Continuamos el estudio
metódico de “El
Evangelio según el
Espiritismo”, de Allan
Kardec, la tercera de
las obras que componen
el Pentateuco
Kardeciano, cuya primera
edición fue publicada en
abril de 1864. Las
respuestas a las
preguntas sugeridas para
debatir se encuentran al
final del texto.
Preguntas
para debatir
A. ¿Cuál
debe ser nuestra
posición ante las
instrucciones de los
Espíritus sobre puntos
de la Doctrina aún no
dilucidados?
B. ¿Cuál
es la única garantía
segura de la enseñanza
de los Espíritus?
C. ¿Qué
es lo que constituye la
fuerza del Espiritismo?
D.
¿Quiénes eran los
Escribas y los Fariseos?
E. ¿Por
qué los judíos y los
Samaritanos eran
enemigos?
Texto para la lectura
16.
Prueba la experiencia
que, cuando un principio
nuevo debe ser
enunciado, se da
espontáneamente en
diferentes puntos a la
vez y de manera
idéntica, si no bien en
cuanto a la forma, por
lo menos en relación al
fondo. (Introducción,
ítem II)
17. En la
posición en la que nos
encontramos, al recibir
comunicaciones de cerca
de mil centros espíritas
serios diseminados por
los más diversos puntos
de la Tierra, nos
encontramos en
condiciones de observar
sobre qué principio se
establece la
concordancia. Esa
observación es la que
nos ha guiado hasta hoy
y es la que nos guiará
en los nuevos campos que
el Espiritismo habrá de
explorar. (Introducción,
ítem II)
18. Esa
verificación universal
constituye una garantía
para la unidad futura
del Espiritismo y
anulará todas las
teorías contradictorias.
En el futuro, es allí
donde se encontrará el
criterio de la verdad.
Lo que dio lugar al
éxito de la doctrina
expuesta en “El Libro de
los Espíritus” y en “El
Libro de los Médiums”
fue que, en todas
partes, todos recibieron
directamente de los
Espíritus la
confirmación de lo que
esos libros contienen.
(Introducción, ítem II)
19. El
principio de la
concordancia es también
una garantía contra las
alteraciones que podrían
sujetar al Espiritismo a
las sectas que se
propusiesen apoderarse
de él en provecho propio
y acomodarlo a su gusto.
(Introducción, ítem II)
20.
Resulta de todo esto que
las instrucciones dadas
por los Espíritus sobre
los puntos de la
Doctrina que todavía no
se han dilucidado, no
constituirán ley
mientras esas
instrucciones
permanezcan aisladas y
que, por consiguiente,
ellas sólo pueden ser
aceptadas con todas las
reservas y a título de
explicación.
(Introducción, ítem II)
21. Los
Espíritus superiores
proceden con extrema
sabiduría en sus
revelaciones. Abordan
gradualmente las grandes
cuestiones de la
Doctrina, a medida que
la inteligencia se
muestra apta para
comprender las verdades
de orden más elevado y
cuando las
circunstancias se
revelan propicias para
la emisión de una idea
nueva. (Introducción,
ítem II)
22. No
será a la opinión de un
hombre que se unirán los
demás, sino a la voz
unánime de los
Espíritus; no será un
hombre, ni nosotros, ni
cualquier otro, el que
funde la ortodoxia
espírita; tampoco será
un Espíritu que venga a
imponerse a cualquiera
que sea: será la
universalidad de los
Espíritus que se
comunican en toda la
Tierra, por orden de
Dios. Éste es el
carácter esencial de la
Doctrina Espírita; ésta
es su fuerza, y su
autoridad.
(Introducción, ítem II)
23. Los
esenios o eseos
pertenecían a una secta
judía fundada alrededor
del año 150 a.C., en el
tiempo de los Macabeos,
y sus miembros, que
vivían en una suerte de
monasterio, formaban
entre ellos una especie
de asociación moral y
religiosa. Con
costumbres dulces y
austeras, enseñaban el
amor a Dios y al
prójimo, la inmortalidad
del alma y la
resurrección. Los
esenios vivían en
celibato, condenaban la
esclavitud y la guerra,
ponían sus bienes en uso
comunitario y se
dedicaban a la
agricultura.
(Introducción, ítem III)
24.
Opuestos a los saduceos
sensuales, que negaban
la inmortalidad, y a los
fariseos apegados a
rígidas prácticas
exteriores, los esenios
por el tipo de vida que
llevaban, se parecían
mucho a los primeros
cristianos. Dicen que
Jesús perteneció a esa
comunidad, pero si bien
es cierto que Él pudo
haberla conocido, nada
prueba que se hubiese
afiliado a ella.
