En cierta ocasión,
cuando Jesús peregrinaba
por el planeta, había un
hombre muy creyente en
Dios.
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Josué oía las lecciones
de Jesús, pero las
interpretaba de acuerdo
con su voluntad e
intenciones.
Al oír al Maestro decir
que aquel que pidiera
recibiría, aquel que
buscara encontraría y
quien tocara a la puerta
ella le sería abierta,
entendió que, quien así
actuara con fe,
encontraría los recursos
de Dios.
Entonces, el hombre, que
ambicionaba riquezas,
buscó de todas las
maneras ser un vencedor
en el mundo. Después de
algún tiempo dedicándose
a los negocios, él
consiguió ser rico, pero
en virtud de sus
ocupaciones, se había
alejado del Maestro.
Por esa época, Jesús
había sido prendido,
juzgado y condenado a
una muerte infamante en
la cruz, entre dos
ladrones. Sin embargo,
como Josué viajaba mucho,
no tuvo |
conocimiento de
ese hecho. Al volver,
informado que el Maestro
había partido, quedó muy
triste, pero se conformó.
Finalmente, había
conseguido lo que
deseaba. |
Algunos meses después,
sintiéndose solo, Josué
decidió que necesitaba
tener una familia.
Encontrando una joven
bella y digna, se casó
con ella. Algún tiempo
después, dos lindos
niños vinieron a alegrar
su hogar.
Sin embargo, Josué no
les daba la más pequeña
atención, preocupado en
adquirir cada vez más
riquezas y notoriedad.
Dentro de algunos años,
la salud física, que
siempre fuera excelente,
desapareció por medio de
los excesos de todo
orden.
Así, Josué se vio en uma
situación desesperada.
Su inmensa riqueza, poço
a poco, fue siendo
consumida por los gastos
excesivos. La esposa y
los hijos, a los cuales
nunca había dado
atención, se fueron,
dejándolo solo en la
enorme mansión.
Enfermo, pobre y
abandonado por todos,
acabó volviendo al mundo
espiritual. En uma
región de sufrimientos,
él lloraba
compadeciéndose de las
dificultades que
atravesaba.
Ahora solo, nuevamente
se acordó de Jesús y, en
lágrimas dolorosas,
buscó en pensamiento la
figura del Maestro
amado.
Em cierta ocasión,
después de mucho
suplicar ayuda, como
evocado por sus
recuerdos, Josué vio al
Maestro surgir a su
frente, bello como los
días felices en que Él
peregrinaba por los
caminos llevando
consuelo a todos los
sufridores.
Cayendo de rodillas a
los pies del Celeste
Amigo, en lágrimas, el
infeliz Josué se quejó:
— ¡Jesús! Estoy
sufriendo mucho. Me
abandonaste en medio de
la existencia. Hoy
padezco solo, aunque
siempre conectado a Ti.
El Maestro lo miro lleno
de piedad y aclaró con
voz acariciadora:
— ¡Jamás te abandoné!
Fuiste tú, Josué, que te
alejaste de mí,
corriendo detrás de
quimeras, de ilusiones.
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Sorprendido, el creyente
replicó:
— ¿Cómo, Señor? ¡Siempre
seguí tus enseñanzas!
Afirmaste: ¡pedí y
recibiréis, buscad y
hallaréis, tocad a la
puerta y ella os será
abierta! Fue eso lo que
siempre hice con tus
recomendaciones!...
— Es verdad, Josué. Sin
embargo, buscaste el oro
de manera egoísta,
usándolo en tu propio
interés.
Arrodillado, con la
cabeza baja, el infeliz
lloraba copiosamente.
Jesús prosiguió:
— Te di salud perfecta,
que te era tan necesaria
para trabajar, y la
dilapidaste en excesos
de todo género.
— ¡Perdóname, Señor!
— Te di una familia
amorosa, que alejaste
por no distribuir cariño
y atención a tu fiel
esposa y a los hijos
queridos.
Delante de las palabras
del Maestro, Josué hacía
una retrospectiva de la
existencia, cada vez más
avergonzado,
reconociendo su culpa.
Después de algunos
momentos, Jesús volvió a
hablar:
— Finalmente, Josué,
dejaste de lado las
lecciones que legué al
mundo, viendolas sólo
con la lente de tus
propios intereses. El
problema, Josué, no es
la salud, la familia o
la riqueza. Es lo que
hacemos con ellas. Todo
lo que recibiste era
para ser bien utilizado
por ti: la salud te
permitiría trabajar
más y mejor en mi
siembra; la familia, que
abandonaste
afectivamente, te
ayudaría en esa labor
del bien, y la riqueza
que conquistaste podría
haber proporcionado
ayuda a muchos
necesitados de
orientación, de pan, de
ropas, de medicamentos y
de abrigo. ¿Percibes
ahora lo que hiciste con
los talentos que te
fueron confiados?
Josué, cayendo en sí,
avergonzado de sí mismo,
sollozaba.
— ¿Señor, y ahora?!...
Mostrando sublime
comprensión e inmenso
cariño en la mirada, el
Maestro volvió:
— Vuelve a la Tierra y
comienza de nuevo,
buscando, esta vez,
acertar. Renueva
mientras es tiempo tu
visión espiritual, pues
de nada aprovecha al
hombre ganar el mundo y
perder su alma.
Los ojos de Josué se
llenaron de nueva
esperanza, en cuanto el
Señor se apartaba
lentamente hasta
convertirse apenas en un
punto luminoso en el
firmamento.
MEIMEI
(Recebida por Célia X.
de Camargo, em
Rolândia-PR, em
16/7/2012.)
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