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Hace mucho, mucho tiempo
atrás, existió un niño
que era muy pobre. Se
vestía de andrajos y
vivía con sus padres en
una humilde choza.
Muchas veces la
alimentación era
insuficiente, pues su
padre era leñador y
ganaba poco con su
trabajo.
El chico apreciaba la
música, pues era dueño
de un temperamento
sensible y afectuoso, y
soñaba en poseer una
flauta pequeña, especie
de flauta muy usada en
la época. Pero, por ser
muy pobre, él sabía que
su padre nunca podría
comprarle una.
A pesar eso, André no se
desesperaba. Continuaba
ayudando al padre en sus
tareas con dedicación y
optimismo.
Soñaba también en
conocer al Mesías, que,
decían,
|
vendría para
derrumbar a los
romanos y
construir el
Reino de Dios en
la Tierra. |
André hasta había oído
decir que él ya fuera
visto y, con el corazón
repleto de emoción, el
niño soñaba con el día
en que se encontraría
con Él, el salvador de
los judíos.
Cierto día, André se
había metido en el
bosque en busca de leña.
El sol ya estaba arriba
y él se sentía
hambriento y exhausto de
tanto caminar.
Se sentó en un tronco a
la sombra de un árbol y
abrió la mochila para
ver lo que su madre
había puesto para él
comer.
En eso, oyó el ruido de
hojas secas y leves
pasos que se
aproximaban. A
principio, vio sólo los
pies, sucios bajo las
sandalias simples de
cuero y cubiertas por el
polvo de los caminos.
Debería haber andado
mucho.
André elevó los ojos y
vio a un hombre vestido
con una túnica rústica
de algodón. Sus cabellos
estaban repartidos por
la mitad, a lo nazareno,
y le caían sobre los
hombros. En el semblante
tranquilo que irradiaba
paz, dos ojos azules él
miraba.
El niño sintió una
emoción diferente al ver
aquellos ojos lúcidos y
tristes.
El desconocido extendió
la mano, de dedos largos
y finos, y le tocó la
cabeza.
Conmovido sin saber el
por qué, André lo invitó
para sentarse.
— Señor, debe estar
cansado. A juzgar por el
estado de sus sandalias,
presumo que debe haber
recorrido largas
distancias.
El hombre estuvo de
acuerdo con una leve
sonrisa, y se sentó.
André percibió que el
extraño posó la mirar en
su mochila, y dijo:
— El señor debe estar
hambriento. Tengo aquí
alguna cosa para comer
que mi madre colocó.
Vamos a repartir.
Abrió el saco y,
metiendo la mano,
encontró sólo un pedazo
de pan duro.
Sus ojos se llenaron de
lágrimas. “Pobre
madrecita — pensó —,
nada más tenía para
ofrecerle a no ser un
pedazo de pan del día
anterior.”
Titubeó. Si diese el pan
para el desconocido, se
quedaría sin nada. ¡Y
andaba con tanta hambre!
Pero fue un segundo
sólo. Con decisión,
cogió el pedazo de pan
de la mochila y extendió
la mano ofreciéndolo al
extraño.
— Tome. Puede comer. No
tengo hambre. Hice una
comida antes de salir de
casa y pretendo volver
inmediatamente.
El hombre cogió el
pedazo de pan y lo comió
despacio. Al terminar,
dijo al chico:
— Tienes buen corazón,
André.
— ¿Cómo sabe mi nombre?
— preguntó, sorprendido.
— No importa. Tú
saciaste mi hambre y no
te arrepentirás. Mi
Padre que está en los
cielos sabrá
recompensarte.
Se levantó y dijo con
dulzura:
— Y no te olvides, hijo
mío. Haz siempre a los
otros lo que te gustaría
que los otros te
hicieran, y serás feliz.
El chico vio al extraño
que se alejaba y gritó: |
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— ¡No sé cómo se llama,
señor!
Pero el desconocido ya
había desaparecido en
una curva del camino.
André se apresuró en
volver para casa. Sólo
entonces notó que no
sentía más hambre;
estaba saciado. Quería
contar a los padres el
encuentro que hubo
tenido y que tanto lo
había impresionado.
Allá llegando, vio al
padre todo sonriente
venir a su encuentro:
— ¡Dios es muy bueno, mi
hijo! Nuestros problemas
terminaron. ¡Conseguí un
trabajo que va a
rendirnos un buen
dinero!
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Y, quitando un objeto de
las dobles de la túnica,
completó:
— Te traje un regalo que
encontré al borde de la
carretera. ¡Mira!
¡Era una linda flauta
pequena!
El chico, radiante,
agradeció efusivamente
al padre y,
|
tocando las
primeras notas
en el
instrumento, se
acordó del
desconocido que
había encontrado
en aquella
mañana y, sin
saber la razón,
sintió que debía
todas aquellas
bendiciones a
Él. |
TIA CÉLIA
|