(Introducción, ítem III)
25.
Nazareno era el nombre
dado, en la antigua ley,
a los judíos que hacían
voto de conservar una
perfecta pureza. Los
nazarenos se
comprometían a observar
la castidad, a
abstenerse de las
bebidas alcohólicas y a
conservar su cabellera.
Sansón, Samuel y Juan
Bautista eran nazarenos.
Los judíos dieron ese
nombre a los primeros
cristianos, en alusión a
Jesús de Nazaret.
(Introducción, ítem III)
26.
Peajeros eran cobradores
de baja categoría,
encargados
principalmente de la
cobranza de los derechos
de entrada a las
ciudades. Sus funciones
correspondían más o
menos a la de los
empleados de aduanas.
(Introducción, ítem III)
27. Los
publicanos eran, en la
antigua Roma, los
caballeros recaudadores
de las tasas públicas,
encargados del cobro de
los impuestos y rentas
de todo tipo, tanto en
Roma como en otras
ciudades del Imperio
Romano. El nombre de
publicano se extendió
más tarde a todos los
que manejaban las rentas
públicas y a los agentes
subalternos. Los judíos
los despreciaban porque
odiaban el pago de
impuestos a Roma.
(N.R. Levi, también
conocido como Mateo, el
evangelista, era
publicano.)
(Introducción, ítem III)
28. Las
sinagogas eran edificios
donde los judíos se
reunían los sábados para
hacer las plegarias
públicas, bajo la
dirección de los
ancianos, los escribas o
doctores de la Ley. En
ellas se realizaba
también la lectura de
los libros sagrados,
seguidas de
explicaciones y
comentarios, actividades
en las que cualquier
persona podía
participar. Por eso
Jesús, sin ser
sacerdote, enseñaba los
sábados en las
sinagogas. El único
templo que había en
Judea era el templo de
Salomón, levantado en
Jerusalén, donde se
celebraban las grandes
ceremonias del culto y
las fiestas principales
como las de la Pascua,
de la Dedicación y de
los Tabernáculos.
(Introducción, ítem III)
29. Los
Terapeutas eran judíos
sectarios contemporáneos
de Jesús, establecidos
principalmente en
Alejandría, Egipto.
Tenían relación con los
esenios, cuyos
principios adoptaban,
dedicándose como estos
últimos a la práctica de
todas las virtudes. Eran
de extrema frugalidad en
su alimentación, célibes
y entregados a la
contemplación y a la
vida solitaria. San
Jerónimo y otros Padres
de la Iglesia pensaban
que eran cristianos. En
verdad, los Terapeutas
representaban el lazo de
unión entre el Judaísmo
y el Cristianismo.
(Introducción, ítem
III)
Respuestas a las
preguntas propuestas
A. ¿Cuál
debe ser nuestra
posición ante las
instrucciones de los
Espíritus sobre puntos
de la Doctrina aún no
dilucidados?
Las
instrucciones dadas por
los Espíritus sobre los
puntos aún no
dilucidados de la
Doctrina sólo deben ser
aceptadas con todas las
reservas y a título de
explicación. Es
necesario tener la mayor
prudencia en darles
publicidad y, en caso se
crea conveniente
publicarlas, es
importante presentarlas
como opiniones
individuales más o menos
probables, pero que
carecen de confirmación.
Tal confirmación es la
que se necesita esperar
antes de presentar un
principio como una
verdad absoluta, si no
se quiere ser acusado de
ligereza o de credulidad
irreflexiva.
(El
Evangelio según el
Espiritismo,
Introducción, ítem II.)
B. ¿Cuál
es la única garantía
segura de la enseñanza
de los Espíritus?
La
garantía seria con
respecto a la enseñanza
dada por los Espíritus,
es la concordancia de
existe entre las
revelaciones que ellos
hacen espontáneamente,
valiéndose de un gran
número de médiums
extraños entre sí y en
diferentes lugares. Nos
referimos aquí no a las
comunicaciones
pertinentes a intereses
secundarios, sino a las
que hablan respecto a
los principios de la
Doctrina. Prueba la
experiencia que, cuando
un principio nuevo debe
ser enunciado, esto se
da espontáneamente
en diferentes puntos a
la vez y de manera
idéntica, si bien no en
cuanto a la forma, sí en
cuanto al contenido.
