Continuamos con el
estudio metódico de “El
Libro de los Médiums”,
de Allan Kardec, la
segunda de las obras que
componen el Pentateuco
Kardeciano, cuya primera
edición fue publicada en
1861. Las respuestas a
las preguntas sugeridas
para debatir se
encuentran al final del
texto.
Preguntas para debatir
A. ¿Cuál
es, después de la
obsesión, la mayor
dificultad del
Espiritismo práctico?
B.
¿Cuándo la
identificación de un
Espíritu se hace más
fácil?
C. ¿Es
importante hacer la
distinción entre
Espíritus buenos y
malos?
D. ¿Cuál
es, según Kardec, el
medio único e infalible
de saber la naturaleza
del Espíritu
comunicante?
Texto para la lectura
349.
¿Pueden las doctrinas
erróneas enseñadas por
ciertos Espíritus
retrasar el progreso de
la verdadera ciencia?
Los Espíritus responden
a Kardec: “Deseáis
obtener todo sin
trabajo. Sabed, pues,
que no hay campo donde
no crezcan malas
hierbas, que corresponde
extirpar al labrador.
Esas doctrinas
equivocadas son una
consecuencia de la
inferioridad de vuestro
mundo. Si los hombres
fuesen perfectos, sólo
aceptarían lo que es
verdadero. Los errores
son como las piedras
preciosas falsas, que
sólo un ojo experto
puede distinguir. Por lo
tanto, necesitáis un
aprendizaje para
distinguir lo verdadero
de lo falso. ¡Pues bien!
Las doctrinas falsas son
útiles para ejercitaros
en hacer la distinción
entre el error y la
verdad.” Los que aceptan
el error no están lo
bastante adelantados
para comprender la
verdad. (Ítem 301,
pregunta 10)
350.
Ninguna nube oscurece la
luz más pura; el
diamante sin mancha es
el que tiene más valor;
juzguemos pues a los
Espíritus por la pureza
de sus enseñanzas. La
unidad se hará del lado
donde el bien jamás se
haya mezclado con el
mal; de ese lado es que
los hombres se unirán,
por la fuerza misma de
las cosas, porque
considerarán que allí
está la verdad. Notemos,
además, que los
principios fundamentales
son en todas partes los
mismos y deben unirnos
en un pensamiento común:
el amor a Dios y la
práctica del bien.
Cualquiera que sea,
pues, el modo de
progreso que se suponga
para las almas, el
objetivo final es uno
solo, y uno solo el
medio de alcanzarlo:
hacer el bien. Si surgen
disidencias capitales,
disponemos de una regla
para apreciarlas: la
mejor doctrina es
aquella que satisface al
corazón y a la razón, y
la que más elementos
posee para conducir a
los hombres al bien. Y
es ésa la que
prevalecerá, según
afirma expresamente el
Espíritu de Verdad.
(Ítem 302)
351. La
finalidad del
Espiritismo, como ya fue
dicho, es el
mejoramiento moral de la
Humanidad. Si no nos
alejamos de ese
objetivo, jamás seremos
engañados, porque no
existen dos maneras de
comprender la verdadera
moral. (Ítem 303,
pregunta 1)
352. Dios
no envía a los Espíritus
para que nos allanen el
camino material de la
vida, sino para que nos
preparen el del futuro.
(Ítem 303, pregunta 1)
353. Los
que renuncian al
Espiritismo, por causa
de una simple decepción,
prueban que no lo han
comprendido y no han
reparado en su aspecto
serio. Dios permite las
mistificaciones para
probar la perseverancia
de los verdaderos
adeptos y castigar a los
que hacen del
Espiritismo un objeto de
diversión. (Ítem 303,
pregunta 2)
354. Las
mistificaciones pueden
tener consecuencias
desagradables para los
que no se encuentren en
guardia. Entre los
medios que esos
Espíritus emplean, los
más frecuentes son los
que tienen por finalidad
tentar la codicia, como
la revelación de
presuntos tesoros
ocultos, el anuncio de
herencias, u otras
fuentes de riqueza.
Además, deben
considerarse sospechosas
las predicciones con
fecha determinada, así
como todas las
indicaciones precisas
relativas a intereses
materiales. (Ítem 303,
Nota de Kardec)
355.
Médiums interesados no
son sólo los que, por
ventura, exigen una
retribución fija; el
interés se traduce
también en las
ambiciones de todo tipo.
