Lilico era un niño muy
egoísta. En todas las
situaciones, sólo
pensaba en sí mismo.
Cierto día, en la
escuela, la profesora
dio un texto para que
los alumnos leyesen y
después explicaran lo
que habían entendido.
Lilico vio una palabra
que no conocía y
preguntó:
— Profesora, ¿qué es
egoísmo?
La profesora pasó los
ojos por el grupo e
indagó:
— ¿Alguien sabe lo que
significa egoísmo?
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Lúcio, uno de los
alumnos, levantó la
mano:
— ¡Yo lo sé, profesora!
Mi madre me explicó que
egoísmo es la cualidad
de la persona que sólo
piensa en sí misma. Ella
sólo ve sus propios
intereses y voluntades.
— ¡Felicidades, Lúcio!
Es eso mismo. Egoísta es
la persona que no divide
nada con nadie; y, si
tuviera
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que dividir,
cogerá siempre
la parte mejor o
mayor para sí.
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Todo el grupo tocó las
palmas, jugueteando con
Lúcio, que era el alumno
más experto de la sala.
Lilico, sin embargo,
bajó la cabeza,
preocupado, pensando:
¡¿Entonces yo soy
egoísta?!...
Otra alumna, Margarida,
quiso saber:
— ¿Profesora, pero por
qué ser egoísta es malo?
— Porque la persona se
hace muy infeliz. Como
sólo piensa en ella,
acaba no teniendo amigos
y, cuando los tiene, con
el tiempo ellos se
alejan. ¡A nadie le
gusta la gente que sólo
piensa en sí, pues
acaban percibiendo que
ella no le gusta a
nadie, sólo de ella
misma!
Sonó la señal y los
alumnos salieron
rápidamente de la sala,
con prisa para llegar a
casa.
Lilico arregló sus cosas
y salió también. Aún
recordando lo que la
profesora había dicho,
percibió que sus
compañeros salieron en
grupos, y ni se
acordaron de él, que
quedó para atrás.
Él llegó a casa serio y
pensativo. La madrecita
quiso saber lo que había
ocurrido.
— Nada, mamá. No ocurrió
nada.
— Entonces venga a
almorzar, hijo mío. Tu
padre y tu hermana ya
llegaron.
Sentado a la mesa,
Lilico continuaba
preocupado y preguntó:
— Papá, si alguien no
está satisfecho consigo
mismo, ¿puede cambiar?
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— ¡Claro, hijo mío!
Podemos cambiar en
cualquier momento. Basta
tener voluntad de
cambiar y perseverancia
para mantener nuestras
buenas intenciones.
Oyendo eso, Lilico
pensó: Mañana voy a
comenzar a cambiar. No
quiero ser más egoísta.
En ese momento, la
pequeña Kátia, su
hermanita, le pidió a él
que colocase el zumo en
el vaso de ella. Lilico
cogió la jarra e iba a
servirse en primer
lugar, llenando el vaso.
Recordando de su
voluntad de cambiar,
decidió comenzar en
aquella hora.
Entonces, entregó aquel
vaso a la hermana, y
sólo entonces puso zumo
para sí mismo.
Terminado el almuerzo,
la madre trajo la
sobremesa. ¡Era un pudín
que Lilico adoraba! Como
no quedaba mucho, él
cogió su plato y avanzó,
pensando en colocar todo
para sí. Sin embargo,
una luz se encendió en
la cabecita de él y,
acordándose del egoísmo,
se sirvió una pequeña
porción. La madre, que
lo conocía bien,
comento:
— ¡Felicidades, Lilico!
Tú actuaste muy bien.
Pensaste no sólo en ti,
sino en todos los de la
familia.
Lilico quedó satisfecho.
La hermana lo miraba con
otros ojos, sonriendo
admirada para él.
Más tarde, la hermanita
pidió un juguete
prestado de Lilico. Él
iba a rechazar, sin
embargo pensó mejor y
fue personalmente a su
cuarto a buscar el
juguete, que entregó a
la hermana. Contento,
ella le dio un abrazo
apretado y lleno de
afecto, diciendo:
— ¡Me gustas mucho, mi
hermano querido!
El corazón de Lilico
pareció aumentar de
tamaño de tanta alegría.
En aquel momento, él
entendió por qué quién
es egoísta aleja a las
personas. Nadie le gusta
gente que sólo piensa en
sí misma. Mientras que
el amor aproxima a las
personas, haciéndolas
felices con ese cambio
de sentimientos buenos.
Al día siguiente, Lilico
fue a la escuela
sintiéndose más
satisfecho consigo
mismo. Aquella cosa
buena que él tenía en el
corazón, parece que
envolvía a todos sus
compañeros, pues ellos
fueron acercándose a él
para charlar.
En cierto momento,
Toninho se aproximó y
pidió:
— Lilico, ¿tú puedes
prestarme tu pluma? La
mía se estropeó y no
tengo otra.
Inmediatamente, Lilico
la entregó para el
compañero, afirmando:
— Puedes quedarte con
ella, Toninho. Tengo
otra en la mochila.
Los compañeros
intercambiaron una
mirada llena de
admiración, pues Lilico
no era de hacer
gentilezas, y Lúcio
preguntó:
— Tú estás diferente
hoy, Lilico. ¿Qué pasó?
— Descubrí que ser
egoísta es muy triste.
Aleja a las personas.
Sólo el amor nos
aproxima a unos de los
otros. De ese modo,
entendí por qué Jesús
dijo que debemos hacer a
los otros lo que
queremos que los otros
nos hagan. ¡Esa es la
receta de la felicidad!
Los colegas se abrazaron
contentos. Un
sentimiento diferente
los unía. Ahora no eran
sólo compañeros. ¡Eran
amigos!
MEIMEI
(Recebida por Célia X.
de Camargo em
Rolândia-PR, aos
12/11/2012.)
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