1002. ¿Qué debe
hacer aquel que,
en el último
momento, en la
hora de la
muerte, reconoce
sus faltas, pero
no tiene tiempo
para repararlas?
¿Es suficiente
arrepentirse, en
ese caso? “El
arrependimento
apresura su
rehabilitación,
pero no la
absuelve. “¿No
tiene él el
futuro por
delante, que
jamás se le
cierra?”(El
Libro de los
Espíritus, de
Allan Kardec.)
Jean-Jacques
Rousseau, uno de
los grandes
nombres del
iluminismo,
nació en Ginebra,
el año de 1712.
No conoció a su
madre, porque
ella, debido a
complicaciones
del parto, vino
a fallecer días
después de su
nacimiento.
Cuando completó
diez años de
edad, su padre
se envolvió en
una discusión
con uma persona
importante de la
ciudad y, con
recelo de
represalias,
huyó, dejando el
hijo para ser
educado por un
tío. Según sus
biógrafos, el
hecho de
Rousseau no
haber conocido
la madre lo
marcó
profundamente.
Se hizo, en la
vida adulta,
compositor
autodidacta,
teórico
político,
filósofo y
escritor.
Contribuyó
ampliamente para
las grandes
reformas
ocurridas en
América y en
Europa, el siglo
XIX, con sus
ideales de
libertad,
igualdad y
fraternidade,
siendo aún uno
de los
colaboradores de
la famosa
Enciclopedie,
de
Diderot y
D´Alembert.
Escribió varios
libros,
influenciando
diversas
culturas y
generaciones.
Fue uno de
aquellos hombres
que no pasan
desapercebidos,
pues poseía
conocimientos
bastante
avanzados para
su época –
visiones que
rompieron con
los paradigmas
vigentes,
trayendo
transformaciones
importantísimas
para el panorama
del mundo
occidental.
Uno de sus
escritos, de
estruendoso
éxito, se llama
“Emílio, o De la
Educación”. En
esta obra,
Rousseau crea un
personaje
fictício, de
nombre Emílio, y
va, en el
transcurrir de
sus escritos,
contando al
lector cual es
la forma como él
educa este
personaje. El
objetivo de
Emílio es
“formar un
hombre libre; y
el verdadero
amor por los
niños…”. Hoy
esta obra es
vista no sólo
como una
referencia
obligatoria para
todos los
educadores
[padres,
profesores
etc.], sino, por
encima de todo,
como una lección
de vida. Sin
embargo,
Rousseau, ese
mismo hombre,
filósofo,
escritor, tuvo
cinco hijos. Y
los abandonó, a
todos, en
horfanatos.
En el prefácio
de la obra
mencionada, el
traductor así
comenta: “¿Cómo
tomar en serio
un libro sobre
la educación
escrito por un
hombre que
abandonó los
cinco hijos que
tuvo con Thérese
Levasseur? Esta
cuestión previa
repetida por los
jóvenes lectores
de ayer y de hoy,
debe ser
colocada, no
para ser ella
misma tomada en
serio, sino para
que nos
deshagamos de
ella de uma vez
por todas.
Rousseau es de
aquellos que
creen que no hay
cobardía peor
que el abandono
de los hijos que
se tuvo el
placer de hacer.
Escribió
Rousseau en su
obra Emílio: ‘Un
padre, cuando
genera y
sostiene hijos,
sólo realiza con
eso un tercio de
su tarea. Él
debe hombres a
su especie, debe
a la sociedad
hombres
sociables,
debe ciudadanos
al Estado. Todo
hombre que puede
pagar esa deuda
tríplica y no
paga es culpable,
y tal vez aún
más culpable
cuando sólo es
pagada por la
mitad. Quién no
puede cumplir
los deberes de
padre no tiene
derecho de
hacerse padre.
No hay pobreza,
trabajo ni
respeto humanos
que los
dispensen de
sostener a sus
hijos y de
educarlos él
mismo. Lectores,
podéis creer en
lo que digo.
Para quienquiera
que tenga
entrañas y
desdeñe tan
santos deberes,
preveo que por
mucho tiempo
derramará por su
culpa lágrimas
amargas y jamás
se consolará de
eso’.” (Emílio,
Libro 1.)