Este es uno de los
defectos de los que los
Espíritus burlones saben
sacar provecho. Como la
mediumnidad es una
facultad concedida para
el bien, los buenos
Espíritus se alejan de
quien pretenda hacer de
ella un escalón para
llegar a cualquier cosa
que no corresponda a los
designios de la
Providencia. El egoísmo
es la llaga de la
sociedad; los buenos
Espíritus la combaten; a
nadie le asiste, pues,
el derecho de suponer
que ellos vengan a
servirle. (Ítem 306)
356. El
grado de confianza o
desconfianza que se debe
conceder a un médium
depende, ante todo, de
la estima que infundan
su carácter y su
moralidad, más allá de
las circunstancias. El
médium que, con un fin
eminentemente serio y
útil se encontrara
impedido de emplear su
tiempo de otra manera y,
en consecuencia, se
viese exonerado,
no debe ser confundido
con el médium
especulador, con aquél
que premeditadamente
haga de su mediumnidad
una actividad
profesional. (Ítem 311)
357. El
fraude siempre se dirige
a un objetivo, a un
interés material
cualquiera; donde no
haya nada que ganar, no
hay ningún interés en
engañar. Por eso fue que
dijimos, hablando de los
médiums mercenarios,
que la mejor de todas
las garantías es el
desinterés absoluto.
(Ítem 314)
Respuestas a las
preguntas propuestas
A. ¿Cuál
es, después de la
obsesión, la mayor
dificultad del
Espiritismo práctico?
Es la
cuestión de la identidad
de los Espíritus, puesto
que éstos no nos traen
un sello de
identificación y sabemos
con cuánta facilidad
algunos de ellos toman
nombres prestados; así,
después de la obsesión,
ésta es una de las
mayores dificultades de
la práctica espírita. Se
debe entender, sin
embargo, que en muchos
casos la identidad
absoluta es una cuestión
secundaria y sin
importancia real.
(El
Libro de los Médiums,
ítem 255.)
B.
¿Cuándo la
identificación de un
Espíritu se hace más
fácil?
La
identidad es mucho más
fácil de comprobar
cuando se trata de
Espíritus
contemporáneos, de los
cuales conocemos su
carácter y sus hábitos,
porque son precisamente
esos hábitos, de los que
todavía no han tenido
tiempo de liberarse, los
que permiten su
reconocimiento y
constituyen así una de
las señales más seguras
de su identidad. El
Espíritu puede, sin
duda, ofrecer pruebas
cuando se las pedimos,
pero no lo hace siempre,
a no ser que le
convenga, y generalmente
este pedido le lastima;
he ahí por qué debemos
evitarlo. Al dejar su
cuerpo, el Espíritu no
perdió la
susceptibilidad y, por
ello, se ofende con toda
pregunta que tenga por
objetivo ponerle a
prueba. Las pruebas de
identidad surgen,
además, de un montón de
circunstancias
imprevistas que no se
presentan siempre a
primera vista, sino en
el transcurrir de los
trabajos. Es
conveniente, por lo
tanto, esperarlas sin
provocarlas, observando
con cuidado todas las
que pueden derivar de la
naturaleza de las
comunicaciones. (Obra
citada, ítem 257.)
C. ¿Es
importante hacer la
distinción entre
Espíritus buenos y
malos?
Sí. Si la
identidad absoluta de
los Espíritus es, en
muchos casos, una
cuestión accesoria y sin
importancia, no sucede
lo mismo con la
distinción entre los
Espíritus buenos y
malos; su individualidad
puede sernos
indiferente, pero no su
calidad. He ahí el punto
donde debe converger
toda nuestra atención en
todas las comunicaciones
instructivas, porque
sólo esta distinción nos
puede dar la medida de
la confianza que podemos
atribuir al Espíritu que
se manifiesta,
cualquiera que sea el
nombre bajo el cual se
presente. Juzgamos a
los Espíritus como
juzgamos a los hombres:
por su lenguaje.
Supongamos que un hombre
reciba veinte cartas de
personas desconocidas.
Por el estilo, los
pensamientos, en fin,
innumerables señales,
juzgará a las personas
que son instruidas o
ignorantes, finas o mal
educadas, superficiales,
profundas, frívolas,
orgullosas, serias,
livianas, sentimentales,
etc. Ocurre lo mismo con
los Espíritus; debemos
considerarlos como
corresponsales que jamás
hemos visto y
preguntarnos qué
pensaríamos de la
sabiduría y del carácter
de un hombre que dijese
o escribiese tales
cosas. Podemos tener
como regla invariable y
sin excepción que el
lenguaje de los
Espíritus está siempre
en relación a su grado
de elevación.
(Obra
citada, ítems 262 y
263.)
D. ¿Cuál
es, según Kardec, el
medio único e infalible
de saber la naturaleza
del Espíritu
comunicante?
Sometiendo todas las
comunicaciones a un
examen escrupuloso,
escrudiñando y
analizando el
pensamiento y las
expresiones como hacemos
cuando se trata de
juzgar una obra
literaria, rechazando
sin dudar todo lo que
vaya contra la lógica y
el sentido común, todo
lo que desmienta el
carácter del Espíritu
comunicante,
desalentamos a los
Espíritus engañadores,
que terminan por
retirarse una vez que se
han convencido de que no
pueden engañar.
Este
medio es el único, pero
infalible, porque no
existe una comunicación
mala que pueda resistir
a una crítica rigurosa.
(Obra citada, ítem 266.)
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