicaciones a un
examen escrupuloso,
analizando el
pensamiento y las
expresiones como hacemos
cuando se trata de
juzgar una obra
literaria, rechazando
sin vacilar todo lo
que vaya contra la
lógica y el buen
sentido, todo lo que
desmienta el carácter
del Espíritu
comunicante. De ese
modo, desalentaremos a
los Espíritus
engañadores, que
acabarán por retirarse,
una vez que se hayan
convencido de que no nos
pueden engañar.
Repetimos que este medio
es el único, y es
infalible, puesto que no
existe una comunicación
mala que resista una
crítica rigurosa.
(Obra citada, ítem 266)
C.
¿Podemos hacer preguntas
a los Espíritus?
Sí; lejos
de tener el menor
inconveniente, las
preguntas son de gran
utilidad desde el punto
de vista de la
instrucción, cuando
sabemos formularla
dentro de los límites
deseados. Ellas tienen
otra ventaja, que es
ayudar a desenmascarar a
los Espíritus embusteros
que, siendo más
vanidosos que sabios,
rara vez soportan la
prueba de las preguntas
de una lógica cerrada
que los lleva a sus
últimos reductos. Los
Espíritus serios
responden con gusto a
las preguntas que tienen
por finalidad el bien y
los medios de hacer
progresar al hombre. No
escuchan por lo tanto,
las preguntas fútiles,
las que son inútiles y
son que son hechas por
curiosidad ociosa o sólo
para probarlos.
(Obra
citada, ítems 287 y
288.)
D.
¿Podemos obtener de los
Espíritus consejos sobre
asuntos de nuestro
interés particular?
Algunas
veces sí, según el
motivo. Pero depende de
aquellos a los cuales el
interesado se dirige.
Los consejos
concernientes a la vida
privada son brindados
con más exactitud por
los Espíritus
familiares, porque éstos
se unen a una persona y
se interesan por lo que
le concierne: es el
amigo, el confidente de
sus más secretos
pensamientos; pero a
menudo los hombres los
fatigan con preguntas
tan absurdas, que ellos
se callan. Sería tan
absurdo preguntar cosas
íntimas a los Espíritus
que nos son extraños,
tanto como si nos
dirigiéramos para eso al
primer individuo que
encontrásemos en la
calle.
(Obra
citada, ítem 291,
párrafos 17 y 18)
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