Rousseau influyó
sobremanera en
pensadores como
Pestalozzi
Fue justamente
por sentirse
culpable que
Rousseau
escribió Emílio
(de 1757 a
1762). No
podemos
pretender que el
libro no tenga
nada para
enseñarnos
porque su autor
no lo puso en
práctica. Para
eso, sería
necesario
invertir la
cronologia y
prohibir a
Rousseau toda la
oportunidad de
un
arrepentimiento
sincero que
busca la
reparación.
Afirmo el autor
de Emilio: “No
escribo para
disculpar mis
errores, sino
para impedir a
mis lectores a
imitarlos.”
Jean-Jacques
influyó
sobremanera a
algunos
pensadores,
tales como
Johann
Pestalozzi,
fundador de la
escuela de
Yverdun, en
Suiza, maestro
de Allan Kardec.
Por lo tanto,
podemos decir
que Rousseau es
el abuelo
espiritual de
Kardec en las
cuestiones de la
educación.
Teniéndose en
cuenta que el
codificador de
la Doctrina
Espírita [así
como Pestalozzi]
era pedagogo,
luego percibimos
cuánto la obra
Emílio fue
importante para
los tres y
tantos otros. Y
se Rousseau
influyó
sobremanera a
Kardec, nosotros,
de aquí de este
lado del
planeta, 150
años después de
Kardec, somos
también
influenciados
por sus ideas
fantásticas de
educación a
través del amor
y de la libertad.
Sabemos, aún, a
través de los
escritos del
final de la vida
de Jean-Jacques
Rousseau, que él
intentó rescatar
a todos sus
hijos de los
horfanatos, pero
no tuvo éxito.
Por lo tanto, de
su
arrepentimiento
y expiación
vemos surgir la
búsqueda por la
reparación, si
no directamente
a los
perjudicados, a
través de todos
aquellos que
bebieron en las
fuentes de sus
ideas
renovadoras y,
por qué no
decir,
maravillosas.
El escritor
Catulo de la
Pasión Cearense,
en su poema “El
Dolor y la
Alegría”, afirma
que “el dolor es
como un
relámpago; en lo
oscuro asusta a
la gente, pero
ilumina los
caminos”.
Rousseau
aprendió el
verdadero
sentido de esa
frase 300 años
antes de ser
pronunciada por
Catulo.
Siguiendo tal
línea de
pensamiento
podemos afirmar
que Rousseau no
quedó estancado
en el susto
causado por el
dolor. Abrió los
ojos, en el
momento en que
ella clareaba
caminos, y supo
seguirlos con
coraje. Menos
mal.
Otra historia
más antigua que
la de Rousseau,
pero que inspira
nuestros
corazones
sobremanera,
habla sobre una
mujer nacida en
una época
difícil, en la
ciudad de
Magdala. Se
llamaba Maria.
Nos cuentan
algunos
evangelistas que
ella cargaba en
su psiquismo la
presencia de
siete demonios,
habiendo sido
curada por
Jesus. Hoy, a
través de la
Doctrina
Espírita,
aprendemos que
tales ‘demonios’
eran, en verdad,
Espíritus aún
ignorantes,
volcados
temporalmente al
mal.
Se alejaron de
Maria bajo la
imposição moral
del Maestro, sin
embargo nos cabe
destacar que, si
no volvieron a
importunarla,
fue debido a los
méritos que ella
acumuló, a
través de su
reforma
interior.
Rousseau se
mostro em muchos
momentos um
protestante
rebelado
Humberto de
Campos, en el
libro Buena
Nueva, nos
cuenta, de forma
emocionante, la
historia del
encuentro entre
Maria y Jesus.
Ella, curvada
por el peso de
su culpa,
cargando en el
interior muchos
dolores nacidos
del
remordimiento
constante, abre
su corazón
atormentado.
Jesús, el Gran
Sabio, apunta
nuevos caminos:
“Amén, Maria.
Ama mucho”.
Nada de
acusaciones.
Solo um pedido:
que amase mucho,
sin nada esperar
de vuelta. Fue
lo que hizo.
Después de la
crucificación de
Jesus, decidió
seguir a los
discípulos en la
divulgación de
la Buena Nueva.
