Me gustaría de
proponer una
reflexión en
torno de ese
pensamiento
budista que es
interpretado
equivocadamente
en mi entender y
tan divulgado en
el medio
espírita en los
días de hoy.
Es bien verdad
que por la
lógica “quién se
ama desea
mejorarse”, y
que ese
pensamiento es
utilizado con el
objetivo noble
de estimular a
las personas a
intensificar su
reforma con
positivismo, sin
el cual
dificultaría la
recuperación de
caídas e
imperfecciones
morales que
ocurren
naturalmente con
los Espíritus en
evolución en el
estadio en que
nos encontramos,
y también que el
auto perdón es
una herramienta
imprescindible
para la reforma
íntima, pero,
analizando esa
colocación de la
forma que es
pronunciada,
entendemos por
qué encontramos
tanta distorsión
en la mala
interpretación
de esa enseñanza
tan profunda.
Vamos a analizar
ese razonamiento
filosófico para
hacer un
parámetro entre
los dos
extremos. Según
mi entender, el
deseo de
mejorarse y el
amor propio ya
se encuentran
contenidos en
todos los seres,
naturalmente,
por las leyes de
conservación
(L.Y. 703, 719 y
727) y de
progreso (L.Y.
776, 779, 781 y
783).
Analicemos a los
niños, por
ejemplo, por más
puros y dóciles
que puedan ser,
ya traen en sí
el germen del
egoísmo en la
forma de amor
propio, imbuido
en su
personalidad en
formación,
queriendo más
para sí
(inclusive en
juegos,
competiciones,
comidas,
atenciones
etc.), claro que
dentro de sus
variaciones
individuales.
Es la
predominancia
del “egoísmo”
por la
influencia del
mundo material y
la fuerza de la
personalidad en
la Tierra; es a
ese a quien
queremos
desenmascarar y
combatir, pues
en la mayoría de
las veces él se
presenta de una
forma oculta,
“natural”, lo
que dificulta
potencialmente
su combate.
El individuo que
está en el
“camino errado”,
por ejemplo,
también se ama a
su forma, por la
ley de afinidad
al que hace,
sólo no
comprende lo que
es mejor para sí
mismo; cree que
lo que está
haciendo es lo
mejor para sí;
el dependiente
químico en el
fondo cree que
el uso de drogas
es lo que él
debe hacer en
aquel
momento; el
masoquista cree
que sentir
dolores es bueno
para sí mismo,
siente afinidad
con eso; incluso
el depresivo o
el suicida
dentro de su
interior cree
que está
haciendo lo que
es correcto.
Existe un fondo
de egoísmo en
todos esos
males,
necesitan, sí,
cambiar el
concepto de lo
que es mejor
para sí, cambiar
la forma de
entender las
cosas, trabajar
sus afinidades,
y el pensamiento
de amarse se
hace bastante
distante en ese
estadio,
pudiendo
inclusive
estimular el
egoísmo, que fue
el principio
de sus caídas,
debiendo ser
trabajado de
entrada el
concepto de lo
que es bueno
para sí mismo
con
desprendimiento
de las cosas,
inclusive de sí
mismo.
Por otro prisma,
aquel que ya
posee cierta
elevación y
sigue las
enseñanzas de
Cristo necesita
pensar
diferente, pues
la palabra “Amar
a sí mismo”, por
sí sólo, nos
lleva a deslizar
para los
despeñaderos del
narcisismo. Esa
mala
interpretación
viene causando
mucha confusión
entre los
espíritas, por
lo tanto, creo
que ese
pensamiento deba
ser estudiado y
sustituido por
el
desprendimiento
de sí mismo, por
la obra de
Cristo. “Quién
ama a Dios desea
sacrificarse en
pro de sus
semejantes” –
esta sí es la
verdadera
garantía de
mejora, porque
todo cristiano
que se borra
para hacer
crecer a su
hermano
encuentra en eso
el verdadero
bienestar, y el
apoyo de la
espiritualidad
superior. Ahí
está la
verdadera
felicidad, que
sólo los
Espíritus más
elevados
consiguen sentir
y entender, por
ser esa la ley
de Dios “Amar al
Prójimo”. Y
nunca, en
hipótesis
alguna, Cristo o
cualquier
emisario de su
falange mencionó
que nuestro
prójimo más
próximo somos
nosotros mismos;
quien cree en
eso realmente
denota que no
asimiló las
lecciones del
Maestro Jesús,
por ser
justamente lo
contrario que él
demostró y
enseñó – el amar
al próximo como
a sí mismo, con
desprendimiento
de sí y
abnegación, que
quiere decir:
renuncia de la
propia voluntad,
desapego del
interés propio.
Es comprensible
que encontremos
varios de
nuestros
hermanos con la
autoestima muy
baja, y
necesitan
mejorarse para
ser más felices,
sin embargo, lo
que quiero decir
es que eso puede
no estar
relacionado
directamente con
el “amar al
prójimo”.
Conocemos muchas
personas en esas
condiciones, que
cumplen muy bien
su papel con el
semejante. Por
otro lado,
veremos personas
con su
autoestima bien
alta,
olvidándose de
su prójimo.
