¿Como me
preservaré en
favor del
prójimo si estoy
preocupado en
amarme
(preservar)
primero para,
después amar a
mi prójimo?
Cap. XXI –
Caracteres del
verdadero
profeta
– párrafo 4
Otra
consideración:
los verdaderos
misioneros de
Dios se ignoran
a sí mismos.
(Erasto, París,
1862.)
Cap. X – La viga
y la paja en el
ojo
En efecto, ¿como
podrá un hombre,
bastante
presuntuoso para
creer en la
importancia de
su personalidad
y en la
supremacía de
sus calidades,
poseer a la vez
abnegación
bastante para
hacer resaltar
en otros el bien
que el
eclipsaría, en
vez del mal que
el exaltaría?
El hombre que se
ama a sí mismo
resalta su
personalidad y
sus cualidades,
dificultando así
la apreciación
de las
cualidades de su
semejante.
Conclusión
En resumen,
queridos amigos,
en mi entender,
creo que amarse
a sí mismo puede
ser interpretado
también como un
contrasentido a
la humildad y,
consecuentemente,
a la caridad,
una vez que esos
dos sentimientos
se neutralizan
uno al otro.
Concuerdo que
debemos tener
gratitud por
nuestra
existencia, por
nuestra
personalidad, e
inclusive por
nuestro cuerpo
que tanto nos
sirve, pero,
entre tener
gratitud y
amarse, existe
una gran
diferencia; la
gratitud es un
acto de sumisión
y agradecimiento
al Creador,
mientras que el
amor a sí se
subentiende como
un acto de
gratitud a sí
mismo,
distanciando el
sentimiento del
foco principal
que es Dios.
Me gustaría
finalizar esta
sencilla
redacción
proponiendo una
reflexión a los
queridos
lectores.
¿En que momento
de la
trayectoria de
nuestro Divino
Maestro Amado,
Cristo – nuestro
mayor modelo y
guía según el
Espíritu de
Verdad –, a
quién debimos
siempre intentar
seguir los
ejemplos, por
plena confianza
en sus
enseñanzas de
superioridad y
amor, fue
flagrado en
alguna
inclinación para
amarse, o
pensando primero
en sí mismo?
Lo que
entendemos es
justamente lo
contrario, pues,
en la mayor
expresión de
ejemplo dentro
de su magnánima
misión, que fue
del calvario a
la
crucificación,
vemos al Gran
Maestro dando
todo amor a sí,
para sufrir y
ser humillado
por las
criaturas más
perversas e
inferiores de
nuestra esfera,
que lo
ridiculizaron,
personas que él
podría
exterminar con
un simple
mirar... Pero no
lo hizo,
contrariando a
todos, para
coronar su
venida a la
Tierra con la
mayor
ejemplificación
que un padre
podría dejar a
los hijos amados
para
encaminarlos a
la evolución
espiritual, a la
total abnegación
a sí mismo en
pro de sus
tutelados
queridos.
Sí, pasó todas
las
tribulaciones y
humillaciones de
aquel momento
totalmente
incomprendido,
simplemente por
nosotros, pues
no tenía nada,
absolutamente
nada que expiar,
sólo nos dejó el
ejemplo vivo que
nunca saldrá de
la memoria de
quien estudia
sus enseñanzas;
¡dio su vida en
sacrificio por
nosotros!
Recordemos
cuando él dijo,
en las últimas
instrucciones a
los discípulos,
en “Juan,
13.34”:
“Un nuevo
mandamiento os
doy: Que os
améis unos a
otros como yo os
ame a vosotros;
que también
vosotros unos a
otros os améis”.
Y en “Juan,
15. 12-14”:
“Mi mandamiento
es este: Que os
améis unos a los
otros, así como
yo os amé. Nadie
tiene mayor amor
que este: de dar
alguien su vida
por sus amigos.
Vosotros seréis
mis amigos si
hacéis lo que yo
os mando”.
¿Por qué habría
el Maestro de
dar ese nuevo
mandamiento, si
ya había dicho
para amarnos a
nuestro prójimo
como a nosotros
mismos?
Probablemente
porque
sacrificarse por
su semejante
esté por encima
del amar al
prójimo como a
nosotros mismos,
por querer
decir: amar al
prójimo más que
a nosotros
mismos, pues
ese amor de que
él habla exige
total abnegación
y renuncia de sí
mismo. Entonces,
dijo que el
mayor amor era
dar la vida por
sus amigos, así
como él hizo.
No quiero decir
con eso que
estemos
capacitados para
ejecutar tal
proeza
practicando el
amor en su más
sublime
expresión, pero,
sí, que tenemos
condiciones de
comprender esa
verdad, para
que, con nuestro
humilde
esfuerzo,
podamos anhelar
un día caminar
en los ejemplos
del Maestro, y
así dar un
pequeño paso en
la evolución
espiritual.