Sin embargo,
aquellos hombres,
encharcados de
prejuicios, le
negaron la
compañía. Tuvo
que quedar a las
márgenes del
Tiberíades, en
lágrimas, llena
de nostalgias y
dolor.
Fue cuando vio
llegar a la
ciudad diversos
leprosos, en
búsqueda del
Maestro. No
sabían que Él ya
no pertenecía a
aquel mundo –
querían oír Su
voz, Sus
enseñanzas y,
quién sabe,
conseguir la tan
anhelada cura.
Maria no dudó.
Los buscó y,
todas las
tardes, pasó a
divulgar las
ensiñanzas que
había aprendido
con el amigo
nazareno. En
poco tiempo, sin
embargo,
aquellas
personas fueron
expulsadas de
Cafarnaun y ella,
con el mejor
sentimiento de
que disponía,
los acompañó
para lejos de
allí. Siguió sus
días cuidando,
largamente, de
los enfermos,
amparándolos,
intentando
minimizar sus
dolores, su
hambre, su
tristeza. Tras
algún tiempo
percibió manchas
rósaceas en su
piel. Andaba con
lepra, también.
Sintiendo que el
final se
avecinaba,
decidió buscar a
la madre de
Jesus, Maria, y
a Juan, sus
amigos dilectos.
Siguió para
Éfeso, pero no
consiguió
adentrar en la
ciudad, cayendo
poco antes de su
entrada.
Después de su
desencarnación,
se vio
nuevamente a la
márgenes del mar
de Galilea,
recostada en un
gran árbol. A lo
lejos, se
aproxima Jesús,
con los brazos
abiertos, a
decirle: “Maria,
ya pasaste la
puerta estrecha!...
Amaste mucho!
Ven! Yo te
espero aquí!”.
Dos historias
fantásticas, con
puntos en común:
Rousseau y Maria
salieron del
proceso de
remordimiento,
se arrepintieron
verdaderamente y
optaron por la
reparación. Otro
punto que
debemos destacar
es que ambos,
aunque dentro de
culturas
esencialmente
religiosas [ella
era judía y él
protestante] y
preconceptuosas,
consiguieron
liberarse de las
amarras
teológicas. Ella,
porque bebió en
las fuentes de
la Verdad,
directamente con
Jesús.
Recordemos que
Él afirmó:
“Conoceréis la
Verdad y la
Verdad os
liberará”.
(Juan, 8:32.)
Fue lo que
ocurrió con
Maria. Se liberó
del
remordimiento y
pudo seguir
enfrente.
Él [Rousseau],
porque rompió
con las amarras
de los dogmas.
Se mostró en
muchos momentos
un protestante
rebelado,
desconfiado de
las
interpretaciones
eclesiásticas
sobre los
Evangelios.
Decía siempre: "Cuántos
hombres entre mí
y Dios!", lo que
atraía la ira
tanto de
católicos como
de protestantes.
La culpa em
Occidente – El
capitalismo y la
transformación
En la actualidad,
enfretamos
muchos dilemas
cuando
analizamos la
cuestión de la
culpa.
Cada vez más
tomamos
conciencia de
como las teorías
individualistas
occidentales
están
equivocadas
(1) en lo
que se refiere a
la realidad del
ser. Tanto a
través de la
lente espírita,
como de las
ciencias dichas
humanas, hemos
tenido contacto
con otra
realidad: la de
que pertenecemos
en total,
influenciando y
siendo
influenciados,
en un mar de
experiencias,
donde todo se
modifica,
continuamente, a
través de las
relaciones. No
es posible
explicar el ser
en separado del
medio donde él
actúa. No
podemos dejar de
considerar el
tiempo histórico
y la cultura
donde está
incluido, bajo
riesgo de
cometer errores
crasos,
subtrayendo
influencias
importantes y,
peor, no
reconociendo su
real esencia en
este médio.
