Carlos, niño de ocho
años, estaba muy
desanimado. Entrando en
la sala, la profesora
notó que él no estaba
bien y preguntó:
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— Carlinhos, ¿tú ya
terminaste de hacer tu
tarea?
— No, profesora. ¡Pero
todo día es igual! ¡Estoy
cansado de tener que
hacer las mismas cosas!
¡Limpiar los dientes,
tomar um baño, hacer
tarea! ¡Uf! ¡Yo no
aguanto más! — respondió
el chico, mal-humorado.
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Llena de paciencia, la
profesora hizo una leve
sonrisa: |
— Carlinhos, tu aún
estás aquí porque no
hiciste tu deber de
casa. Tus compañeros ya
se fueron. Si tú lo
hubieras hecho, no
necesitarías quedarte
después de las clases.
— ¡Yo sé, profesora,
pero es que estoy
cansado! ¿Para qué
estudiar tanto?...
Viendo el desánimo del
alumno, la profesora
decidió actuar de otra
manera.
— Todo bien, Carlinhos.
Cierra el libro y vamos
a pasear un poco.
Los ojos del chico
brillaron. Animado, él
obedeció, acompañando a
la profesora, que lo
llevó al jardín.
Satisfecho, él sintió el
aroma de las plantas:
— ¡Que buena idea,
profesora! ¡Me gustan
mucho los árboles,
especialmente de este,
que tiene un tronco
enorme! ¿Cómo será que
el consiguió crecer
tanto?
— Sólo el tiempo hace
eso. Este árbol comenzó
de uma pequeña semilla
que germinó y fue
creciendo poco a poco,
tomando mucho tiempo
para ser cómo es ahora —
explicó la profesora.
Después, ella miró para
otro lado y preguntó:
— Y el edificio de
nuestra escuela, ¿cómo
cree usted que él fue
construido?
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— ¡Ah! Por el ingeniero,
por los albañiles...
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— Cierto, Carlinhos. Sin
embargo, para que los
albañiles construyeran
este edificio, fue
preciso gran cantidad de
ladrillos para hacer las
paredes que fueron
subiendo poco a poco.
El chico quedó
pensativo, callado. La
maestra aprovechó y
prosiguió:
— Y tu ropa, ¿cómo fue
hecha?
— ¡Fácil! ¡Mamá la
compró en una tienda! —
respondió el niño.
— Cierto. Sin embargo,
Carlinhos, antes de
estar en la tienda lista
para vender, para
confeccionar tu ropa
fueron precisos metros
de tejido, que por su
parte esta compuesto por
una infinidad de hilos.
En ese momento, en un
banco, ellos vieron un
libro, probablemente
olvidado por algún
alumno. Carlinhos cogió
el libro en las manos,
curioso, y la profesora
aprovecho para indagar:
— ¿Y este libro, de qué
está hecho?
El niño pensó un poco y
respondió:
— ¡Ya sé! ¡De páginas,
que son compuestas por
letras, que forman los
textos!
— ¡Muy bien, Carlinhos!
Eso mismo. Cada letra va
a formar sílabas,
palabras, frases, que
constituirán un texto.
¿No es interesante?
El niño estaba
sorprendido y a la vez,
maravillado:
— ¡Profesora, todas las
cosas son hechas
despacio y de pedacito
en pedacito!
— Eso mismo, Carlinhos.
Sólo no podemos
desistir. ¿Ahora, vamos
a entrar y continuar la
tarea?
El chico entró en la
sala, abrió su libro y
percibió que, si él
realmente quisiera
aprender, tendría que
comenzar a estudiar
despacio, pero con
firmeza, sin pereza.
Sólo así conseguiría
vencer.
Entonces, el niño cogió
el cuaderno y vio la
lección aún por hacer.
Se puso a trabajar con
determinación y, en poco
tiempo, había terminado.
Lo entregó a la
profesora, que elogió su
esfuerzo, dejándolo
satisfecho.
De vuelta para casa,
ahora él andaba por las
calles mirando todo con
otros ojos. Cada barrio
había sido asfaltado
metro a metro; cada
edificio levantado,
ladrillo a ladrillo.
Carlinhos ahora sentía
una comprensión
diferente, valorando el
esfuerzo de cada
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persona.
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Llegando a su casa,
arregló la cama, guardó
las ropas y colgó la
mochila detrás de la
puerta. Todo lo que la
madre lo había enseñado
a hacer y que él
protestaba todos los
días.
Extrañando, la madre
indagó curiosa:
— ¿Qué ocurrió hoy,
Carlinhos?
— Yo aprendí, mamá, que
si deseo ser alguien en
la vida, necesito seguir
adelante y realizar mis
tareas, sin desanimar.
De repente, él miró para
el reloj de pared y dijo:
— ¡Como un reloj, por
ejemplo!
Carlinhos vio que la
madre lo miraba com la
boca abierta, sin
entender.
— ¡Es eso mismo! Mamá,
tú ya notaste que el
reloj trabaja despacio,
de segundo a segundo, de
minuto a minuto y de
hora en hora, sin nunca
detenerse? ¡Como Jesus!
— ¡¿Es?!...
— ¡Sí! Acabé de
acordarme. El otro día
leí en una revista que
Jesús dijo “Mi Padre
trabaja hasta ahora, y
yo trabajo también”.
MEIMEI
(Recebida por Célia X.
de Camargo, em
Rolândia-PR, em
10/9/2012.)
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