Por el
Espiritismo,
sabemos que las
mayores llagas
de la humanidad
son: el Egoísmo
y el Orgullo, y
ese pensamiento
(amar a sí
mismo) analizado
minuciosamente
nos lleva a
encontrar el
principio de
esas adicciones
morales
camufladas en la
mala
interpretación
del “amar al
prójimo como a
sí mismo”.
Ahora, como a sí
mismo, porque
está innato en
la criatura por
la ley de
preservación el
amor propio. Es
natural del ser;
cualquier
criatura, hasta
las
irracionales,
prefieren ser
bien tratadas,
inclusive,
indiferentemente
de su autoestima
alta o baja.
El intento de
aumentar esa
tendencia
natural nos
lleva a cierta
exageración y
consecuentemente
para un posible
desequilibrio,
lo que puede
crear barreras
psicológicas que
obstaculizan
nuestra reforma
íntima, como la
suavidad de
defectos, por
ejemplo; el
avariento se
cree simplemente
económico, el
orgulloso se
encuentra
virtuoso, de
personalidad
fuerte, por
causa del exceso
de celo para
consigo mismo.
Amar al prójimo
como a sí mismo,
a mi ver, quiere
decir pura y
simplemente que
debemos tratar a
nuestro prójimo
como nos
gustaría ser
tratados por él,
o sea, hacer lo
máximo por
nuestro
semejante, así
como querríamos
que hicieran con
nosotros, y no
que debimos
amarnos de
entrada para
poder amar al
prójimo.
Debemos, sí,
amar a Dios por
encima de todo,
para poder amar
a nuestro
prójimo.
Otra frase muy
usada para
justificar ese
pensamiento es
el “conocimiento
de sí mismo”,
que de ninguna
forma quiere
decir que
conociéndonos
nos vamos a amar
y amar al
prójimo. No es
eso. Tenemos que
conocernos, sí,
pero,
principalmente,
conocer nuestros
defectos y
nuestras
imperfecciones,
pues es ese el
mejor medio para
combatirlas.
Veamos algunos
ejemplos citados
por Espíritus
superiores;
extraídos de El
Evangelio según
el Espiritismo:
Cap. X – La
indulgencia –
ítem 16 y 18
Sed, pues,
severos para con
vosotros,
indulgentes para
con los otros.
(José, Espíritu
Protector,
Bordeaux 1863.)
Caros amigos,
sed severos para
con vosotros,
indulgentes para
con las
flaquezas de los
otros. (...)
¿Por qué, pues,
habéis de
mostraros tan
clarividentes
con relación al
prójimo y tan
ciegos con
relación a
vosotros mismos?
(Dufêtre, O
bispo de Neves,
Bordeaux.)
Todo aquel que
se eleva será
rebajado, y todo
aquel que se
rebaja será
elevado.
Lucas XIV, v.
7-11.
Aquel que
quisiera
volverse el
mayor, sea
vuestro
servidor.
Todo aquel que
se humillara y
se volviera
pequeño como
este niño, será
el mayor en el
reino de los
cielos.
Mateo XVIII, v.
1-5
No da para
intentar ser el
menor entre los
hombres e
indulgentes con
su semejante
amándose primero
para después
amar a los
otros.
Cap. XVII – El
deber
– párrafo 4
El hombre que
cumple su deber
ama a Dios más
que a las
criaturas, y ama
a las criaturas
más que así
mismo.
(Lázaro, París
1863.)
Cap. XVII – La
virtud
Todos esos
hombres de bien
(San Vicente de
Paul, Cura D´Ars
y muchos otros)
ignoraban que
fueran
virtuosos; se
dejaban ir al
sabor de sus
santas
inspiraciones y
practicaban el
bien con
desinterés
completo y
entero olvido de
sí mismos.
(François-Nicolas-Madeleine,
París, 1863.)
Amar a las
criaturas más
que a sí mismo –
como dice Lázaro
– y tener un
entero olvido de
sí mismo – como
está diciendo
François – es
completamente
antagónico al
Amar primero a
sí mismo para
después amar el
prójimo.
Cap. XVII – El
hombre de Bien
Poseído de
sentimiento de
caridad y de
amor al prójimo,
hace el bien por
el bien (...) y
sacrifica
siempre sus
intereses a la
justicia. (...)
Su primer
impulso es para
pensar en los
otros, antes de
pensar en sí, es
para cuidar de
los intereses de
los otros antes
de su propio
interés.
Cap. V – Pruebas
voluntárias. El
verdadero
cilício
– párrafo 4
Si soportarais
el frío y el
hambre para
calentar y
alimentar a
alguien que
necesite ser
calentado y
alimentado y si
vuestro cuerpo
de eso se
resiente, hacéis
un sacrificio
que Dios
bendice. (...)
Vosotros,
finalmente, que
perdéis vuestra
salud en la
práctica de las
buenas obras,
tenéis en todo
eso vuestro
cilicio,
verdadero y
bendecido
cilicio.
(El presente
artículo será
concluido en la
próxima edición
de esta
revista.)
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