Con eso, ya
percibimos la
urgencia de un
mirar más
holístico,
vislumbrando el
sujeto con todas
sus faces. El
ser cómo siendo
un sujeto
bio-psico-socio-espiritual,
pues es lo que
somos, siendo
que el Espíritu,
el ser inmortal,
creado simple e
ignorante, con
potencialidades
de perfección
relativa y que
va, a través de
vidas sucesivas
evolucionando,
es su esencia,
su verdadero yo,
con el cual
actúa en el
mundo, a través
de su porción
biológica, con
mecanismos
psicológicos
característicos,
dentro de una
sociedad, en
determinada
cultura y en
determinado
tiempo
histórico.
Cuando ampliamos
nuestro mirar,
vamo
aproximándonos a
la realidad, y,
con eso, podemos
mejorar nuestra
comprensión,
consiguiendo,
por consecuencia,
reflejar mejor
sobre nuestras
acciones y las
implicaciones de
estas en
nuestras vidas y
em medio donde
actuamos.
En la cultura
judaico-cristiana,
el miedo de los
fieles alimentó,
por siglos, el
poder de algunos,
a través del
mecanismo de la
culpa. En ese
contexto, ya
nacíamos
culpables;
finalmente somos
descendientes de
un error
imperdonable:
nuestros
ancestrales Adán
y Eva que, en un
acto de mucha
insensatez (por
la visión
religiosa
tradicional)
abdicaron del
mayor relago de
Dios – el
paraíso en la
Tierra –
intercambiándolo
por el fruto del
árbol de la
sabiduría. Somos
culpables por
desear saber
algo. Siendo así,
la ignorancia
sería el mejor
remedio,
aceptando dogmas
irrevocables y,
lógico,
incuestionables.
Tal vez ahí
pudiéramos hacer
las paces con
Dios, por
determinado
tiempo, desde
que aún
contribuyésemos
com algo, de
preferencia de
naturaleza
material, por la
‘Causa de Dios
en la Tierra’
Pero nuestra
historia con la
culpa no para
por ahí. Mujeres
judías nacen
impuras;
finalmente,
menstruan y ni
siquiera pueden
orar como los
hombres en los
templos. Tras el
año 234 D.J.C.,
cuando se creó
la institución
católica, la
culpa
continuaría
presente. Los
hombres deberían
luchar en las
‘guerras
santas’,
trayendo oro
para
la iglesia y
disminuyendo el
número de ‘infieles’,
a través de la
espada. Si así
hicieran,
podrían dormir
con la
conciencia
tranquila, pues
estarían
separándose de
Dios.
(Este artículo
será concluído
em la próxima
edición de esta
revista.)
(1)
Según la idea
vigente en la
ideología del
capitalismo, el
hombre es un ser
que ‘se hace
solo’, pudiendo
ascender o
fracasar, de
acuerdo con su
voluntad [o
falta de ella].
En esta forma de
pensamiento no
son consideradas
las influencias
del medio para
estudio y
comprensión del
individuo; los
fenómenos
humanos podrían
ser estudiados
en separado del
contexto donde
este se
desarrolló. En
la cultura
norteamericana,
el ‘self-made
man’ (hombre que
se hace solo) es
el símbolo mayor
de ese tipo de
pensamiento,
auxiliando, de
esta forma, el
mantenimiento de
la ideología en
que estamos
sumergidos.
Referências
bibliográficas:
LELOUP: J. Y;
WEILL, P.;
CREMA, R.
Normose: a
patologia da
normalidade. São
Paulo, Thot,
1997.
KARDEC, A. O Céu
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Futura, p.94,
Tradução de
Manuel
Justiniano
Quintão, 42ª
edição; FEB; Rio
de Janeiro,
1998.
O
Livro dos
Espíritos, 1ª
edição
comemorativa do
sesquicentenário,
Tradução de
Evandro Noleto
Bezerra, FEB,
Rio de Janeiro,
2006.
ROUSSEAU, J.J.;
Emílio ou Da
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tradução Roberto
Leal Ferreira,
3ª edição, São
Paulo, Martins
Fontes, 2004.
WEBER, Max. A
Ética
Protestante e o
Espírito do
Capitalismo. São
Paulo, Martin
Claret. 4ª
edição, 2001.
XAVIER, F.C.;
Boa Nova,
capítulo Maria
de Magdala, pelo
Espírito
Humberto de
Campos; FEB; 3ª
edição, Rio de
Janeiro, 2008
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