(Obra
citada, Introducción,
ítem II)
C. ¿Qué
es lo que constituye la
fuerza del Espiritismo?
Es la
universalidad de la
enseñanza de los
Espíritus. Es ahí donde
reside la fuerza del
Espiritismo, y también
la causa de su rápida
propagación. Mientras la
palabra de un solo
hombre, aun con la ayuda
de la imprenta,
necesitaría siglos para
llegar al conocimiento
de todos, millares de
voces se hacen escuchar
simultáneamente en todos
los rincones del
planeta, proclamando los
mismos principios y
transmitiéndolos tanto a
los más ignorantes como
a los más sabios, a fin
de que no haya
desheredados.
(Obra
citada, Introducción,
ítem II)
D.
¿Quiénes eran los
Escribas y los Fariseos?
Escribas
era el nombre dado, en
un inicio, a los
secretarios de los reyes
de Judá y a algunos
intendentes de los
ejércitos judíos. Más
tarde, fue aplicado
especialmente a los
doctores que enseñaban
la ley de Moisés y la
interpretaban para el
pueblo. Hacían causa
común con los Fariseos,
cuyos principios
compartían, así como su
antipatía hacia los
innovadores.
Los
fariseos eran los
partidarios de una secta
influyente que tenía por
jefe a Hillel,
doctor judío nacido en
Babilonia, fundador de
una escuela célebre
donde se enseñaba que
sólo se debía depositar
la fe en las Escrituras.
Su origen se remonta a
los años 180 ó 200 antes
de Jesús. Los fariseos
fueron perseguidos en
diversas épocas,
especialmente bajo el
gobierno de Hircano –
soberano pontífice y rey
de los judíos -,
Aristóbulo y Alejandro,
rey de Siria. Sin
embargo, este último les
dio honores y les
restituyó sus bienes, de
manera que recuperaron
su antiguo poder y lo
conservaron hasta la
ruina de Jerusalén, en
el año 70 de la era
cristiana, época en que
su nombre desapareció a
consecuencia de la
dispersión de los
judíos. Serviles
cumplidores de las
prácticas exteriores del
culto y de las
ceremonias, llenos de un
celo ardiente de
proselitismo, enemigos
de los innovadores,
fingían gran severidad
de principios, pero bajo
las apariencias de una
meticulosa devoción,
ocultaban costumbres
disolutas, mucho orgullo
y, sobre todo, una
excesiva ambición de
poder. La religión era
más un medio para lograr
sus fines que el objeto
de una fe sincera. Nada
tenían de virtud, más
allá de lo exterior y la
ostentación; no
obstante, por una u otra
razón, ejercían una gran
influencia sobre el
pueblo a cuyos ojos
pasaban por santas
criaturas. Creían, o por
lo menos fingían creer,
en la Providencia, en la
inmortalidad del alma,
en la eternidad de las
penas y en la
resurrección de los
muertos.
(Obra
citada, Introducción,
ítem III)
E. ¿Por
qué los judíos y los
Samaritanos eran
enemigos?
Después
del cisma de las diez
tribus, Samaria se
constituyó en la capital
del reino disidente de
Israel. Destruida y
reconstruida varias
veces, se convirtió bajo
el dominio de los
romanos en la capital de
la Samaria, una de las
cuatro divisiones de
Palestina. Herodes,
llamado el Grande, la
embelleció con suntuosos
monumentos, y para
halagar a Augusto, le
dio el nombre de
Augusta, en griego
Sebaste. Los
samaritanos estuvieron
casi siempre en guerra
con los reyes de Judá.
Una aversión profunda,
que databa de la época
de la separación, se
perpetuó entre los dos
pueblos, que evitaban
todas las relaciones
recíprocas. Los
samaritanos para hacer
mayor la escisión y no
tener que ir a Jerusalén
para la celebración de
las fiestas religiosas,
se construyeron un
templo particular y
adoptaron algunas
reformas. Sólo admitían
el pentateuco, que
contenía la ley de
Moisés, y rechazaban
todos los otros libros
que posteriormente
fueron anexados a él.
Para los judíos
ortodoxos, ellos eran
herejes, y por lo tanto,
despreciados,
anatematizados y
perseguidos. El
antagonismo de las dos
naciones tenía, pues,
por fundamento único la
divergencia de opiniones
religiosas, aunque las
creencias de una y otra
tuviesen el mismo el
origen. Eran los
protestantes de
aquél tiempo.
(Obra
citada, Introducción,
ítem III)
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