Si Cristo, que
nada tenía que
rescatar, pasó
por todo aquello
que pasó, con
resignación y
coraje, sólo
para enseñarnos,
¿por qué
nosotros no
podemos pasar
por
tribulaciones
tan pequeñas que
fueron generadas
por nosotros
mismos, sin
reclamar, siendo
que somos
deudores? Nos
mostró con eso
que estamos aquí
para rescatar
nuestros débitos
pasados y/o
evolucionar por
las luchas y
tribulaciones de
la vida
corporal, y,
así, que la vida
aquí en la
Tierra es de
pruebas y
expiaciones.
Por eso no
debemos temer
nada que pueda
humillarnos,
rebajar o
denegrir nuestra
personalidad;
eso forma parte
de nuestra
expiación y
evolución, en el
estadio pasajero
en que nos
encontramos,
pues la
verdadera vida
es la futura.
Entonces,
cojamos nuestra
Cruz y sigamos a
nuestro Maestro,
a quien, sí,
debemos amar
incondicionalmente,
en la expresión
de todas las
criaturas más
débiles y
necesitadas,
porque, como fue
dicho por él
mismo: “Yo
soy el camino,
la verdad y la
vida. “Nadie va
al Padre, sino
por mí”.
(Juan: 14.6.)
Algunos
pensamientos –
Otros autores
– ¿Cuál es el
medio más eficaz
de combatir la
predominancia de
la naturaleza
corporal?
R: – Practicar
la abnegación de
sí mismo. (El
Libro de los
Espíritus –
Cuestión 912.)
“Estimar a las
personas como
son, sin exigir
que ellas se
hagan a su modo.
Cualquier
tiempo, conserve
la certeza de
que el bien a
los otros,
conforme las
leyes de Dios,
será siempre lo
mejor que usted
hará en auxilio
a usted mismo.”
– André Luiz.
“Acuérdate más
de ti mismo,
corrigiendo tus
malos hábitos,
eliminando tus
adicciones,
cortando las
malas
conversaciones y
dando rumbo
correcto a tus
sentimientos.
Acuérdate de ti
mismo, con más
énfasis,
ayudando a los
que te buscan.”
– Lancellin
(Cirugía Moral.)
“Una de las
primeras trabas
a ser removidas
es la
ausencia o la
insensibilidad
de la
autocrítica.
Las personas, de
un modo general,
se juzgan
redimidas de
evaluaciones o
se conceden el
beneficio de la
duda, lo que
dificulta o
impide el
reconocimiento
de sus errores y
de los desvíos
de todo orden.
En lo que
los seres
humanos
considérense
perfectos.
Expresan a los
otros que no lo
son, por
descontado,
íntimamente, sin
embargo, creen
que son menos
equivocados que
su vecino, por
lo tanto, más
perfectos que el
prójimo. Ahí
está la llave
inicial del
fracaso en la
reforma íntima.”
– Cairbar
Schutel
(Fundamentos de
la Reforma
Íntima.)
“Nosotros, que
somos fuertes en
la fe, debemos
ayudar a los
débiles los
débiles a cargar
sus cargas y no
debemos
agradarnos a
nosotros mismos.
Al contrario,
cada uno de
nosotros debe
agradar a su
hermano, para el
propio bien de
él a fin de que
él pueda crecer
en la fe. Porque
ni Cristo se
agradó a sí
mismo, pero como
está escrito:
“Las ofensas de
aquellos que te
insultarán
caerán sobre
mí”. (Pablo de
Tarso, Epístola
a los Romanos
15: 1-3.)
“... El egoísmo
se funda sobre
la importancia
de la
personalidad;
ahora, el
Espiritismo bien
comprendido, yo
repito, hace ver
las cosas de tan
alto que el
sentimiento de
la personalidad
desaparece, de
alguna forma,
delante de la
inmensidad.
Destruyendo esa
importancia, o,
por lo menos,
reduciéndola a
sus legítimas
proporciones,
él
necesariamente
combate el
egoísmo. El
choque que el
hombre
experimenta, del
egoísmo de los
otros, es lo que
muchas veces lo
hace egoísta,
porque siente la
necesidad de
colocarse a la
defensiva.
Viendo que los
otros piensan en
sí mismos y no
en él, es
conducido a
ocuparse de sí
más que de los
otros.
Sirva de base a
las
instituciones
sociales, a las
relaciones
legales de
pueblo a pueblo
y de hombre a
hombre el
principio de la
caridad y de la
fraternidad y
cada uno pensará
menos en su
persona, así vea
que otros en
ella pensaron.
Todos
experimentarán
la influencia
moralizadora del
ejemplo y del
contacto. En
presencia de ese
transbordar del
egoísmo, es
precisa una
verdadera virtud
para que alguien
renuncie a su
personalidad en
provecho de los
otros.
Principalmente
para los que
poseen esa
virtud, es que
el reino de los
cielos se
halla abierto. A
esos, sobre
todo, es que
está reservada
la felicidad de
los elegidos,
pues en verdad
os digo que, el
día de la
justicia, será
puesto de lado y
sufrirá por el
abandono, en que
se ha de ver,
todo aquel que
en sí solamente
haya pensado.”
(Fénelon, El
Libro de los
Espíritus -
Cuestión 917.)
|